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Cúbicos
27.03.2008 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo
La habitación de aquel museo hizo que mi débil conciencia se removiera en mis entrañas como una bola de fuego que abrasa sin piedad a los fríos rostros de la vida. Cuadros negros, líneas negras, curvas, triángulos, óvalos, rombos, pirámides, formas abstractas, pero negro, mucho negro, como si de una oscuridad etérea se tratare. Quise hacer una visita rápida al museo de la calle Principal porque decían que allí vagaban las almas de las miles de personas representadas por desparecer de esta tierra sin sentimientos y con muchas deudas a sus espaldas. Inocentes que un día quisieron hacer cúbicos sus sueños y en el arcén del destino dejaron escrito su testamento con un te quiero antes de partir. El diario de este día un tanto raro, lo estaba escribiendo en la última servilleta que le quedaba al vago de Harry en su antro sucio pero tierno. Las líneas rectas, las curvas, no me dejaban concebir el sueño y el milagro no llegaba porque el reloj se había parado sin pedir permiso. Ruido, caos, gritos, esperanza, todo eso pasaba por mi mente sin descanso. Niños, padres, madres, obsesión y alquitrán para humedecer aún más el llanto negro de un final sin créditos. La servilleta llegaba a su fin y el whisky también. A Harry le gustaba dejar encendida una bombilla mientras recogía el olor de todo un día porque la suciedad no estaba dentro del bar sino que estaba fuera.
La habitación del museo quiso hacer un homenaje a los que pierden su identidad mientras cantan una despedida que está escrita desde hace tiempo. El arcén, las líneas negras, me estaba matando sin darme cuenta y el diario no quería escribir aunque mis gritos silenciosos buscaban el amparo de un renglón más. Esa gente que hace el viaje de su vida y se la deja en el intento. Esa gente que piensa en llegar y se queda con su vida a plazos entre las manos. Esas mujeres que comparten el silencio de un golpe y miran hacia atrás pensando, no os vayáis sin mi. Tenía que haberle hecho caso a Harry cuando me dijo, chico no vayas, recordarás algo que nunca pasará página en tu libro porque la tinta se secó para siempre en la página 26. Mis tíos se marcharon un día 26 antes de primavera y volvieron el 27 sin equipaje y refugiados en un invierno que iba a ser irremediablemente eterno. La carretera de las líneas curvas, rectas, interminables y llenas de lágrimas rotas al calor de su asfalto, un traje para vestir a la muerte sin coste alguno para ella. En el cubo de una nana, aprendí a subsistir sólo. La exposición Cúbicos había destrozado un día y alimentado un recuerdo. Harry a pesar de ser un tipo sin escrúpulos aceptó no acompañarme a casa. Sabía que la última crónica negra de este día tenía que escribirla yo sólo, si, sólo, abrazado a un recuerdo y a una ecuación con incógnita de números cúbicos, de sueños cúbicos, de espacios cúbicos.
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