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El chalet: pedagogía y demagogia

23.05.18 - Escrito por: Javier Vilaplana Ruiz

De alguna forma, había algo en la, tan comentada por propios y extraños, compra del famoso chalet por parte del Secretario General y la portavoz parlamentaria de PODEMOS, que no terminaba de cuadrarme.

En un primer momento, y aún no compartiendo la decisión de los líderes del partido morado de irse a vivir a una idílica villa (y ello por muchos de los mismos motivos que se han publicado ya y que tienen que ver con la afrenta que supone respecto a determinados valores de izquierda representados por la bien entendida austeridad militante defendida, entre otros, por Julio Anguita o Marcelino Camacho), me resistía a caer en el ajusticiamiento popular que, si bien procedía inicialmente de la artillería enemiga (muy interesada en caricaturizar cualquier decisión, en principio legítima, de todo aquel que se auto referencie "de izquierdas") luego parece que se ha ido haciendo (¿dirigida o interesadamente?) transversal y viral

Así las cosas, consideré pertinente releer al imprescindible filósofo marxista Gerald A. Cohen quien en su detallado y riguroso ensayo "Filosofía política y comportamiento personal", incluido en su conocido y sugerente libro "Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?" aporta una decena de argumentos lógicos que permiten armarse de razones para intentar justificar, analíticamente, la supuesta aporía existente entre quien piensa algo y aparentemente actúa de forma contradictoria. Especialmente quien se reputa cercano al ideal igualitario y, al mismo tiempo, vive una vida relativamente acomodada.

Rearmado con la batería de razones hilvanadas por el profesor de Oxford volví al caso del chalet de Iglesias y Montero, y aún a pesar de que, nuevamente considerado el asunto seguía sin compartir la elección relativa a su nueva vivienda, reparé en dos cuestiones.

La primera. Que no se habrían equivocado, necesariamente, los flamantes propietarios en su decisión -que, insisto, no comparto- de compra, pues la misma admitía defensas lógico-filosóficas provenientes de la herencia intelectual marxista (el citado Cohen). Sin embargo, los interesados carecerían de mecanismos para hacer vales sus alegatos y ello fruto de sus decisiones anteriores, lo que se desemboca en la siguiente cuestión.

La segunda: que la pareja de políticos se encuentra, por propia voluntad, en un terreno de juego que no permite la defensa o argumentación racional y en el que de nada sirven los eventuales juicios fundamentados (que, por otro lado, no he leído que hayan dado), que esforzadamente pudieran ofrecer.

Como se sabe, en Derecho existe una regla que se extiende a todos los procesos en los que existe una controversia: el principio de igualdad de armas. Pues bien, ese canon de equidad procedimental no concurre en este caso y ello porque, los propios interesados eligieron previamente para sus anteriores batallas políticas un marco referencial basado en aspectos emocionales, retóricos, simbólicos y propagandísticos. Un escenario en el que sus rivales se sienten muy cómodos y en el que, ahora, cualquier pretendida argumentación se ve rechazada por aseveraciones de aquella misma naturaleza demagógica.

La demagogia y la pedagogía, aún a pesar de compartir parte de su etimología griega, se parecen tanto como un huevo y una castaña.

El discurso de izquierdas en España desde principios de los ochenta, cuando Julio Anguita se hizo Secretario General del PCE primero y Coordinador General de IU después se basó, esencialmente, en una suerte de enseñanza mayéutica, más interesada en primar la reflexión reposada frente a la efervescente emoción. Programa, programa, programa.

Sin embargo, de la concreta y dramática situación de crisis padecida desde 2008 nació un movimiento político -abrazado por tantos y tantas- que apelaba a otras reglas de juego. Probablemente las razones populistas fueron tan importantes, inevitables y necesarias entonces como ahora resultan opresivas, pues unos los manejan (con ayuda diversa) mejor que otros.

En un hipotético tablero regido por las, ya abandonadas, reglas de la pedagogía progresista, los líderes de PODEMOS podrían tener una opción para, en igualdad de armas con quienes les critican, aportar sus razones y tratar de justificar su decisión -según Cohen, cuando alguien justifica algo es porque entiende, aún a pesar del rechazo de los demás, que ha actuado correctamente-. Incluso podrían seguir representando legítimamente a mucha de la gente a quienes otros no representan (personas trabajadoras y profesionales que, aún llegando a fin de mes, anhelan un reparto equitativo de la riqueza y de las cargas sociales, la implantación de valores republicanos o el sometimiento de las reglas del mercado a los valores humanistas).

Lamentablemente, la política-lodazal que nos envuelve y que, precisamente, lleva a las primeras páginas de todos los medios esta cuestión del chalet (asunto que, por otro lado, los propios Iglesias y Montero, en un claro error, han convertido en tema público y político al someterlo a un infame referéndum sobre su continuidad. Han caído en la trampa) ha sembrado un campo de minas en el que las razones ya no valen nada y en el que cualquier alegato de los del partido del círculo suena a disculpa -también siguiendo a Cohen, cuando alguien se disculpa por su actuación reconoce que podría haber actuado de otra forma, y ya sólo aspira a evitar la condena o al menos, minimizar su rigor-.

En su libro "El gobierno de las palabras", Monedero cita al gran maestro polaco de ajedrez Tartakower, y hace suyo aquello de que "la táctica consiste en saber qué hacer cuando hay algo que hacer. La estrategia, en saber qué hacer cuando no hay nada que hacer".

Se antoja pues necesaria una nueva estrategia política. Las tácticas actuales no sirven frente a un poder rearmado y reposicionado que se mueve cómodo entre falacias, emociones, miedos o promesas vanas. El sueño de la demagogia produce monstruos.

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