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José J. Delgado: “El viento pasa y se va”

12.11.08 - Escrito por: Antonio Suárez Cabello

Este 2008 que acaba es el año del centenario del natalicio del gran payador Atahualpa Yupanqui. Aún algunos conservamos vinilos del poeta, compositor, guitarrista y cantante argentino Héctor Roberto Chavero, quien tomara su nombre artístico en homenaje a sus antepasados indios, y que dejó tantas emociones en muchos corazones. Por ejemplo, en el del poeta José J. Delgado.

Entre los documentos del archivo de la familia Delgado-Silva, pertenecientes al poeta egabrense, localizamos un poema dedicado a Yupanqui que ignoramos si fue publicado, y que nos sirve para evocar esta efemérides que no queremos dejar pasar. Poema a cuyas estrofas introducimos un breve comentario, buscando la profundidad de los versos.

Pepe dice que conoció a Yupanqui oyendo sus canciones, pero lo encontró definitivamente leyendo su libro ‘El canto del viento’ (1965), y a partir de ahí, comenta en su brevísima introducción a la poesía, “sólo sé decirte, sin conocerte personalmente, que la amistad queda en ese Viento amigo que pasa y se va”.

Desde luego, oír a Yupanqui y a su guitarra es, como dice la contraportada de alguno de sus vinilos, “rendir un sincero momento de admiración al arte musical que encierra cada una de sus versiones. Pues representa la figura imperecedera, ejemplo de futuras generaciones en busca de un verdadero valor popular”. Leer ‘El canto del viento’ es compartir que el viento pasa, y se va, aunque deja sobre los pastos –dice Yupanqui- las ‘yapitas’ caídas en su viaje; es decir, las cuentas de un rosario lírico que soportan el tiempo, el olvido y las tempestades.

La huella de la lectura del libro es evidente en la creación del poema de Delgado, cuestión que no elude el poeta pues la intertextualidad es consciente y declarada por el autor que hace suyas algunas palabras del original creativo, en comunión plena; cuestiones estas que algunos interpretan erróneamente.

Decía Yupanqui en el prólogo de su libro que “corre sobre las llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso. En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los hombres, los montes y los pájaros van a parar a la hechizada bolsa del Viento”.

José J. Delgado inicia su poema evocando los mismos paisajes naturales que Atahualpa señala para el céfiro pampino:

Corre sobre las llanuras,
las selvas y las montañas,
ese Viento generoso
que cantando las vidalas
va silbando por las tierras
argentinas de la pampa,
o llevando acompasado
el ritmo de la baguala
-aguda punta de flecha
redoblante de la caja-,
o los múltiples cantares
de América castellana.

El estilo musical de la vidala y la canción popular del noreste de la Argentina, la baguala, de característicos ascensos tonales que se acompaña con caja o tambor, son referencias obligadas en el inicio del poema. A continuación, el poeta quiere conocer personalmente al autor de ‘El canto del viento’, y confiesa plenamente su identificación con él, puesto que sus pretensiones quiere hacerlas suyas

Toda la llanura tiembla
como tiemblan las guitarras;
igual que mi voz se rompe
del peso de la nostalgia
queriéndote conocer,
haciendo mías tus ansias,
desde la bendita tierra
que lleva el nombre de España.

Decía Yupanqui en su libro que el Viento, después de llenar su hechizada bolsa, esta revienta y “deja caer sobre la tierra, a través de la brecha abierta, la hilacha de una melodía, el ay de una copla, la breve gracia de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón escondido en la curva de una vidalita”. De ahí que el poeta egabrense quiera ser beneficiario de los desprendimientos del Viento y recoger alguna ‘yapita’:

Viento, yo soy tu amigo
que recoge las hilachas
que vas dejando prendidas
en matorrales y zarzas.
Infinito, generoso
de sonidos sin palabras.
Grito, canto, silbo, rezo.
Verdad cantada o llorada.

El poeta, en la siguiente estrofa del poema, se dirige personalmente al Viento para confesarle que en su alma tiene clavada una astilla bondadosa desde que oyó al cantautor argentino, lo mismo que nos sucedió a muchos:

Viento, deja que te diga
que Argentina se me clava,
como espina generosa,
en el centro de mi alma
desde que oyera cantar
al argentino Atahualpa.

También saca a relucir en el poema el patriotismo nacional. En esta ocasión a través de la simbología de las banderas de ambos países que se hermanan en felicidad, aunque en distintos márgenes:

Azul y blanca bandera
y la mía roja y gualda
juegan con vientos y olas
desde orillas separadas.

En la última estrofa el poeta pide al Viento (Huayra) que le cuente sus secretos, tratando que sus versos lleguen a él y los deposite donde mejor le satisfaga, siguiendo el ciclo señalado por Yupanqui. Atahualpa decía que “hay que hacerse amigo, muy amigo del Viento. Hay que escucharlo. Hay que entenderlo. Hay que amarlo. Y seguirlo. Y soñarlo”. De ahí que Pepe Delgado termine su poema buscando esa amistad:

Huayra dime tus secretos
mientras suena la guitarra
y funde mi corazón
con los criollos de la pampa.
Caminos en las llanuras
y en la mar que se remansa
para que lleguen mis versos
que me afloran por el alma
hasta ti, mi Viento amigo,
y dalos a quien te plazca.

P.D. Rogamos al paciente lector que realice una nueva lectura, pero sólo del poema, saltando los comentarios, para disfrutar más plenamente de sus versos. Gracias.

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