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14 horas
04.04.2008 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo
El vagón vacío de muchas vidas que vagaban con una alegría habitual en los que duermen entre dinero y lujuria, fue el retrato de la noche más larga de los últimos días nublados dentro y fuera de mi mismo. Antes de colgar el espacio de tiempo dónde habita mi descanso decidí buscar una historia más, cotidiana o no, en las páginas negras de Epopeya. Pero me encontré la rutina más sabrosa, Cutty seguía sin querer saber nada de mí y era difícil pagar su mirada con unos dólares, El Cristiano seguía durmiendo y rezando y durmiendo y rezando sin cesar. Kelly, de este individuo os hablaré algún día, perseguía a la luna como un lobo feroz y dormía sentado en su propia desdicha, un pobre desgraciado que lo tuvo todo y todo lo mató. El metro yacía vacío en la vía y entonces, antes de regresar a casa, me subí en el ascensor y conmigo un joven alto, con una mirada muy femenina y particular, sentí como el alma estaba intranquila. Va usted a la calle?, contesté, si por supuesto, pero no tengo prisa. Cuando el ascensor subía de la planta baja, en medio de aquel recorrido asfixiante e intenso, se paró y nos quedamos sin luz, en plena madrugada y guardando una distancia íntima, no mínima, entre ambos robándonos el silencio el uno al otro. Entonces pensé que de nuevo las coincidencias elementales de mi extravagante vida, habían vuelto a hacer de las suyas. Encendí un mechero y miré fijamente a los ojos de mi acompañante de madrugada. Nadie contestaba a nuestra llamada, era la una y el servicio técnico se había ido a dormir pronto aquella noche.
De repente, una mueca de dolor y rasgando el silencio de la oscuridad, el hombre de ojos de mujer, exclamó, estoy pasándolo mal, yo y mi bebé. No comprendía nada, el aire cargado del ascensor hizo de esa frase un palacio de un metro y medio. Le pregunté a mi invitado de letras y tinta. Tu bebé?, Dolor?, oye chaval de que hablas, siento no poder atenderte ni concentrarme en el grueso de tus palabras. Soy una mujer y un hombre, soy un incógnita y un afirmación, soy padre de un hijo y madre a la vez, soy el huracán de la naturaleza y la mentira de la ciencia, soy cuando no soy y no se si seré algún día o moriré sin ay! ni lamentos. Eres un hombre y has concebido a una criatura en tu vientre?. No crean queridos lectores que todo se desarrolló en minutos, habían pasado ya siete horas y seguíamos a la luz del mechero y de las pupilas que nos brindaron un haz de luz. No entendía ni comprendía lo que me había dicho, las horas pasaban y me relató su vida entre el asco y la desidia pero sonreía cuando su bebé movía su alma dentro de él. Fue una de esas situaciones extremas, intensas y llenas de color en una escalera que dejaba su cromatismo en la palestra de las intenciones. El nombre de este chico era, Jeremy, pero en la intimidad la llamaban Carla. Trece horas pasaban y a través de una línea delgada entraba algo de luz, ya había amanecido, lo último que le dije fue que lo suyo era antinatural, que era un estigma fiero y atemporal, no lo entendía, no quería comprenderlo, no y no y no y siete veces siete no. Cuando el reloj marcaba las tres de la tarde, nos sacaron con olor a resaca y los abrigos cubiertos de palabras que jamás se las llevaría el viento traidor. Adiós Carla, no me busques en tus sueños, tampoco en tus pesadillas, no comulgo contigo pero eres una criatura amable y única, un beso tierno para tus años sin tregua. Caí en la cama, destrozado, fueron catorce horas desesperantes, me tomé un vaso de leche caliente y el frigorífico se quejo al verme. Catorce horas y una vida, catorce horas y un caso para dormir abrazado, muy abrazado.
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