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Concierto de la Banda de Tejera en Córdoba

29.10.13 - Escrito por: Redacción

El domingo 27 de octubre fue un día intenso para la Banda del Maestro Tejera de Sevilla. Por la mañana estuvieron en Málaga en la celebración del 75º aniversario de la Virgen del Rosario de la hermandad de la Sentencia, que reside en la Parroquia de Santiago junto a la filial egabrense de la Virgen de la Sierra. Por la tarde, en la Iglesia de San Lorenzo, con la Hermandad del Calvario, ofreciendo un concierto que sirvió de contemplación musical de La Via Sacra. Un acto cargado de emoción y buena música cofrade, en el que participó como relator de las escenas de la Pasión, nuestro redactor y especialista en música cofrade, Mateo Olaya Marín.

La iglesia fernandina de San Lorenzo en Córdoba fue escenario de un magistral concierto de la Banda de Música del Maestro Tejera (Sevilla), organizado por la hermandad del Calvario de la capital cordobesa, bajo el título de Contemplación de la Vía Sacra. Dentro de los actos programados por la hermandad, para celebrar el vínculo histórico que mantiene ésta con el rezo del Vía Crucis, se contemplaba este recital musical vertebrado en torno a la Vía Sacra como hilo conductor de todas y cada una de las obras musicales seleccionadas, que a través de la música describían las distintas estaciones y pasajes de la Pasión y Muerte de Cristo.

La formación musical hispalense, dirigida musicalmente por Manuel Hidalgo, comenzó brillantemente con la interpretación de "La Sagrada Cena", como perfecto preámbulo. Acto seguido se interpretaron las distintas marchas procesionales en torno a la idea fundamental de La Vía Sacra:

- Getsemaní (Ricardo Dorado)
- Fiat Voluntas Tuas (Juan A. Pedrosa)
- Camino del Calvario (Manuel Font de Anta)
- La Vía Sacra (Rafael Wals)
- Jesús Caído (Enrique Báez)
- Subida al Calvario (David Hurtado)
- Gólgota (José de la Vega)

El acto fue conducido por Alfonso Lozano, miembro de la Junta de Gobierno de la cofradía y joven músico de la banda de música de la Esperanza de Córdoba. Mateo Olaya se encargó de ilustrar las marchas y situarlas en el contexto de cada una de las escenas de la Pasión en este recorrido por la Vía Sacra que tuvo como fondo el exquisito altar de cultos de la Virgen del Mayor Dolor, cotitular de la hermandad cordobesa del Calvario.

En el transcurso del mismo, tuvo lugar el estreno de la marcha "La Vía Sacra" del joven músico cordobés Rafael Wals, quien dirigió a la banda para la ocasión y recibió un caluroso aplauso del público. Una marcha brillante y preciosa, que recibió los elogios sinceros de José Manuel Tristán director de la banda.

En el acto estuvieron presentes varios compositores junto a los músicos de Tejera, como el hijo de d. Pedro Gámez, los jóvenes compositores cordobeses Rafael Wals y Alfonso Lozano o el consagrado Juan Antonio Pedrosa. No faltaron representantes de la Agrupación de Cofradías, del Ayuntamiento de Córdoba o de la Peña Amigos de las Posadillas, colaboradores del acto con la hermandad del Calvario, cuyo hermano mayor hizo de satisfecho anfitrión. Todos los beneficios reacudados se destinaron a Cáritas.

Al término del programa, tomó la palabra Tristán quien quiso poner el broche de oro al concierto con tres bises. "La Sangre y la Gloria" (preciosa marcha compuesta por Alfonso Lozano), "Saeta Cordobesa" (como verdadero himno de la Semana Santa cordobesa, en palabras de Tristán) y "La Vía Sacra" de Wals.

RECORRIDO POR LA VIA SACRA

Como complemento literario del concierto, Mateo Olaya fue introduciendo algunas de las marchas con unos textos alusivos a las mismas, que reproducimos a continuación.

Getsemaní

Se cierne la oscuridad sobre Getsemaní, donde los olivos milenarios se retuercen, entre romeros y siemprevivas, cuando la música se encarna en un oratorio piadoso y devoto. Ricardo Dorado nos sumerge en la atmósfera de una noche eterna de oración. La música es aquí meditativa, profunda en su expresión. Todo en ella es equilibrio, sentido de la medida, armonía, transparencia, claridad. Jesús se entrega a la voluntad del Padre, rodilla en suelo, en un grito desesperado de amor y súplica. La melodía cala en un sentimiento de resignación y serenidad, como quien acoge su sino y acepta humildemente el cáliz de la amargura. Se suspende en el aire largas notas en una noche donde el silencio se corta, donde la soledad reina en un vergel. Es la marcha que sintetiza como pocas el canto póstumo del hombre atrapado por la desazón y la pesadumbre. Y lo hace con nobleza, con dignidad. "Getsemaní" es una oda a la música como perfecto vehículo para la oración y la reflexión.

Fiat Voluntas Tuas

La música también se escribe con la luz, con el silencio. Se escribe igualmente con la introspección en los pliegues más recónditos de la persona, en el sentir humano, en sus estados de ánimo. Ante una adversidad, brotan la negación, la ira, la depresión o la aceptación. El profesor Juan Antonio Pedrosa en "Fiat Voluntas Tuas" pinta un hermoso lienzo de densa armonía y contrapunto para firmar una marcha exquisita en su concepto, forma y expresión. Al carácter noble del principio, le sigue una sucesión de tensiones que nos ponen en esa tesitura de Cristo encomendado en su propia condición de redentor y hombre sacrificado por nosotros. El cáliz no es posible que se aparte, se cierne sobre su cuerpo mientras prosigue la música en una lucha encarnizada de fugas e imitaciones, episodios marciales contrastantes, pasajes de fuerte carácter. La grandeza del Padre, la humildad del Hijo, que acepta su voluntad, vertebran la idea principal que desemboca en el final. "Hágase tu voluntad".

Camino del Calvario

La majestuosidad y el cariz sinfónico de la música se despliegan en una partitura de grandes dimensiones artísticas. "Camino del Calvario" es la mejor carta de presentación de un músico que estaba predestinado a escribir para la historia dos monumentos musicales a la Semana Santa: "Amarguras" y "Soleá dame la Mano". "Camino del Calvario" integra un matiz episódico importante. La melodía se hilvana sobre distintos argumentos que describen a Jesús bogando entre la muchedumbre camino del Gólgota. La música se ancla en las raíces del dolor y el desgarro y los instrumentos se entregan al arrebato de un Nazareno que encalla sus hombros con el peso de la cruz. Encorvado, se arrastra sin piedad entre quienes le infringen burlas y castigos. En lontananza, se adivinan trompetas romanas y los llantos de las mujeres. El final de la marcha es el paroxismo del drama, donde hasta los cimientos de la tierra se cimbrean y se mueven bajo nuestros pies. Cruje la devoción, se alza la fe en un final atronador que culmina una obra maestra.

Jesús Caído

En San Cayetano Cristo cae rendido. La mirada perdida, ausente, en ese giro escalofriante de su cuerpo hacia no se sabe dónde, buscando alguna fuerza que sostenga su frágil cuerpo. Jesús Caído atraviesa una Córdoba que se arrodilla y Enrique Báez le pone una música severa y apuntalada por la sublime inspiración del gran violinista. Despunta la saetilla con un canto melódico que se clava en la noche enlutada, una elegía a la vida que se marcha para el descanso eterno. "Jesús Caído" nos inmiscuye en el deambular del nazareno, que en una de sus más humanas estampas, cae exhausto; y a la vez encarna el tributo de un hijo que siente el desgarro de la pérdida de quien le dio la vida. Llora el violín de Báez, languidece el latido del corazón a cada corchea, se consume la esperanza, pareciera irse. Late la pena, late el llanto sobre Jesús Caído un Jueves Santo. Báez nos dice que a la belleza, también se llega por el camino del dolor. Su música es poesía y hermosura, armonía condensada en una obra que es hija de su época, una época dorada en la música procesional cordobesa.

Subida al Calvario

Tintoretto pintó la subida al calvario y David Hurtado lo cristalizó musicalmente en una marcha en forma de poema sinfónico de gran enjundia y trascendencia. La espiritualidad rezuma en cada compás y la música se vale de un solo motivo para decirlo todo, de principio a fin. Se desarrolla, transforma y alcanza signos y colores distintos. El destino de Jesús: la cruz; abre la obra. Ésta sigue su curso sobre cantos del metal y susurros de la madera, instrumentos que resuenan sustanciando la dignidad de Cristo en su ascensión al Gólgota. Porque no hay vista atrás y toda suerte ya fue dirimida y echada. Ahora sólo queda dignidad y resignación, el último motivo, aceptación de un destino cruel por una causa para toda la humanidad. En esa caminata hay cansancio, tropiezos, miradas que se cruzan, luces que se levantan. Una ascensión hacia el monte que llaman de la carabela que se describe sobre un rugido de música en tono grandioso y mayestático, donde la fuerza descuella sin piedad hasta herir un corazón traspasado de puñales. La música nos atrapa a su suerte y traza perfectamente una ascensión melódica y armónica que culmina en un colofón sonoro de crueldad y drama.

Gólgota

José de la Vega quería una música para cantar, tanto como para orar. Una música para el señor del Calvario, de mirada noble y mansa. Una música precisa y sencilla, convenientemente adornada. Aquí en Gólgota hay evocación de soledad y tragedia, sugestión sonora de un monte solitario y agreste donde se ven Jesús en la cruz y María, al pie, derrumbada, asida a un hilo de esperanza imperceptible. Ahí está el núcleo de la obra que se expone y reexpone. La dulzura de Jesús en la cruz, pese a los signos patentes del martirio, se alza en una melodía hermosísima por la que fluye un trío de irresistible inspiración de d. José, como si su violín volviera a acunarnos con su calidez y canto primoroso. Pero en el Gólgota la muerte llama a las puertas y la música se acoge a ese motivo fundamental de la obra, que se va extinguiendo progresivamente, consumiéndose como un susurro, un último halo de vida. Jesús muere en la cruz. Redobla la caja, emergen dos acordes, tiembla la tierra.

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