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Don Juan Valera en la Europa de las Nacionalidades

14.07.24 - Escrito por: Juan Leña Casas

El Ateneo de Córdoba celebraba recientemente unas jornadas en torno al bicentenario del nacimiento de don Juan Valera y Alcalá-Galiano. Entre las actividades desarrolladas en la capital cordobesa, tenía lugar una interesantísima conferencia que, sobre Valera en la Europa de las Nacionalidades, pronunció el embajador don Juan Leña Casas que ha querido compartir con La Opinión de Cabra y que les dejemos íntegramente.

El siglo XIX fue el siglo de Don Juan Valera, al que hoy rendimos homenaje, próximo a cumplirse el segundo centenario de su nacimiento, el 18 de octubre de 1824 en Cabra. Agradezco al Ateneo de Córdoba esta iniciativa y me siento muy honrado de participar en ella. Además, el Ateneo de Córdoba es, con toda seguridad, la primera institución de prestigio en organizar una jornada conmemorativa, a la que, sin duda, seguirán muchas otras dentro y fuera de Córdoba, dentro y fuera de España.

Antes de comenzar mi intervención quisiera echar la vista atrás y recordar y preguntarme cómo habría sido el día de hoy, 29 de Mayo, en Córdoba hace ciento veintiún años. Porque en ese día, el 29 de mayo de 1903, se celebraron unos juegos florales en Córdoba y la personalidad invitada para abrir los juegos con un discurso fue nada menos que Don Juan Valera a sus 78 años, una edad muy avanzada para la época. Precisamente por su ceguera y salud vacilante, Valera no pudo asistir y en su lugar su hijo Luis, también diplomático, leyó su discurso ante el público cordobés. Don Juan había perdido la vista, pero mantenía una mente lúcida y privilegiada. En su discurso, Don Juan cantó a Córdoba, sus glorias y personalidades célebres a lo largo de la historia, pero, sobre todo, se extendió sobre el amor a la patria grande y a la patria chica, que no son incompatibles. Esos dos profundos afectos están muy presentes en la obra de Valera, quien afirmó en su discurso que "más le hubiera valido no salir de su patria chica, al ver tantas disputas estériles a su alrededor..."
La memoria de Valera continúa viva, pese al paso del tiempo. Los estudios valerianos cuentan con nombres tan prestigiosos como Don Manuel Azaña, que dio un impulso notable al análisis de la vida y obra de Valera en la segunda década del siglo XX. Valera fue una personalidad de inmensa curiosidad y saberes. Asimismo, Valera supo combinar la creación literaria -novela, cuento, poesía y teatro-con una ingente obra epistolar para delicia de los lectores (además de ser insustituible fuente de información) y ensayos rigurosos de crítica literaria e histórica, en los que dejó constancia de su profunda formación clásica. Sus colaboraciones en prensa, lo mismo que sus notas diplomáticas en la última etapa de su vida contienen análisis que no han perdido actualidad y en los que hay un cierto sentido de la anticipación, fruto de su acumulada experiencia diplomática en nueve destinos fuera de España
También le tentó la política -fue diputado y senador- pero aunque lo pretendiera ese no fue el ámbito en que más brilló su talento. Buscó el éxito en la política, pero sin verdaderas ganas y convicción. Por lo demás, en aquella época de sufragio censitario había que realizar, además, un aval o depósito en dinero, previo a la candidatura, que su madre ya tenía preparado al efecto. La política del momento requería padrinos y un patrimonio, del que Valera no andaba muy sobrado. Además, su talento, formación y criterio independiente no siempre encajaban con la mediocridad ambiente. Nunca fue diputado por Cabra, ni Ministro, aunque le apeteciera. Era hombre de demasiados "peros" y demasiados "aunque", lo cual no es lo que más ayuda para hacer carrera en una formación política. Finalmente, fue diputado por varios distritos (sin luchar demasiado por el escaño, bien es verdad), Director general de Agricultura y de Instrucción pública, Subsecretario del ministerio de Estado, Senador y Consejero de Estado.
Como se ha dicho, fue un espíritu ilustrado, un hombre de la ilustración, que no cayó en los excesos del romanticismo, ni en forma alguna de sectarismo. Más que una ideología, su liberalismo fue una forma de ser, un estilo, en una España más bien dislocada y estridente y, sobre todo, en declive. Hoy abordaremos la carrera diplomática de Valera en la Europa de las Nacionalidades, aunque también me referiré a sus destinos en Brasil y Washington para completar su larga y notable carrera en el servicio exterior de España.
El siglo XIX estuvo marcado, sobre todo a partir de 1848, por la cuestión de las nacionalidades, que ayudaron a forjar el mundo de entonces, después de la revolución francesa, las guerras napoleónicas, en las que España desempeñó destacado papel, y el congreso de Viena. Sobre la segunda mitad del siglo XIX cabalgó Valera profesionalmente, desde su primer destino en Nápoles en 1848, a las órdenes del Duque de Rivas, hasta su jubilación como Embajador en Viena en 1896. La unidad de Italia y la unidad alemana fueron factores decisivos en la configuración de la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. En ambos procesos fue Valera un espectador privilegiado, al haber estado destinado en Nápoles, Sajonia y la Confederación Germánica. Esos tres destinos diplomáticos dejaron de existir en la mitad del siglo arrastrados por el impulso unitario hacia una Italia unida y una Alemania unificada con aspiraciones al liderazgo europeo a partir de 1870.
Precisamente con ocasión del primer centenario del nacimiento de Don Juan, la Real Academia Española organizó en 1924 unas jornadas públicas, en las que intervinieron los académicos Don Antonio Maura, el Conde de las Navas y el Marqués de Villaurutia, también diplomático y que había servido a las órdenes de Valera en Lisboa en 1881. La intervención de Villaurrutia, titulada "Don Juan Valera , Diplomático y hombre de mundo", estuvo centrada en la larga carrera diplomática de Don Juan, destacando que "Valera fue diplomático de carrera, no de los que se consideran tales, porque sentaron plaza de jefes de misión y figuran en el escalafón de Embajadores y en el almanaque del Gotha, sino de los que llegan a la más alta dignidad, pasando por todos los grados inferiores y por no pocas residencias de Europa y América".
Hablaremos de cómo se accedía en la época a la carrera diplomática y como estaba estructurado el servicio exterior en el siglo XIX, similar en España al de Gran Bretaña o Francia. Además, a partir de los congresos de Vena y Aquisgrán la diplomacia se va estructurando e institucionalizando de modo que las categorías y prelación de la carrera diplomática se mantienen hoy día, sin enormes diferencias en relación con lo acordado en los dos congresos mencionados de Viena y Aquisgrán.
Dicho esto, la carrera profesional de una personalidad eminente como es Don Juan Valera se nos quedaría con demasiadas zonas de sombra, si no la situáramos en el contexto familiar y local y en sus años de formación. Juan Valera nació en Cabra, el 18 de octubre de 1824. Sus padres fueron Don José Valera Viaña, marino de profesión, con larga experiencia de navegación y retirado del servicio en Doña Mencía por sus ideas liberales, y su madre, Doña Dolores Alcalá Galiano y Pareja, Marquesa de la Paniega. Doña Dolores Alcalá Galiano había casado en primeras nupcias con un oficial suizo, Santiago Freuller, al servicio de España. El matrimonio tuvo un hijo, José Freuller Alcalá Galiano, que habría de ayudar a Valera en el futuro en sus intentos de hacer carrera política.
La marquesa de la Paniega y Don José Valera tuvieron cuatro hijos, de los que sobrevivieron solo tres: Juan (1824-1905), Sofía (1828-1890) y Ramona (1830-1869). Valera tuvo una vida más larga que sus hermanas, aunque las quejas, mas o menos fundadas, sobre su salud eran frecuentes, como reflejan sus cartas y las solicitudes de licencia por enfermedad al Ministerio de Eestado, hoy Ministerio de Asuntos Exteriores. Sofía, a la que siempre ayudará y protegerá Eugenia de Montijo, casó con el Duque de Malakof en Francia, mientras Ramona lo hizo con el granadino Alonso Messía de la Cerda, Marqués de Caicedo. Malakof fue un personaje influyente del entorno de Napoleón III y Eugenia de Montijo, ennoblecido con ese título por una acción militar en la guerra de Crimea (1856).
Los padres de don Juan tenían arraigo desde antiguo y vínculos familiares con Cabra y Doña Mencía. Valera nunca renunció a esa doble pertenencia. A Cabra se refería a veces como mi "ciudad natal", mientras a Doña Mencía la describía como "mi lugar", "mi tierra" o la "Ilustre Villa de Doña Mencía". En la vida de Valera Cabra y Doña Mencía son tanto monta, monta tanto. Así, el prof. José Peña González escribió acertadamente en "La Opinión" de Cabra en 2005: "nacido en Cabra, sus ancestros mencianos son innegables. Su amor por la ciudad que le vio nacer y por aquella donde podría haber nacido queda fuera de toda duda. Doña Mencía y Cabra, tanto monta. Dos hermosos lugares del sur de Córdoba, que cuentan con el privilegio único de ser referencia permanente en la obra de Valera".
Rehabilitado tras la muerte de Fernando Séptimo, el padre de Valera es nombrado Gobernador Civil de Córdoba en 1834 y en 1837 es trasladado a Málaga como Director del Colegio de Guardiamarinas de San Telmo. Concluidos sus primeros estudios de letras y humanidades en Cabra y de filosofía en Málaga (en esta ciudad encontrará a Espronceda, Miguel de los Santos Alvarez y a Ros de Olano) estudiará leyes y jurisprudencia en Madrid y Granada, donde se gradúa en 1844. Su aspiración primera es la literatura, pero sus padres le empujan hacia el ejercicio de la abogacía, como una salida profesional de mayores posibilidades de ascenso económico y social. Valera publicará sus primeros versos en el periódico malagueño El Guadalhorce.
Los padres le empujan al estudio y a abrirse camino en la vida y para ello se impondrán privaciones, sobre todo, su padre, pero será la madre, más ambiciosa, la que le encauce a lo más alto. La madre le acompaña a Granada para seguir de cerca la formación de Juan, que es su orgullo y que ha comenzado los estudios de derecho. Valera lee con fruición y se empapa de literatura inglesa y francesa, incluido Voltaire. Las vacaciones las pasa en Cabra y Doña Mencía y llega a conocer los paisajes de la Subbética como si fueran la palma de su mano.
En Madrid Valera brilla en sociedad. Se hace notar por su talento y elegancia y frecuenta a la alta sociedad del momento (los Montijo, Heredia y Cabarrús, entre otros) y tiene gran éxito en el mundo femenino. Algo que será nota distintiva de su vida hasta bien entrado en años. Tampoco le faltarán padrinos (Serrano, Narváez o Isturiz) y deja de lado la idea de dedicarse a la abogacía. Piensa que la diplomacia le puede abrir más puertas. Serán sus contactos políticos o aristocráticos los que le facilitarán el acceso a la carrera diplomática.
Con desenfado comenta sus aspiraciones en carta a Don Juan Navarro Sierra en los siguientes términos : "como mi fuerte no es el trabajo y menos de esta clase (se refiere a su graduación en leyes y al ejercicio de la abogacía), ahorqué la toga, quemé la golilla y aprovechándome de una buena coyuntura me metí de patitas en la diplomacia, donde con bailar bien la polka y comer pastel de foiegras está todo hecho. Por consiguiente, te participo que desde el 24 de enero soy attaché, aunque por ahora non payé (es decir, agregado sin sueldo) con destino en la Legación de Nápoles, cuyo Embajador, el Señor Duque de Rivas, no ha dejado de influir para que yo sea su subordinado".
Con anterioridad, Valera había escrito a su madre que"entre todos mis castillos en el aire el que más me enamora es el de ver el modo de hacer senador a papá, sin que el lo quiera ni lo pretenda, pues este es, según creo, el mejor modo de que a mi me abran las puertas de la diplomacia".Efectivamente, las puertas de la diplomacia se le abren, como he señalado más arriba, al firmar Don Javier Isturiz su nombramiento, ya que el Duque de Rivas se había ofrecido a llevarle con él a Nápoles, si obtenía la oportuna credencial." (Fin de cita). Sin oposición, ni concurso alguno, como era del todo habitual en la época, singularmente para algunos estamentos privilegiados de la sociedad.
Mi intervención tiene que ver con la carrera diplomática de Valera y con la Europa posterior a la derrota de Napoleón, es decir, la Europa resultante del congreso de Viena en 1814, que, bajo el liderazgo del austríaco Príncipe de Metternich, además de Inglaterra, Prusia y Rusia, trató de restaurar el viejo orden estamental y monárquico anterior a la revolución francesa y cortar la expansión de las ideas revolucionarias. El recientemente fallecido Prof. Henry Kissinger, también Secretario de Estado norteamericano, ha descrito con perfección las coordenadas ideológicas y estratégicas de la Europa del congreso de Viena en una de sus primeras y principales obras, titulada"Un mundo restaurado". Se quería llevar a Europa al período anterior a la revolución francesa, ya que como decía el Príncipe de Talleyrand "el que no ha vivido antes de 1789, no sabe lo que es la dulzura de vivir".
El siglo XIX fue un siglo de confrontación en el terreno de las ideas y enfrentamientos en el campo de batalla, con la cuestión de las nacionalidades y las demandas democráticas como telón de fondo. Emerge la burguesía, que reclama su participación en el ejercicio del poder, y también surgen los partidos políticos y los primeros intentos de crear organizaciones de defensa de los trabajadores. La publicación del manifiesto comunista de Karl Marx en 1848 coincide con la estancia de Juan Valera en Nápoles, su primer destino diplomático. Son los años del maquinismo y la revolución industrial, que en España se produce con retraso y lentitud
España, con un glorioso pasado en Europa, América y el Pacífico entra en declive, mientras los grandes paises europeos se lanzan a la aventura colonial en Africa y el continente asiático. A medida que avanza el siglo, la Europa del concierto y el equilibrio entre las potencias, surgida del congreso de Viena (1814) y diseñada por Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra, como he dicho, y a las que se unirá posteriormente Francia, se verá progresivamente erosionada.
A partir de 1830 (la revolución que hace caer a los Borbones restaurados en Francia) y, sobre todo, de 1848, se producen en Europa, esta vez con carácter nacional- identitario y también social, movimientos revolucionarios de gran amplitud. Ese proceso llevará a la Europa conservadora, vencedora de Napoleón,a tratar de impedir la difusión de las ideas revolucionarias y, junto al concierto y el equilibrio entre las potencias, aparece la idea de intervención, allí donde se produjera cualquier chispazo o estallido revolucionario.
Valera experimentará sobre el terreno la revolución de 1848, recién llegado a Nápoles, donde reina el Borbón Fernando II. Las turbulencias revolucionarias de 1848 llegarán a Italia. Los patriotas italianos lucharán contra el poder temporal del papa Pio IX y también contra Austria, con el objetivo de lograr la unidad de Italia, que se producirá algo más de una década después. Europa bullía de ideas y levantamientos, mientras España había dejado atrás los diez años de represión de Fernando VII y la ocupación de España por los Cien Mil Hijos de San Luis, decidida por la santa Alianza en el Congreso de Verona en 1822. Muerto Fernando VII, con la Reina Gobernadora y con Isabel II se va consolidando la España liberal.
La cuestión de los estados pontificios y el poder temporal del Papa tendrá gran importancia en la política exterior de España en el siglo XIX. En la etapa de luchas por la unidad italiana España llega a enviar tropas a Italia para proteger al Papa y su poder temporal, es decir, los estados pontificios. No obstante, el Vaticano mantendrá durante un tiempo su simpatía por los carlistas, rechazará la desamortización y tardará en reconocer a Isabel II, tachada de liberal. Algo parecido sucederá con Rusia, que tardará más de veinte años en reconocer a Isabel II.
El siglo XIX fue uno de los períodos de mayor inestabilidad de nuestra historia reciente.El siglo comienza con la invasión napoleónica, como he señalado, las Cortes de Cádiz, la ominosa etapa de fernando VII, y la independencia de la casi totalidad de la América hispana para concluir con el desastre del 98, es decir, con la guerra hispano norteamericana y la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras posesiones menores en el Pacífico. La debilidad de España fue una constante de nuestro siglo XIX e incluso el matrimonio de Isabel II y la lista de candidatos a la corona de España después de la revolución de 1868, llamada la gloriosa, y la salida de España de Isabel II debieron ser consultados a las potencias.
Entre ambos desastres, España era ya, antes de que lo dijera Silvela, un "pais sin pulso", con tres guerras carlistas, golpes militares y asonadas, inseguridad, bandolerismo y cambios de régimen, crisis de la deuda, cantonalismo y un complejo encaje institucional entre moderados y progresistas. España experimentó seis constituciones en el siglo XIX, cuatro regencias, la salida de Isabel II en 1868, una Primera República de breve y convulsa vida y el largo período de la restauración alfonsina, además del asesinato de dos personalidades de primer plano, como Prim y Cánovas del Castillo. Valera fue testigo de excepción de muchos de estos acontecimientos del siglo y, en alguna ocasión, actor destacado, como cuando formó parte de la delegación que viajó a Italia para ofrecer la corona de España a Amadeo de Saboya.
Juan Valera no tenía demasiada fe en el servicio exterior, ni le apasionaba la carrera diplomática, pero por disciplina, autoestima y por problemas económicos, que siempre le agobiaron e inquietaron, se mantuvo en el escalafón hasta los 70 años, una edad muy elevada para la época. En realidad, la única actividad que Valera tomó profundamente en serio a lo largo de su vida fue la literatura. Todo lo demás, política o diplomacia, no fue sino el reposo del guerrero, cuyo único combate real y trascendente fue la escritura-ficción, epistolario, poesía, teatro o ensayo-, aunque en todo brillara Valera con la luz de su talento, de su escepticismo amable y su regocijada sátira,como se ha dicho. En suma, siempre apreció "el buen tono" en todas las facetas de su vida, salvo en sus cartas donde, en muchas ocasiones, con familiares y amigos, se abría en canal y se expresaba con cinismo o con ironía tan hiriente como sincera. Sus cartas, además de afinar su prosa, son, a mi modo de ver, una huida hacia adelante en búsqueda de una autenticidad de la que carecía el mesurado "buen tono" de su vida cotidiana.
La preocupación económica siempre estuvo muy presente en la vida de Valera, a veces, incluso, con tintes obsesivos. Su pobreza (más fingida que real), la falta de recursos están muy presentes en las cartas a sus padres, a su mujer, familiares y amigos. En realidad , vivió de la diplomacia más que de la literatura. Sus fincas en Doña Mencía eran escasamente productivas y además la filoxera arruinó sus viñas. Siempre andaba pensando en lo que el llamaba un "buen turrón", es decir, algo que le permitiera vivir y disfrutar con holgura. Se endeudaba con frecuencia (era manirroto en lo tocante al dinero) y en sus cartas a su gran amigo, Don Francisco Moreno Ruiz, aparecen a menudo las deudas a la familia Benitez de Cabra.
La Profesora Matilde Galera, que con tanta dedicación, como brillantez ha estudiado tantos aspectos de la vida y la obra de Valera, aborda, junto con el Prof. Cyrus C. Decoster, la cuestión de las dificultades economicas de Don Juan, tal como se reflejan en las cartas a su mujer, Dolores Delavat , y a sus hijos. Como señalan ambos estudiosos, "siempre tenía deudas y le faltaba el dinero, y ello era causa, en parte, al menos, de que los cónyuges tuvieran frecuentes disputas".
Precisamente por esa falta crónica de recursos Valera nunca dejó la carrera diplomática y escaló todos los puestos del escalafón. Las Embajadas en la mitad del siglo XIX distaban mucho de parecerse a las de hoy en lo que se refiere al personal, al trabajo y a la organización. Las funciones del Estado se han ampliado y complicado extraordinariamente, en el plano interno y en las relaciones internacionales. En el siglo XIX el Estado no asumía más funciones que las de orden público y el mantenimiento de la paz social, el cobro de los tributos y la defensa nacional.
No había llegado aún el estado de bienestar con la educación, la sanidad y los servicios sociales. Las relaciones internacionales eran esencialmente políticas y militares. Las Embajadas eran, además, canal de contacto entre las casas reinantes, ya que la mayor parte de los países eran monarquías, con frecuencia emparentadas. El moderno estado, tal como lo conocemos hoy, se va afinando y perfilando a lo largo del siglo XIX. Las dos guerras mundiales en el siglo XX, así como los sistemas totalitarios y la visión keynesiana de la economía ayudarán a consolidar la omnipresencia del estado.
El número de diplomáticos y agregados era, por tanto, escaso, los intercambios tenían poco contenido, muy débil o inexistente la cooperación y no existía la diplomacia multilateral, tan importante hoy, salvo los congresos o conferencias que ponían fin a un conflicto. Los servicios consulares eran importantes, pero corrían por otros canales y el personal era distinto. De hecho, las carreras diplomática y consular no se unifican en España hasta 1929. Los consulados se ocupaban del tráfico mercantil y de la protección de los nacionales.
Hoy un gran consulado ejerce, entre otras cosas, importantes funciones notariales, además de la asistencia a los nacionales, tramitación de visados a los naturales del pais de que se trate, ya sea por vacaciones, estudio, trabajo o reunificación familiar. Además de la existencia de numerosas agregadurías, que responden a las competencias de los distintos ministerios en el exterior. Un microcosmos que reproduce en pequeña escala el conjunto o parte de la administración del Estado. Como se ve, las Embajadas carecían entonces de la complejidad organizativa y administrativa de nuestro días. Hay que recordar a este respecto que en el siglo XIX muchos importantes países de hoy y también los pequeños eran simples colonias en manos, generalmente, occidentales. Por eso Valera, como dice Azaña, se entregó en Nápoles a una vida un tanto ociosa, favorable al adorno del espíritu.
La carrera diplomática en su especificidad en relación con otros cuerpos de la administración se fue profesionalizando y regulando con reformas de distinto alcance en 1816, 1844, 1851, 1865 y, sobre todo, en 1883, cuando se promulga la ley orgánica de la carrera diplomática, consular y de intérpretes, que es la regulación más completa que se hace de la carrera en el siglo XIX, con un sistema de acceso, la oposición, ya que hasta entonces el acceso a la diplomacia estaba, fundamentalmente, reservado de facto a la aristocracia, la milicia, la emergente burguesía o a políticos a quienes había que recompensar. Valera refiere, con la ironía que era habitual en él, quienes eran los agregados de Duque de Rivas en Nápoles , entre los que el mismo se encontraba. Todos ellos debían su puesto en la Legación a familares o padrinos influyentes. Valera pregunta (de manera imaginaria) a cada uno de los funcionarios en puesto:
-Sr.Curtoys, ¿de quién es Vd. sobrino?
-de Cea Bermúdez.
-¿y el Sr. Arana?
-del Duque (de Rivas, se entiende)
- ¿y el Sr. Martínez?
-del Sr. Martínez de la Rosa (que era Embajador ante la Santa Sede).
-¿y el Sr. Valera?
-de Galiano. Valera era sobrino de Don Antonio Alcalá Galiano, el liberal exaltado, aunque luego moderara sus ideas políticas. Don Antonio fue poco después jefe de su sobrino en la Legación de Lisboa. Con lo cual, escribe Valera, "se vino a poner de relieve el nepotismo de nuestra carrera, y sin los tíos nada seríamos ni serviríamos para nada."
Nápoles fue, pues, su primer destino y allí Valera estrecha aún más la amistad con su jefe, el Duque de Rivas, se empapa de los clásicos, viaja, hace amistad con Estébanez Calderón, frecuenta muchas personas de la alta sociedad y siente simpatía por los patriotas italianos que luchan por la independencia del país, enfrentándose con el Duque, que tiene opiniones más conservadoras al respecto. Su madre, doña Dolores Alcalá Galiano, le da por carta consejos prácticos, ya que Valera, según Doña Dolores, no está allí para chocar con su jefe. Valera conoció en Nápoles a la marquesa de Villagarcía, la Saladita, a la que cortejaba el Duque y casi toda la Legación. En competición con el Duque Valera salió perdedor, como no podía ser menos, y se consoló después diciendo que la marquesa estaba ya "jamona y más catada que colmena".
El conocimiento femenino más importante que hizo Valera en Nápoles fue, sin duda, Lucía Palladi, que Valera encontró en casa de los duques de Bivona y a quien el Duque de Rivas llamó la "muerta" por su aspecto frágil y enfermizo, mientras Valera se refería a ella como la "dama griega". La relación entre ambos fue compleja e intensa. La Palladi era mujer culta y de muchas lecturas y aconsejó a Don Juan que profundizara en el mundo clásico y estudiara griego. Valera se enamoró de su cultura, de su conversación y sesibilidad y, quizás también, de su aire melacólico y decadente. La Palladi casó en primeras nupcias con un príncipe Cantacuzeno y posteriormente con el X marqués de Bedmar, Manuel Antonio de Acuña. Al parecer Lucia Palladi resistió el asedio de Valera, que trató de ir destinado a Paris, donde residía Lucia, sin conseguirlo.
Su segundo destino diplomático es Lisboa. Esta vez como agregado con sueldo (12.000 reales al año).Toma posesión de su puesto en octubre de 1850. No tiene demasiadas obligaciones: extender pasaportes a la colonia española y participa también en las negociaciones para un tratado de libre navegación por el río Duero. Su tio Don Antonio Alcalá Galiano, el famoso orador que describe Galdós en la Fontana de Oro, se ha moderado y su presencia en la Legación le hace la vida más grata al joven diplomático. Aprende portugués, escribe a su amigo Estébanez Calderón y se interesa por la literatura portuguesa y por las relaciones entre los dos países, sin llegar a hacer suyas las tesis del iberismo extremo, que preconizaba la unión entre los dos países.
En 1851 Valera es destinado a Brasil con 18.000 reales anuales de sueldo, seis mil más de los que ganaba en Lisboa. Su jefe, Don José Delavat y Rincón, estaba casado con una brasileña. El pais le impresiona y Brasil será el lugar donde se desarrollará parte su novela Genio y Figura (1897). El libro recibió fuertes críticas de los sectores más conservadores, pero es, sin duda, una de sus novelas más atractivas. El matrimonio Delavat tiene una hija de ocho años, que a Valera le parece fea e insoportable. Un cuarto de siglo después -ironías de la vida- Valera contraerá matrimonio (1867) con la hija de su jefe, Dolores Delavat, cambiando de opinión sobre su belleza y carácter. El matrimonio nunca fue bien y los desencuentros de la pareja fueron frecuentes.
Tuvieron tres hijos, Carlos, Luis y Carmen. Carlos murió joven en Madrid de tifus, mientras Don Juan estaba en Washington como Ministro de la Legación de España. Luis hizo una brillante carrera diplomática y también como escritor, y Carmen, que casó con el diplomático Francisco Serrat y Bonastre, se ocupó de ordenar la obra de su padre, especialmente el epistolario, y fue ella quien facilitó las cartas de Valera a Don Manuel Azaña, cuyos trabajos son del todo imprescindibles para un completo conocimiento del escritor. En este punto, cabe preguntarse por las razones, que sin duda tuvieron que ser poderosas, para el interés de Azaña por Valera, ya que el dirigente republicano confesó en algún momento que Valera "no era su tipo, ni en lo político, ni en lo moral".Tal vez las razones del interés de Azaña por Valera estén en la elegancia, el estilo de Valera, su facilidad para las relaciones sociales, su erudición, su liberalismo (harto ambiguo , por demás) y cosmopolitismo, sus numerosas relaciones femeninas. Quizás encarnaba el tipo de hombre e intelectual que deseaba Azaña para la España que soñaba. Los dos fueron, además, hombres de teatro, si bien de poca obra.
En 1854, con trastornos gástricos y síntomas de rechazo al clima local, deja Valera Brasil y es trasladado a la Legación de España en Sajonia con sede en Dresde. Valera escribe que "la Legación de España en Dresde tiene la misma importancia y utilidad que los perros en misa, y estoy casi deseando que la supriman, pues para esto mejor es ser nada". Aunque reconocía tener mal oído, su estancia en Sajonia hace que se interese y disfrute con la gran música alemana.
De regreso a Madrid, su amigo Don Leopoldo Augusto de Cueto consigue situarle en 1856 como secretario de la misión extraordinaria que lleva a la corte de Rusia el Duque de Osuna y que se prolonga por espacio de seis meses. Seis meses de malentendidos con el Duque, con los rusos y con el agregado militar. Valera se enamora de la actriz francesa Madalena Brohan y ello le ocupará buena parte de su tiempo. Cueto da a conocer en Madrid las cartas de Valera, llenas de gracia y talento, y surgen así problemas con el Duque y el agregado militar. El testimonio de Valera es un fresco de gran valor sobre la Rusia de la época. También un ejercicio de estilo para mejorar y cincelar su prosa cada día.
En 1865 Valera es destinado como Ministro Plenipotenciario a la Dieta germánica con sede en Frankfurt. La estancia de Valera en este puesto fue breve, porque la Dieta desaparece después de la victoria de Prusia sobre Austria. En 1881 es nombrado Valera ministro de la Legación de España en Lisboa y ese mismo año se convierte en Senador vitalicio.
En en 1884 Valera es destinado a Washington, un puesto que le permite adentrarse en la literatura y en la sociedad norteamericanas. Las relaciones de España con los Estados Unidos son difíciles en esos años, debido a la cuestión cubana, siendo frecuentes las quejas españolas por los ataques de filibusteros norteamericanos a las costas cubanas, que se organizaban en los puertos estadounidenses de Mobile, Savannah y Nueva Orleans, entre otros. Su opinión sobre los políticos estadounidenses es bastante negativa, especialmente sobre Cleveland, al que describía como"tio feroz" y calificaba de "animal de bellota". No así sobre la literatura norteamericana (Emerson, Poe, Longfellow), que ensalza de manera entusiasta.
Valera tuvo sentimientos encontrados y ambivalentes en relación con los Estados Unidos. Consideraba a los norteamericanos "rudos y torpes, "más toscos que los cabreños", como refiere Cyrus C. Decoster. Como era habitual en él, Valera mantuvo en Washington una amplia panoplia de relaciones femeninas, alguna de ellas con tintes trágicos, como ocurrió con Katherine Lee, hija del secretario de estado, Thomas Bayard. Katherine se enamoró perdidamente de Valera y al conocer su traslado se suicidó en uno de los salones de la Embajada. Washington constituyó para Valera un gran reto personal y profesional, pero, eso sí, con la satisfacción añadida de ver Pepita Jiménez traducida al inglés. La estancia de Don Juan Valera en Washington ha sido novelada con acierto por nuestro paisano, el profesor de filosofía Juan José Díez, en un relato titulado "Don Juan en la frontera del espíritu". Sirva esta breve referencia de cariñoso recuerdo y homenaje al amigo recientemente fallecido.
En 1886 es nombrado ministro plenipotenciario en Bruselas, puesto del que dimite en agosto de 1888. En enero de 1893, siendo Senador, es nombrado Embajador en Viena, que es la culminación de su carrera profesional, jubilándose como Embajador el 3 de marzo de 1896, tras casi cincuenta años de intensa y ajetreada vida diplomática.
Viena es una ciudad que le agrada, aunque no tanto el protocolo, pomposidad y disciplina de la sociedad vienesa. Le acompañará su mujer y su hijo Luis, ya diplomático, le será muy útil como secretario de la Embajada. Valera observa en Viena el funcionamiento de una maquinaria tan compleja como el imperio austro-húngaro y advierte de los retos a que debe hacer frente el Gobierno de Viena, entre ellos, el nacionalismo, el de los checos y el de los eslavos del sur, el de los croatas, además de la amenaza que suponen los nacionalistas alemanes con su pangermanismo. Valera anticipa, de algún modo, acontecimientos posteriores, ya que el imperio Austro-Húngaro desaparecerá al término de la primera guerra mundial y Hitler se anexionará Austria en 1938.
Don Juan Valera tuvo una larga carrera profesional en la diplomacia. Casi cincuenta años de servicios al Estado, desde su primer destino en Nápoles en 1848 hasta su jubilación en Viena como embajador en 1896. Una carrera que sorprende, incluso hoy, por el elevado número de puestos desempeñados, teniendo en cuenta la dificultad de las comunicaciones en el siglo XIX. Es verdad que la permanencia en los puestos resultó, en general, más bien breve, quizás, porque pensaba constantemente en el futuro, en su situación económica, casi siempre difícil, en la literatura y en la política, en la que siempre buscó ubicación, sin lograr la consagración definitiva.
Algún analista de la vida y la obra de Valera, como el Prof. Peña González, ha señalado que el ministerio de Estado (hoy Asuntos Exteriores) no aprovechó convenientemente el gran talento de Valera, al no enviarle a alguna de las grandes Embajadas europeas del momento, como parís, Londres o Berlín. Valera hizo nueve puestos en el extranjero, lo cual es considerable en cualquier caso. Hizo puestos como Nápoles, Lisboa o Brasil, que le enriquecieron enormemente desde el punto de vista profesional y literario.
Vivió sobre el terreno los cambios geopolíticos en la Europa de las nacionalidades y al final de su larga carrera hizo dos puestos de gran importancia política y diplomática, Washington y Viena. España mantenía una relaciones difíciles con los Estados Unidos por la cuestión cubana y, por tanto, la capital norteamericana era un puesto esencial de información y gestión en nuestro despliegue diplomático. Un destino muy sensible para la defensa de nuestros intereses. Valera se dio cuenta en Washington de nuestra soledad y aislamiento en la crisis cubana. Ello le llevó a concluir que la falta de aliados no es buena en las relaciones internacionales.
Viena fue un puesto importante, pero desde otros parámetros. Nuestros intereses no estaban en juego en la monarquía dualista. España no tenía contenciosos con la corte de Viena, con la que la corona española tenía estrechas relaciones de parentesco a través de la madre del joven rey Alfonso XIII, la regente Doña María Cristina de Habsburgo y Lorena. Viena fue un gran observatorio para una Europa en crisis, a tan solo dos décadas del estallido de la primera guerra mundial.
En sus notas diplomáticas Valera se vuelca e interroga sobre la capacidad del Gobierno de Viena para mantener en pie un conglomerado multiétnico, muy erosionado desde la mitad del siglo XIX por el nacionalismo y el separatismo. Valera se muestra relativamente optimista sobre la viabilidad de Austria-Hungría, pero de su experiencia vienesa arranca su rechazo del nacionalismo y el separatismo en España, especialmente del catalán, que califica de "absurdo y malsano".La cuestión le preocupa, llegando a decir que incluso el regionalismo "no bien traspasa los límites de aspirar a una cierta descentralización, lo cual es del ámbito del derecho administrativo , que aquí no tocamos, solo puede conducir al caos del cantonalismo, ideal de Pi Margall, o a la disolución de un gran pueblo".
En su monumental "Historia de la diplomacia española", el Embajador Ochoa Brun no deja de señalar que para Valera "la diplomacia era arte decorativo y secundario". Ochoa Brun cita reiteradamente a Don Juan en el vol. XII de su Historia de la diplomacia española, dedicado al siglo XIX, poniendo de relieve que Valera mostró poco aprecio por la profesión, de la que vivió comodamente, y se sorprende de que "prefiriera siempre un acta de diputado en el farragoso e ineficiente mundo de politiquerías que fue el parlamento español de entonces. Preferencia, subraya Ochoa Brun, que dice poco en honor del indiscutiblemente sabio, erudito y ejemplar literato que fue Don Juan".
A Menéndez pelayo decía que la profesión "era más de bambolla que de utilidad" y, en carta a sus hijos, repetía "cada día tengo más ganas de salir de la diplomacia". Frases de este tenor son frecuentes en Valera, pero como explica con claridad el embajador Ochoa Brun, "lo quisiera o no, su actividad vital se desarrolló en la diplomacia: secretario en Nápoles, Portugal, Brasil, Dresde y Rusia; ministro en Frankfurt, Lisboa, Washington y Bruselas y Embajador en Viena." El marqués de Villaurrutia, que le conoció bien y trabajó a sus órdenes, resumió de este modo su visión de la carrera: "nunca tomó don juan en serio la carrera diplomática, pareciéndole una farsa". En el fondo de todo estaba el dinero y su angustia por no ser rico por su casa, o por no disponer de "un buen turrón", que le permitiera vivir con holgura y no privarse de nada. Ni siquiera en la madurez pudo ganar con la literatura lo que ganaba con la diplomacia. El mismo lo dijo de manera bien gráfica: "la novela produce incomparablemente menos que la diplomacia".
Valera fue muchas cosas en su vida. Una personalidad, sin duda, de muchas facetas. Andrés Amorós en su libro "La obra literaria de Don Juan Valera: la música de la vida" señala que hay al menos diez motivos para interesarse por Don Juan, incluso hoy día. De ellos me quedo con los que estimo más convienen a mi intervención: un cosmopolita, un enamorado, un clásico, un aristócrata liberal, un escritor irónico, un escritor de cartas...
Añadiría que en la vida y la obra de Valera nunca faltó el amor por la patria chica, Cabra y Doña Mencía, del todo compatible con el amor a la patria grande. Hasta el punto de que Pío Baroja, que mantuvo una buena relación de proximidad y afecto con Don Juan, refiere en sus memorias, que titula "Desde la última vuelta del camino", que "Valera no quiso salir de sus asuntos de novela de España, y sobre todo de Andalucia y de los alrededores de Cabra. No comprendo como un hombre que pasó años en la corte de Viena y en la de San Petersburgo, en una situación elevada en donde vería y habría oído seguramente contar cosas interesantes tuviese que referirse siempre en sus libros a Doña Mencía u otro pueblo próximo y hablar de pestiños y de otros postres de sartén como algo trascendental"(Fin de cita). En todo caso, el localismo de buena ley de Valera y el plus de su experiencia cosmoplita o diplomática, como se quiera, le sitúa por encima de la generalidad de los escritores españoles del siglo XIX. Algo que está en la base del interés que suscita Valera aún en nuestros días.
Juan Leña
Embajador de España.

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