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Cúbicos
27.03.2008 | Eduardo Luna Arroyo
La habitación de aquel museo hizo que mi débil conciencia se removiera en mis entrañas como una bola de fuego que abrasa sin piedad a los fríos rostros de la vida. Cuadros negros, líneas negras, curvas, triángulos, óvalos, rombos, pirámides, formas abstractas, pero negro, mucho negro, como si de una oscuridad etérea se tratare. Quise hacer una visita rápida al museo de la calle Principal porque decían que allí vagaban las almas de las miles de personas representadas por desparecer de esta tierra sin sentimientos y con muchas deudas a sus espaldas. Inocentes que un día quisieron hacer cúbicos sus sueños y en el arcén del destino dejaron escrito su testamento con un te quiero antes de partir. El diario de este día un tanto raro, lo estaba escribiendo en la última servilleta que le quedaba al vago de Harry en su antro sucio pero tierno. Las líneas rectas, las curvas, no me dejaban concebir el sueño y el milagro no llegaba porque el reloj se había parado sin pedir permiso. Ruido, caos, gritos, esperanza, todo eso pasaba por mi mente sin descanso. Niños, padres, madres, obsesión y alquitrán para humedecer aún más el llanto negro de un final sin créditos. La servilleta llegaba a su fin y el whisky también. A Harry le gustaba dejar encendida una bombilla mientras recogía el olor de todo un día porque la suciedad no estaba dentro del bar sino que estaba fuera.
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Constitución de la I República Cofradiera Egabrense
07.03.2008 | José M. Jiménez Migueles
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Susúrrame libertad a los labios
21.02.2008 | Eduardo Luna Arroyo
Los coches antiguos que circulaban por la ciudad, pintaban de negro el pasar invisible de una noche que se auguraba especial, dónde la prisa no quiso envolverme, ni matarme de stress, ni sudar al calor de un cigarrillo, ni ausentarse de un sofá sin tele, ni descubrirme sólo, ni quererme menos sin más, ni buscarme un amor de madrugada. Despacio caminaba hasta bajar a la estación de los ideales, de los perdidos, de los rotos, de los míos. Epopeya, respiraba por sí sola. No creía en dioses, ni paganos ni cristianos, Epopeya destilaba pasión, olía a rancio puro, sabía a vidas abiertas. Justo antes de subir al metro, me encontré con un periodista joven y astuto, su nombre era Fred Martins, escribía semanalmente la crónica política de aquella ciudad tan particular y ortodoxa. Me miró, lo mire, nos hablamos y como el que agarra su pecho ante el altar de las dudas, cogió mi mano y nos fundimos en un verso de medianoche. Sólo nos conocíamos de vista y antes de sacar un café, que sabía a veneno dulce, decidimos hablar a solas en medio del bullicio. Libertad, independencia de esta profesión tan puta y tan santa, susurros de realidades, crónicas de principio y fin. Fred, había sufrido en los últimos días presiones por parte de algunos grupúsculos políticos que no querían oír la verdad y censuraban mediante un teléfono tu verdad y tu salario. –Llevo varios días recibiendo llamadas y mi mujer sospecha hasta del ruido de mis llaves al entrar. La noche me abrasa y no concibo el sueño ni sintiendo el pecho valiente de mi mujer, que se casó con un reloj sin horas-.
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La decadencia de los símbolos
07.02.2008 | Felipe Osuna Manjón-Cabeza
Comienza la Cuaresma, una época mágica y misteriosa en la que se conjuga el recogimiento y la conversión con la bulla cofradiera, con ese hervidero en el que se convertirán nuestras calles gracias al ir y venir de gentes de un templo a otro para asistir a Cultos, Besapiés, actos cuaresmales, conciertos, pregones, exaltaciones y un largo etcétera de acontecimientos que abarrotan los fines de semana hasta la llegada del Domingo de Ramos. La Cuaresma, una época del año cargada de simbología, aquella que parece estar en decadencia y persecución en nuestros días, saturados de una memoria histórica que interpreta de forma particular los hechos que han marcado nuestro pasado más reciente.
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EL ACANTILADO
07.02.2008 | Eduardo Luna Arroyo
¿Como iba a imaginar yo lo que estaba viendo? La policía había bajado con sables de viruela en la mano a Epopeya. Jamás lo habían hecho porque quienes viajaban sin retorno a esta estación tenían la identidad caducada y el alma sin fecha. Estaban golpeando a un hombre al que le dolían más los insultos que lo golpes. Le gritaban como serpientes venenosas y no paraban de dar patadas en un trasero que estaba cansado e estar de pie en una silla. Él se llamaba Andrew, en el barrio le llamaban Papá y yo lo conocía por su increíble interpretación de la felicidad viviendo al son de un pesimismo con el que cenaba cada noche. Contaba con dulces melodías el saxo de Cutty que cuando se ponía a pedir en la puerta de las iglesias siempre le daba limosna al cura para que se tomara un café antes de irse a la cama. Su ropa, fue la última fotografía con la que despidió a su hijo en un tren que sólo Dios sabe que estación fría de la vida dejó más helada aún dejando a un padre huérfano de hijos. Cuando la policía hizo su trabajo sucio, Andrew aún seguía sonriéndome desde el suelo de la estación. Al levantarse noté que se dirigía a mí y con una voz dulce y un olor a pastelería de ricos, me dijo –tú eres el culpable de esto, sí, tú, has dado a conocer las miserias de los ricos de este lúgubre lugar y a la policía se les está yendo de las manos cada reivindicación-. Me quedé atónito y no supe reaccionar. Andrew quería contarme algo, pero no quería que se publicara y que su nombre fuera pisado por los que viven en la calle. Él era un hombre con suerte, decía, que su mujer murió para siempre cuando la descubrió besando a la vecina de al lado, su hija se marchó con un buen hombre que la llenó de riquezas para luego dormir cada noche en unos labios diferentes y su hijo, el más pequeño se marchó y sólo le queda el sabor de una lágrima que le dejó en el rostro antes de partir. Pero aún así, seguía pensando que tenía suerte.
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La ceniza del miércoles
05.02.2008 | José M. Jiménez Migueles
“Cofradías Egabrenses” marca el antes y después que para él supone estrenar este Miércoles de Ceniza. Como si de un sueño se tratara, se imagina desfilando el Viernes Santo, vestido de romano, al son de aquella melodía tan castiza que le enseñara papá, sin saber, ingenuo, que un año más el alcohol, la litrona y el vaso largo sustituirá a la trompeta, el casco y el capuchón. Su ordenador, es como una especie de archivo discográfico cofrade al más puro estilo Mateo Olaya, capaz de identificar una marcha escuchando tan sólo los primeros compases de la misma, archivo que el Emule, una vez más, ha permitido agrandar hasta lo inimaginable, contribuyendo así a la formación y al disfrute musical de este capillita, sin saber, tan ingenuo, que algunas instituciones nacionales y, por lo que se ve, políticas, lo consideran, en vez de un gran amante de la música, un vulgar ladrón. Allí, escondido entre una humareda de incienso que sus padres intentan en vano evitar cada tarde, navega en foros de Internet, es un hacha del Foro Sanedrín, donde encontró a tantos cofrades tan parecidos a él, sin saber, ingenuo, que en su pueblo hay decenas de analfabetos que tachan a todos los que, como él, participan en estas prácticas tan de nuestros días.
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El teatro de Cabra
29.01.2008 | José M. Jiménez Migueles
Me resulta irrisorio y ridículo el tiempo que gastan nuestros representantes en discutir el nombre que debe darse al nuevo teatro, como si fuera una mascota a la que todos queremos apadrinar. Ahora, todos se apuntan a la lucha de algo tan poco trascendente como es el denominar a un espacio escénico que, al fin y al cabo, todos llamaremos “Jardinito”, porque así se llamará por siempre a aquel escenario que perdimos y así se llamará por siempre al nuevo teatro que allí se asentará.
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Mira hacia atrás
24.01.2008 | Eduardo Luna Arroyo
La soledad de los días de invierno sesgaba un poco todas mis intenciones de salir un rato de aquel antro oscuro que era mi apartamento, que a veces cuando me hablaba sentía como si las paredes estrangularan mi libertad. Estaba cansado de ver la televisión y esos programas absurdos dónde venden a los más inocentes fajas para perder lo que nunca perderán y utensilios de cocina hoy, que no hay tiempo ni para saborear el olor de las cosas. Entonces y siendo inteligente una vez más, le di al click de la radio para escuchar el sonido de la madrugada y cartas iban y venían mientras la dulce voz de una locutora anónima paro en seco su comentario para hablarnos de los desaparecidos, de los que nunca miran hacia atrás, de los que hipotéticamente dejan de soñar sueños y se alían con las pesadillas más crueles.
Cerca de las cuatro de la madrugada me quedé dormido y a eso de las ocho de la mañana salí a dar una vuelta para comprobar que el día volvía a ser frío y que a mi primavera soñada aún le quedaban algunos días de reposo. En la prensa, de aquel domingo serio y negro, aparecían las fotos de tres niños, uno de ellos llamado Yeremi, una niña llamada Amy y una tercera llama Mariluz, sus rostros reflejaban sueños, vida, sencillez, expansión, proyectos y un guión sin escribir.
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De bache en bache
22.01.2008 | Felipe Osuna Manjón-Cabeza
Cuando me dispuse a sustituir mi antiguo coche, un Ford Escort del año 1995, medité profundamente para no hacer una inversión en balde. Exigía un vehículo que tuviera entre otras prestaciones, la suficiente potencia para salir de cualquier apuro (aquellos que tantas veces nos sorprenden en nuestras malditas carreteras), comodidad, espacio interior, seguridad activa como frenos ABS y pasiva, etcétera. Al final encontré lo que buscaba a un precio más que razonable. Una de mis grandes pasiones es sentarme al volante y disfrutar de la belleza del amanecer mientras me dirijo a cualquier lugar de trabajo, a perderme por cada rincón de nuestra tierra, a vivir la Pasión de Cristo representada por las calles Cordobesas o Sevillanas a primera hora de la tarde y en las Egabrenses cuando cae la noche, a disfrutar de tantas y tantas cosas que nos ofrece esta bendita tierra a pocas horas de nuestra ciudad, al estar situada en el corazón y centro geográfico de Andalucía.
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En tus pies descalzos
18.01.2008 | Eduardo Luna Arroyo
No quise darme cuenta de que la ventana de mi habitación gritaba desesperada para que la cerrara y no dejara entrar más el frío de la noche que besaba mi rostro en plena pesadilla. El techo giraba a mí alrededor y la televisión seguía emitiendo basura desesperadamente. En ese preciso momento algo ocurrió, un vaso se caía en el suelo del baño y un llanto tan dulce como terrible helaba el rojo de mi sangre caliente. Que pasaba?. Quién era aquella mujer y que hacía allí?. Recuerdo haber bajado a Epopeya pero nada más, sólo el intransigente olor a tabaco de mi abrigo negro me hacía rememorar las horas previas a aquel encuentro, que en ningún caso era fugaz. Me levanté de la cama y tengo que reconocer que un escalofrío recorría mi cuerpo frío y cansado como un ciprés cuando escucha crujir el corazón de quienes yacen a sus plantas. Abrí la puerta del baño y allí estaba ella, Alice, la hija de un viejo amigo que abandonó el placer de vivir para ingresar en prisión después de un sucio ajuste de cuentas. Ella, destrozada, vacía, esperando unos brazos que le dieran el calor que no conocía ni cuando la pasión la hacia más hembra en camas ajenas. Aún así, no entendía porque estaba allí. Después de secar sus lágrimas en las palmas de mis manos que rejuvenecieron diez años al tocarla, entendí todo lo que había ocurrido. Lo de siempre, su padre desde la cárcel la había metido en un lío complejo, aburrido y corrupto. Alice, huérfana ella, había vuelto a consumir cocaína y también a traficar con ella.
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