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EPICENTRO OLEÍCOLA EGABRENSE
04.12.18 - Escrito por: Lourdes Pérez Moral
En el último tercio del siglo XIX, Andalucía había intensificado su cosecha oleícola, incluso por encima de la media nacional, lo que le hizo ser una de las áreas más dinámicas.
De la provincia de Córdoba, en particular, se decía que los olivares "se multiplicaban de un modo prodigioso; que conocemos algunos pueblos tales como Castro del Río, Posadas, Lucena, Cabra y muchos otros, donde se ha duplicado su cultivo" aunque el aprovechamiento y elaboración no corriera en paralelo a diferencia de otras demarcaciones. Era 1879.
No es de extrañar que los tratados agronómicos instaran al cuidado y esmero en las operaciones y sobre todo el aseo y limpieza tan necesaria, sin olvidar, un cambio de mentalidad que empezaba a definir la trayectoria de los principales agentes del sector oleícola tal y como apuntara un ingeniero de la época: "bien se nos alcanza que el camino que necesitamos recorrer es largo y escabroso, y numerosas las dificultades con que tenemos que luchar, pues no es obra sencilla ni de poco momento, cambiar radicalmente la manera de ser de nuestras antiquísimas almazaras, variando casi en absoluto las viciosas prácticas de elaboración seguidas hasta el día".
En 1895 Fernando Pallarés Besora arribaría a la ciudad de Cabra disponiendo de tres activos carentes de una explotación autóctona generalizada que, salvo excepciones, vendría a representar por extensión a toda una región por falta de cultura empresarial.
Córdoba era la segunda provincia en cuanto a producción oleícola. Al igual que los aceites de Tortosa, en Cabra, eran algo más amarillos, agradables al paladar y de sabor más bien dulce presentando la ventaja de ser ideales para el consumo directo a la vez que se amoldaban para la confección de tipos. Por otra parte estaba el agua, tan necesaria para el proceso productivo y aquí representada por la presa del Vado del Moro, un viejo molino reconvertido en pequeña minicentral que no requería grandes desembolsos. Por último, la lejanía de las vías seguía entorpeciendo el comercio por los tardíos y defectuosos medios de transporte más la inauguración de la línea férrea Puente Genil-Linares cambiaría radicalmente este panorama.
No es de extrañar que, en 1900, Fernando Pallarés Besora comprara un molino situado en el partido del Vado del Moro y que la prensa comenzara a elogiarlo de acaudalado e inteligente industrial catalán. No estaban equivocados. Su relación con el hacendado Francisco Moreno Ruiz y el abogado Antonio de la Iglesia Peña lo justificaría plenamente quedando sellada, además, con los enlaces matrimoniales de sus respectivos hijos para el establecimiento definitivo de una casa, dedicada a la industria y comercio oleícolas. Dos años más tarde, el consistorio le otorgaba la correspondiente licencia para construir una fábrica destinada a la extracción del aceite de orujo por medio de sulfuro de carbono, una fábrica llamada a creciente desarrollo aunque, el establecimiento de prensas o molinos de aceite en el municipio egabrense, ya hubiera quedado reducido notablemente.
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