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AIRES DE FRONDA
14.04.2008 - Escrito por: José Peña González
Las elecciones han terminado y los resultados son conocidos. A diferencia de lo que paso el 2004, hasta el momento presente nadie ha puesto en duda la legitimidad de la victoria socialista que fue uno de los temas monocordes de la anterior legislatura. Pero como es normal tras la confrontación electoral ya se perciben en el horizonte algunos nubarrones que afectan directamente a la estabilidad interna de algunos de los partidos que tomaron parte en la confrontación. Este tema forma parte también de la lógica de los acontecimientos. El vencedor ve reforzada su posición política mientras los perdedores se tienen que enfrentar a posibles disensiones internas. La derrota no reconoce a sus padres. Esa es una de las grandes diferencias con la victoria a la que suelen sobrarle los progenitores. La noche electoral se transforma asi en un test para todos. Hasta que los resultados son públicos y oficiales, todos los políticos ven su liderazgo en peligro. Luego la realidad va poniendo a cada uno en su sitio. La victoria ajustada del partido socialista y la derrota dulce del partido popular es lógico que produzcan efectos entre sus cuadros y sus bases. Por no hablar de la marejada de Izquierda Unida y la debacle final, aunque esperada, del partido Andalucista. Se alzan voces sobre la capacidad de Rajoy para conducir su partido a la Moncloa, hecho que pudo haberse dado de llevar a cabo una oposición de signo muy distinto al que pusieron en marcha en la última legislatura. Igual habría pasado con Rodríguez Zapatero de no ganar las elecciones. Esa misma noche se habría puesto en tela de juicio su liderazgo en el socialismo español por parte de los suyos. Ejemplos tenemos de ello en todas las fuerzas políticas, socialistas incluidos. Los partidos suelen ser muy contundentes a la hora del fracaso y se lanzan a la búsqueda de recambios que puedan facilitarles la victoria y ayudarles a superar la derrota. Y siempre es conveniente personalizar el fracaso porque ello nos libera de asumir colectivamente la responsabilidad del mismo.
Todo ello explica los movimientos que ya han empezado a darse en algunas de las fuerzas que se mueven en el paisaje político español. De ahora en adelante se anunciaran congresos, se buscaran otras alianzas, empezaran a constituirse nuevos equipos, abundaran las comidas conspiratorias y las cenas en que relucen los cuchillos y se hará realidad el famoso dicho del mas astuto e inteligente de los políticos occidentales del ultima mitad del siglo XX: el famoso Julio Andreotti quien advertía que la humanidad se dividía en tres clases: amigos, enemigos y compañeros de partido. Remataba afirmando que los últimos son los más peligrosos. Ahora mismo en los mentideros madrileños corren aires de frondas conspiratorias que abarcan todo el arco parlamentario. En unos para colocar sus peones en los escalones del poder y para copar la mayor cantidad posible de puestos en la magra administración publica. En otros, los perdedores, buscando una respuesta a la derrota que al final satisfaga a todos. Todo ello se va fraguando en las cocinas de los partidos generalmente muy distantes y alejadas de los militantes que con su esfuerzo y su voto hicieron posible que unos pocos constituyan la clase política en la que se integran y de la que viven. Los sociólogos de la política despachan esta situación considerándola simplemente como la expresión de la llamada Ley de Bronce de las oligarquías dominantes. Es curioso que el modelo democrático haya dado lugar y pueda coexistir con una práctica oligárquica que se da en todas las organizaciones. Ojala la recomposición política se haga de la mejor manera posible porque la democracia exige alternancia y para ello es absolutamente necesaria la presencia de fuerzas distintas que puedan convencer a la ciudadanía para que les ceda, tras unas elecciones, la antorcha del poder.
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