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El Alamillo, lugar vital y literario para don Juan Valera

27.10.14 - Escrito por: Antonio Suárez Cabello

En el 190 aniversario del nacimiento de Valera tuve la fortuna de visitar nuevamente El Alamillo; anteriormente lo había hecho en dos ocasiones, en fechas muy cercanas, acompañado de mi amigo Manolo Gómez y Juan Carrillo Nieto (llamado cariñosamente Juanele del Alamillo), uno de los propietarios actuales de las tierras. Fueron estas dos visitas preparatorias de la que haríamos el día 18 de octubre para conmemorar el natalicio de Valera, y que a través de Javier Ariza y la Delegación de Cultura y Patrimonio planificamos en un recorrido guiado, no exento de dificultades por un tramo del camino. Allí daríamos vida a algunos pasajes de la novela "Pepita Jiménez" y leeríamos fragmentos de sus cartas. Para ello contábamos con el Aula Municipal de Teatro que dirige Carmen Serrano.

La panorámica desde el cerro del Alamillo es la más genuina imagen del campo andaluz, y a nuestra memoria se acercaban los versos de Machado un tanto deshilvanados: las tierras soleadas de olivares prendidos de loma en loma cual bordados alamares, caseríos en los pliegues de la sierra, y hasta deberíamos haber gritado a los cuatro vientos, sin ningún pudor, los versos de don Antonio: "¡Venga Dios a los hogares / y a las almas de esta tierra / de olivares y olivares!" La verdad es que aquellas posesiones del Alamillo, en los tiempos que don Juan anduvo a pie o a caballo en todas las edades de su vida, eran viñas. Los restos de cepas aparecieron cuando muchos años después, en tierra calma, se plantaron de olivar, un producto más rentable en estos momentos y sin el peligro de la filoxera que arruinara la cosecha.

El Alamillo es escenario literario en "Pepita Jiménez". Lo que significó esta finca para Valera lo podemos adivinar en una de las cartas, fechada el 4 de septiembre de 1872, que dirige a su esposa, Dolores Delavat, cuando se encuentra en estas tierras tras la trágica muerte de su madre en accidente ferroviario y está solucionando todos los temas de la herencia: "Querida Dolores: La testamentaría de mi madre es un enredo, por desgracia, largo de explicar [...] no sería un buen negocio vender El Alamillo [...] Sería menester malbaratarle para venderle. Hay otras mil razones que se oponen a que lo venda yo, y no le venderé sino forzado. Entre estas razones está la de que mi padre crió y cultivó aquella finca, y la educación mía, y mi carrera, y el que Sofía haya llegado a ser duquesa de Malakoff y marquesa de Caicedo, Ramona, y yo senador y ministro plenipotenciario y subsecretario y todo lo poco que he sido, todo se debe al Alamillo y al cuidado de mi pobre padre, que lo entendía algo mejor que mi madre y sabía hacer producir a aquello para que mi madre viviese en Madrid".

En 1825, al padre de Valera, José Valera y Viaña, por herencia de su madre, se le adjudica la casería del Alamillo, con su lagar y bodega. A la muerte de éste en 1859 pasó a ser propiedad de sus tres hijos: Juan, Sofía y Ramona Valera y Alcalá-Galiano, en "pro indiviso". Siempre hablaría Valera en sus cartas de su tercera parte del Alamillo, y el no disponer a su gusto por aquello del "pro indiviso". Hasta su muerte estuvo pleiteando por aquella propiedad que empezó a añorarla a medida que se acercaba el final de su vida.

En la novela "Pepita Jiménez", don Luis de Vargas escribe a su tío el Deán diciéndole que su padre quiso pagar a Pepita el obsequio de la huerta y la invitó a visitar su cortijo, que distaba más de dos leguas del lugar de Pepita (Cabra). Allí se encaminaron a caballo y en mula por ser camino de herradura. Cuando llegaron a la casería y se apearon, dice el seminarista a su tío: "ya a pie recorrimos la posesión, que es magnífica, variada y extensa. Hay allí más de ciento veinte fanegas de viña vieja y majuelo, todo bajo una linde: otro tanto o más de olivar, y por último un bosque de encinas de las más corpulentas que aún quedan en pie en toda Andalucía".

Es en ese escenario de la naturaleza donde don Luis de Vargas se queda un momento a solas con Pepita, y fascinado por la belleza de la joven viuda comenta a su tío lo que le sucedió: "Entonces sentí por todo mi cuerpo un estremecimiento".

En los últimos años de su vida don Juan quiso volver a aquel lugar, y hablaba de comprar las otras partes "pro indivisas" a los herederos de sus hermanas; lo mismo que quiso comprar o alquilar la casa que le vio nacer. Emotiva resulta una epístola que escribe a Juan Moreno Güeto, fechada en Madrid un 13 de marzo de 1900: "Mi querido amigo y tocayo: Bien quisiera yo ir a Doña Mencía y a Cabra también. Entonces me acompañaría Periquito y le saldría el viaje más barato o no le costaría nada [...] En fin, allá veremos. [...] ¿A qué ir por ahí a ver lástimas? ¿Qué he de ver yo que no me apesadumbre; el Alamillo sin cepas, en ruinas y sin producirme un ochavo? Como estoy tan ciego, carecería yo de la consolación de ver las frondosas y lindas huertas de Cabra; y como estoy tan flojo de piernas, no podría ir de paseo a la Fuente del Río, a la Presa, ni siquiera a la Cruz del Atajadero".

El caserío, con la vivienda que ocupaban los Valera, la de los caseros, el lagar y la bodega del Alamillo están hoy en un absoluto abandono; solamente habita el olvido. Eso sí, la belleza del paisaje y un misterioso pozo entre olivos, en el que saciaban su sed todos los de la zona, dan un encanto especial a la finca, acaso mezclado con la nostalgia. Y frente a esas bellezas naturales, aunque sea como reliquia arqueológica, los restos de esta casería deberían ser conservados para siempre, y que se sepa que por aquellos lugares estuvo y vivió el insigne escritor egabrense don Juan Valera, diplomático y académico, y que también, en la ficción, Pepita Jiménez y don Luis de Vargas empezaron a escribir en aquel lugar su historia de amor.

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