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Ciudadanía
24.01.14 - Escrito por: Javier Vilaplana Ruiz
Me resisto a comenzar este año bajando los brazos. Pero, igualmente, me niego a encomendarme a un optimismo buenista y esperanzador que sólo sirve para edulcorar el dolor de nuestros días.
Como nos enseña el profesor Javier de Lucas, las diversas crisis que padecemos han ensanchado el distanciamiento entre la ciudadanía -o mejor, los consumidores, puesto que a eso nos vemos capitidisminuidos- y las élites políticas que nos narcotizan y domestican. Por esta razón se me hace insoportable escuchar de los partidos políticos - o de otras organizaciones, profesionales en salvarnos la vida- sus vanos discursos, sus nulas propuestas, sus disputas teatrales o sus ocurrencias conservadoras, sin sentir náuseas. Me resultan ajenas. Sí, aquello de "no nos representan", pero tampoco nos gobiernan y mucho menos nos gobiernan bien.
Las antidemocráticas oligarquías que pugnan por regir nuestros destinos, no son sino una muestra patente de la materialización de la "Ley de hierro" proclamada en la obra Los partidos políticos, publicada en 1911 por Robert Michels -avezado alumno del sociólogo alemán Max Weber- y hoy de gran actualidad bajo el novedoso y muy utilizado nuevo ropaje del concepto de las "élites extractivas" recogido y popularizado en la obra ¿Por qué fracasan los países? de los profesores Acemoglu y Robinson.
Son solo unos pocos -particularmente unos, no unas- quienes, como una suerte de gollum de nuestro tiempo, atesoran el poder como un fin en sí mismo. Un poder que, como expresó Lord Acton, siempre corrompe y si es un poder absoluto, "corrompe absolutamente".
Apostar nuestro presente y nuestro futuro a la actual partidocracia -no sólo de ínfima calidad ética o humanista, sino manifiestamente antidemocrática, por responder al mando de unos pocos, por unos pocos y para unos pocos- es un irresponsable ejercicio, en palabras de Oakeshott, de "política de la fe", apartando la mirada de la putrefacta realidad que vivimos.
Si bien es cierto que debemos repensar las claves que guíen la materialización de estructuras realmente democráticas, así como su desenvolvimiento, no podemos detenernos en la continua queja o aún en la mera "crítica de salón", que permanece circunscrita o institucionalizada, y por ello, a la postre, resulta inocua.
No deberíamos permitirnos demorarnos más en nuestra cívica obligación de retomar las riendas de nuestras vidas, sobre todo en su dimensión pública, si bien ésta (y léase educación, sanidad, procura existencial, etc.) determina y reconfigura, inexorable y permanentemente, la privada. Y vicerversa, pues cada quehacer diario en nuestra pequeña parcela vital repercute en el entorno en el que convivimos. Sin duda, otra representación más del "bucle prodigioso" al que alude el filósofo José Antonio Marina: aquello en que se contiene la dignidad humana.
Estamos, por todo, obligados a mancharnos las manos en la construcción de una sociedad democrática, libre, justa, igualitaria, plural y, en resumen, decente, en la que sea posible e innegociable el libre desarrollo de cada legítimo proyecto de vida, sumado, en un conjunto en el que quepamos todos y todas.
Lo personal, hoy más que nunca, es político.
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