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Rebajas
03.02.14 - Escrito por: Rafa Linero
Las rebajas, al contrario de lo que pudiera parecer, no son unas señoras de muy escasa estatura. Supongo que a estas alturas no habrá nadie por ahí que no sepa en qué consisten.
Por si acaso, a modo de resumen (no estoy exhortando a nadie a que haga operaciones aritméticas), lo explico. Durante una época del año algunos productos nos cuestan algo menos de lo que suelen hacerlo. Si lo adaptamos a otros aspectos de la vida sería como si durante unos meses se nos permitiera un cortejo menos trabajoso para obtener ese ansiado beso, como si no hiciera falta tanta lucha para conseguir las míseras migajas de felicidad con las que nos conformamos, como si no se nos exigiera un número tan alto de buenas acciones para alcanzar el cielo en el que cada uno crea.
El problema es que sólo lo han trasladado a algo mucho más mundano: nuestros salarios. Este símil no sería del todo acertado porque el cobrar menos parece que se asemeja más al concepto de remate (no es esa bebida argentina o uruguaya) final que al de rebajas, por lo definitivo del asunto.
Volviendo a estas últimas, si reflexionamos (no digo que doblemos alguna articulación) un poco, las rebajas llegan justo después de que nos hayamos dejado los higadillos comprando los regalos (no son unos señores muy de las Galias) navideños. Sigo con las comparaciones. Es como si nuestra pareja nos dijera que nos quiere cuando ya nos ha abandonado. Si nuestra banda de música favorita empezara a tocar las mejores canciones de su repertorio cuando el recinto del concierto está ya vacío. O el homenaje póstumo de un artista ninguneado durante toda su vida, ejemplo perfecto de lo cotidiano y lo injusto. En definitiva, lo que quiero resaltar (no deseo, desde luego, saltar muy alto) es que llegan muy tarde. Pero eso parece darnos igual. Como ese café que, tras una larga espera, nos llega ya frío pero que nos bebemos para no desairar al camarero.
Las rebajas no son desde luego unas señoras muy bajitas con las que tropezamos porque no hemos reparado (nada que ver con volver a pararse) en ellas. Son más bien como una enfermedad crónica de la que todos los años volvemos a recaer (esta vez sí es caer una y otra vez).
Yo tampoco me libro de esta fiebre, dejo ya de escribir porque voy a salir a comprarme una rebeca. Supongo que, gracias al señor Wert, cuando he dicho rebeca a nadie se le habrá pasado por la cabeza otra cosa que no sea una prenda de ropa.
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