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Las Huertas de Cabra (y III)

07.07.20 - Escrito por: Antonio Moreno Hurtado

Uno de los documentos más interesantes que hemos localizado sobre este tema es el inventario de bienes del hortelano Antonio Jiménez de Luque Márquez de Morales.

El día 19 de marzo de 1770, ante la Justicia local y el escribano Plácido García Montero, en presencia de su viuda, doña Josefa de Toro Villatoro, se inicia la valoración de sus bienes. Tiene dos hijos: Juan y Feliciana.

Se han nombrado como apreciadores al sastre José de Ayala, a la costurera Isabel Cubero, viuda de Francisco Gallardo, a Antonio Sequeira Mediavilla, maestro de calderero, a Vicente Izquierdo, maestro de carpintero y a un pariente, Francisco Márquez de Morales y Varo, "hortelano viejo e inteligente".

Hay un relato muy detallado de los utensilios, productos de la huerta y otros objetos que se encuentran en ella, con los precios correspondientes. Así, sabemos que la fanega de trigo se estima en cuarenta y ocho reales y medio. Del mismo modo, se nos dicen cantidades y precio de las "habichuelas judías", el mijo, la linaza, el maíz, las habas, las habichuelas blancas, la escaña, la hoja de morera o su semilla. Figuran canastos, cortaderas de mimbre, aparejos de labranza... Incluso se valora la choza que había construido en vida en la huerta.

Por otro lado, los propietarios de las huertas se obligaban a pagar un impuesto anual conocido como el "Voto de Santiago", que obligaba a aquellos hortelanos que sembraran más de diez fanegas de semillas al año, lo que originó no pocos pleitos.

El Voto de Santiago surgió con motivo de la batalla de Clavijo (año 844), que los cristianos creyeron se había ganado gracias a la ayuda del Apóstol, acordando los monarcas españoles que había de compensarse con una parte de las primicias de las cosechas y vendimias. Más adelante, en el año 1643, este impuesto se institucionalizó como una ofrenda nacional a la Catedral de Santiago de Compostela, que duró hasta el año 1812, en que fue abolido por las Cortes de Cádiz.

No podemos olvidar otros huertos urbanos, como los de la calle de los Huertos de Herenas, que se regaban con los acuíferos y pozos naturales que brotaban en muchas de sus casas. Unas aguas sobrantes que salían, al final de la calle, por el llamado "chorrón" hacia el río Cabra.

Un huerto grande había también en el llamado "Jardín de los Córdobas", en pleno centro urbano, en el interior de la gran manzana que forman las actuales calles de José de Silva, Cervantes, José Solís y Plaza Vieja. A principios del siglo XVI pertenecía a los Fernández de la Cruz, parientes de los condes de Cabra, que poseían casi toda la acera izquierda de la calle José de Silva y buena parte de la de Cervantes, donde tenían herrerías y el edificio del Alhorí, frente a la calle del Horno Grande.

Uno de sus miembros, el vicario Diego Fernández de la Cruz, donó varias casas para fundar en ellas dos hospitales, que luego pasarían a ser administrados por la Orden de San Juan de Dios. De ahí que la calle se conociera, en adelante, como calle de los Hospitales y la de Cervantes como la de las Herrerías.
El jardín y huerto de los Córdobas se regaba con el riachuelo que bajaba de las Huertas Altas a lo largo de las calles de las Parras, Parrillas y Horno Grande.
Alrededor del casco urbano, entre las riveras del arroyo de la Tejera y el río Cabra, aprovechando zonas no edificadas, se encontraban algunos otros huertos familiares.

En la primera mitad del siglo XVI todavía no existía la calle de Norte, con lo que lo último edificado eran los patios y corrales de las casas de la calle del Tejar, quedando un buen espacio libre hasta la ladera del arroyo.

Lo mismo ocurría, más arriba, con el primer tramo de la calle de Baena, a partir de los Arcos de entrada a la población. Las traseras de estas casas daban directamente a la ladera, dejando bastante terreno sin ocupar.

La calle del Mimbrón era mucho más corta y al final de la misma había una pequeña fuente, que manaba allí mismo.

Esta franja, en algunos puntos bastante ancha, permitía la existencia de huertos, que llegaban hasta lo que hoy son las Sandovalas.

Por otra parte, en la ladera del cerro de San Juan Bautista, con el agua de la Fuente de San Juan se regaba una serie de huertas que abastecían de productos a los vecinos de la zona.

De una de ellas, en la que se encontraba la Fuente de San Juan, hay noticias desde el año 1558.

Esta huerta, con el tiempo, pasó a propiedad de los duques de Sesa y se arrendaba por años, con otras propiedades ducales, como las huertas de las Islas del río Cabra.

El día 17 de febrero de 1782, ante el escribano Juan de Alcalá y Pérez, se arriendan la huerta y fuente de San Juan a José García, vecino de Cabra. La huerta se conocía ahora con el nombre de huerta de Murillo y era de regadío, con árboles. Se alquila por seis años, con una renta anual de 1.145 reales y 28 maravedíes anuales. El arrendador responderá con unas casas que tiene en la calle de Priego, esquina a las de Santa Lucía y Mezcua, que lindan por la calle de Priego con casas de don Jerónimo Enríquez de Herrera. Otorga la escritura don Antonio Coello de Portugal, administrador de las rentas del duque.

Las escrituras de arrendamiento de las huertas de las Islas las solía firmar el Tesorero de duque en Cabra. Se solían contratar por el plazo de seis años y casi nunca se aceptaba pago en especie.

El día 22 de agosto de 1770, ante el escribano Juan de Alcalá Pérez, el hortelano Francisco Vázquez de Porras puja en almoneda pública para obtener el arrendamiento de las suertes 12 y 13 de la Islas del río, que son del duque de Sesa y se encuentran en el partido de las Bajas. Se haría por seis años, a contar desde el día de San Miguel siguiente. Pagaría 700 reales al año.

El duque había aceptado el remate en favor de Vázquez y ordenaba que se otorgara escritura pública. En su nombre interviene su Tesorero y administrador don Antonio Coello de Portugal. En el contrato se indica que el hortelano se obliga a "cultivar y estercolar" la huerta y sus árboles, así como quitar zarzas y malezas. Debe también "limpiar y aparar" los árboles, así como plantar los árboles que cupieren e injertarlos.

Ha de poner, también, "en las veras del rio, toda la madera de mimbrón y álamo blanco que cupiere", así como regarla y cuidarla.

También se obliga a tener las acequias "limpias y corrientes" y renuncia a la potestad de traspasar el arrendamiento a otras personas.

En cuanto a las condiciones económicas, se indica que "no se podrá alegar esterilidad por falta o sobra de agua, ni niebla, tempestad, langosta, piedra, fuego, hurto, saqueo, hueste de enemigos, ni por otro caso insólito, pensado o no, venga del cielo o de la tierra". Es decir, el duque va a recibir el importe de la renta, pase lo que pase. De manera que el pobre arrendatario renuncia expresamente a las leyes "de la Esterilidad" y otras que hubiera en su favor.

Para ello, hipoteca unas casas que tiene en la calle de Santa Ana, linde por arriba con los herederos de Francisco Jiménez y por abajo con casas de Juan Lopera. Están cargadas con un censo de doce reales anuales en favor del vínculo del Bachiller León. Intervienen como testigos Vicente de Olmedo, Juan Jiménez y Diego Luis Sauriano.

Hacia el año 1777 ocupaba el cargo de Tesorero Francisco de Luque de Morales que, en ese año, otorga el arrendamiento de dos suertes, las número 14 y 15 de las Islas, a Nicasio Padilla, con la renta de 1.848 reales y 32 maravedíes anuales.

En el año 1783, nos encontramos con un curioso pleito iniciado por el hortelano Cristóbal Martín de la Hinestrosa. El día 25 de septiembre, Cristóbal se presenta ante el corregidor don Francisco de Baena y Mármol, en presencia del escribano Sebastián Campisano Mora. Denuncia que ese día, "entre las diez y once de la mañana", había encontrado en su huerta, en el partido del Pedroso, a tres hombres "robándole en un nogal". Al recriminarles, le habían amenazado con un cuchillo y le habían tirado piedras. Declara que había reconocido a uno de ellos, llamado Antonio, hijo de Pedro Jiménez. El corregidor orden el ingreso de Antonio en la cárcel.

En el año 1792, ante el escribano Joaquín Contreras Lozano, el Concejo local y los hortelanos del partido del Pedroso llegan a un acuerdo con don José Vicente Anselbi, dueño del Martinete, sobre el uso del agua que viene del manantial grande de la Fuente del Rio. Anselbi se obliga a devolver a la acequia el agua en buenas condiciones, tras su paso por su complejo.

De manera que llegamos a comienzos del siglo XIX.

En el acta capitular del día 2 de julio de 1810, leemos lo siguiente:
"Es interesante y justo que este vecindario esté completamente abastecido de frutas y legumbres de las que se crían en su término con preferencia a todo otro. Para ello conviene se forme un arreglo por escrito, en el cual consten los hortelanos que deben concurrir cada día a la Plaza y con qué frutas y legumbres...". Los obligados sufrirán una multa de dos ducados por cada día que faltaren y si fueran más de dos días, pena de cárcel. Se comisiona al Síndico Procurador General don Antonio José de Vargas para reunirse con los alcaldes de las aguas y confeccionar una lista de hortelanos y los días obligados a acudir con sus productos a la plaza pública.

El acta del Cabildo del día 13 de julio nos da nuevos datos de interés. El día 8 se había celebrado una reunión de los alcaldes del agua y de las huertas para organizar proporcionalmente el suministro de hortalizas y frutas a la villa, a partir del domingo 15 de julio. Había mercado todos los días de la semana y se encarga a cada alcalde del agua la coordinación de las huertas por zonas. El Alcalde Mayor de las Aguas, Tomás Pérez, se encarga de organizar la distribución de las Altas. Controlará 88 huertas Las Huertas de Jerez y Rincón de Monturque las coordinará Antonio Moreno. Se trata de 12 huerta:
Las de Prado Quemado están a cargo de Fernando de la Sierra. Son 20 huertas.
Las Islas del Río las llevará José del Rubio. Un total de 20 huertas.
Las de Cabeza Gorda están a cargo de Feliciano Espinar. Se trata de 30 huertas.
Las de la Alcantarilla las llevará José Moñiz. Son 12 huertas.
Las de la Fuente de las Piedras las va a llevar Antonio Vázquez. Se trata de 18 huertas.
Las del Pedroso están a cargo de Francisco Jiménez. Son 12 huertas.
Las de Jarcas las llevará Bernabé Moreno. Se trata de 4 huertas.
Total de "pueblas de huerta y árboles": 226.

No se obliga a los hortelanos de otras zonas más dispersas como los de Gaena, Guadalazar, Riofrío o el arroyo de Santa María.

Los alcaldes del agua se comprometen con el Síndico a que, diariamente, habría un mínimo de 30 hortelanos locales con sus productos en la Plaza.
Cada alcalde garantiza un número mínimo para su zona. Tomás Pérez, diez. Antonio Moreno, dos. Fernando de la Sierra, tres. José del Rubio, tres. Feliciano Espinar, cinco. José Moñiz, dos. Antonio Vázquez, dos. Francisco Jiménez, dos. Bernabé Moreno, una.

Sigue un cuadro con la disposición de los días y los hortelanos de cada zona, para la semana que comenzaba el domingo día 15 de julio.

El estado de conservación del libro de actas es deficiente, por lo que no se puede leer la totalidad de los nombres de los hortelanos que allí se citan.

Por otra parte, no hay distinción entre los hortelanos que son los propietarios y los que son solo arrendatarios, por lo que en el cuadrante puede figurar el nombre del propietario, como sucede en el caso de una huerta en el partido de Jarcas que era propiedad del presbítero don Pablo Mateos y Baena, rector de la iglesia parroquial y que, como es lógico, no iba a ponerse a vender hortalizas en la plaza del pueblo el día de la semana que le tocaba.
Por el año 1825, el Hospital de Beneficencia poseía una huerta de riego al principio de la calle de la Cruz, esquina a la calle del Arquilla, lo q
ue indica hasta donde había edificación regular en dichas calles por ese tiempo.

Hacia el año 1838, una huerta de 20 celemines en las Altas pagaba de renta 830 reales al año.

En el año 1844, ante el escribano Francisco José Pastor, don José Beleña Chumillas toma en arrendamiento una huerta propiedad de Mateo Zafra Capote, en el partido de Jerez y Rincón de Monturque, en el término de Cabra. Se trata de una huerta pequeña de riego, de una fanega de tierra, en la que hay nogales, manzanos, camuesos y sermeños. Está lindera con otra del arrendatario. Lo hace por tres años y una renta global de 1.700 reales.

Un hecho histórico para Cabra fue la construcción del Paseo pública en una huerta del extinguido convento de San Juan de Dios.

La propiedad de la huerta, que estaba detrás de la ermita de Santa Ana y era conocida como la "huerta grande", correspondía al convento citado desde finales del siglo XVI hasta el momento de la Desamortización de Bienes Eclesiásticos del año 1835.

En el archivo histórico del Ayuntamiento de Cabra se conserva el expediente mediante el cual el Caudal de Propios de Cabra adquirió, mediante permuta, la "huerta grande" del antiguo convento y hospital de San Juan de Dios. A cambio, El Caudal de Propios cedió al Establecimiento de Beneficencia unos terrenos que tenía junto a la Fuente de las Piedras.

En Cabra, el día 25 de marzo de 1848, se reúnen los responsables de ambas instituciones para firmar el acuerdo. En él se indica que se hace para construir un "paseo público".

Hay noticias de que la huerta original del Paseo, que era de riego y arboleda, tenía bastantes frutales, entre los que destacaban membrillos, manzanos, nogales y perales.

A título de curiosidad, señalaremos que en el Cabildo del día 3 de marzo de 1853 se acordó vender seis nogales y un cerezo que todavía quedaban en el Paseo, procedentes de la huerta primitiva. Se tasaron en 710 reales por el carpintero José María Toscano.

A principios del siglo XX, los cultivos de regadío ocupaban 728 fanegas de tierra, los de secano unas 15.000 y 1763 de viña. El resto se dedicaba a monte bajo, encinar y pastos. Todo ello muy reducido en el día de hoy, salvo el olivar, que ha ido creciendo.

Durante siglos, los productos de las huertas de Cabra han sido apreciados en alto grado por los vecinos de otras localidades andaluzas, hasta donde podían llegar los hortelanos egabrenses.

Hemos tenido ocasión de hablar con gentes de Córdoba, Sevilla y Málaga que nos hablaban entusiasmados de las finas legumbres, hortalizas y exquisitas frutas que "un hortelano de Cabra llevaba todos los días a la plaza de su pueblo".

El resultado de regar las huertas con agua limpia, salida del manantial, que garantizaba finura y salubridad.

Algo que se notaba en el ambiente, ese olor agradable de las huertas de Cabra, salvo cuando tocaba estercolar los suelos para su enriquecimiento.

Qué paseos por la Senda de Enmedio y el olor de los membrillos de la huerta de Luna, junto al Campo Chico, con su gran estanque, que daba envidia al volver de jugar al fútbol.

Unos membrillos de los que el padre de nuestro amigo Rafael Luna Canela escogía las mejores varas para mandarlas a don Higinio Grimaldo para mantener la disciplina de la clase. Unas varas que solía llevar Rafalito Luna y no era raro que fuera el primero en probarlas.

Si habías preferido subir al campo de Villa Lourdes, no podías olvidar hacer una parada, al volver, en la huerta que hoy es Asilo de Ancianos, donde se criaban unas zanahorias de las de verdad, no las famélicas anaranjadas de origen holandés que se nos han impuesto ahora.

Las zanahorias moradas de las huertas de Cabra, que ahora reivindican en Cuevas Bajas, te manchaban los labios con tonos azul oscuro, morado, naranja o amarillo, según la franja que hubieras mordido.

Pero, para ello, se exigía una táctica. Uno de nosotros tenía que distraer al perro en un extremo de la huerta, mientras otro entraba a arrancar un par de zanahorias.

Luego, riendo a carcajadas, bajabas hasta una fuentecita que había en lo que hoy es una gasolinera, frente a la Plaza de Abastos actual. Allí lavabas cuidadosamente las zanahorias y te dabas una refrescante merienda, con lavado especial de la boca para no ser descubierto, antes de volver a casa por la calle de San Marcos, como un niño bueno.

Seguro que otros jovencitos de otros barrios harían otro recorrido, porque tampoco era muy aconsejable que "los del Caz" se encontraran en descampado con "los de la Mae Vieja".

Si preferías el paseo por la orilla del río, allí por donde era posible, no era raro encontrar tiradas muchas patatas, tomates o cebollas que no daban la talla para ser comercializadas y que los hortelanos dejaban para comida de los animales. Una patatitas, cebollitas y tomatitos que hoy están de moda y por los que se pagan cantidades que no podían soñar los hortelanos de entonces.

No podemos dejar de recordar, tampoco, las maravillosas manzanas típicas de Cabra, una variedad colorista de la reineta castellana, cuya exquisita acidez añadía un toque especial a la mesa.

Un buen gazpacho casero, generoso en aceite, vinagre, sal, tomate, pimiento y pepino, sabe a gloria con unos dados de manzana ácida de Cabra. Tomándolas como postre, hacía casi innecesario el lavado posterior de dientes, gracias a la acidez y abundancia de su jugo. Una manzana hoy casi desaparecida, tal vez por la desidia de sus cultivadores o por la falta de rentabilidad del producto.

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