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MANUEL OSUNA BUJALANCE, 1930-2020
13.11.20 - Escrito por: Lourdes Pérez Moral
 En cierta ocasión me comentó que el arcipreste y párroco de la iglesia mayor de Cabra, Andrés Caravaca Millán, cayó de bruces en el coro y lloró amargamente. Habían transcurrido poco más de dos décadas de una fundación con menor número de almas pero con ingresos que la matriz ya quisiera y fábrica que no necesitaba de reparaciones.
Aquella anécdota, que alguien hubo de contarle, marcaría su vocación aun cuando fuera consciente que tendría que aunar esfuerzos para hacer partícipes como herederos no a una feligresía sino a un pueblo y más cuando se había cruzado la puerta del semanero donde latía, con gran fuerza, la historia.
Ordenado sacerdote en 1955, pudo ampliar estudios pero rehusó. Dejaba atrás un expediente académico sobresaliente porque anhelaba un destino cuya espera transcurriría pacientemente: San José de los Jarales en Lucena, Nueva Carteya -donde afrontó su primera restauración- y Aguilar de la Frontera. Hasta 1962 no fue nombrado regente y más tarde párroco de la egabrense Asunción y Ángeles. Ya para entonces la iniciativa del hijo de la Micaela empezaba a fraguarse ante la obra destructora del tiempo. Llamó a puertas para exponer las muchas quiebras en muros, arcos y bóvedas que estaban lesionando aquella estructura centenaria. Lo consiguió aunque hubiera de renunciar, no sin dolor y pena, a su vigilancia.
Vendrían otros cometidos pero ahora tendría a los más leales que no fieles escuderos. Imposible hacer una recesión en materia de patrimonio cultural y más cuando en su discurso de despedida manifestó que "no sería elegante, pertenece más bien a todos los que hemos vivido los esfuerzos que en cada momento, no sólo de mi vida sino también de la vuestra, se han ido demandando". Era 2005. La corona de la justicia se tornó en aplauso pero hizo un gesto con la mano: "ahora -dijo- habla la persona, no me marcho con pesimismo aunque debo de confesaros que sí con nostalgia. Pido públicamente perdón si a alguien he podido defraudar, herir o dañar. Nunca fue propósito mío".
Ya como emérito, su ánimo sólo despertaba cuando alzaba la mirada en busca de una silueta. Comprendí entonces que aquello que nos rodea es fruto de una herencia siempre viva y cuyos beneficios son infinitos en base a la perseverancia y al respeto. Hasta el final de sus días mantuvo la máxima de amar aquello que conocemos y proteger aquello que amamos.
Descanse en paz el sacerdote ilustrado y humilde de poderoso auxilio.
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