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En tus pies descalzos
18.01.2008 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo
No quise darme cuenta de que la ventana de mi habitación gritaba desesperada para que la cerrara y no dejara entrar más el frío de la noche que besaba mi rostro en plena pesadilla. El techo giraba a mí alrededor y la televisión seguía emitiendo basura desesperadamente. En ese preciso momento algo ocurrió, un vaso se caía en el suelo del baño y un llanto tan dulce como terrible helaba el rojo de mi sangre caliente. Que pasaba?. Quién era aquella mujer y que hacía allí?. Recuerdo haber bajado a Epopeya pero nada más, sólo el intransigente olor a tabaco de mi abrigo negro me hacía rememorar las horas previas a aquel encuentro, que en ningún caso era fugaz. Me levanté de la cama y tengo que reconocer que un escalofrío recorría mi cuerpo frío y cansado como un ciprés cuando escucha crujir el corazón de quienes yacen a sus plantas. Abrí la puerta del baño y allí estaba ella, Alice, la hija de un viejo amigo que abandonó el placer de vivir para ingresar en prisión después de un sucio ajuste de cuentas. Ella, destrozada, vacía, esperando unos brazos que le dieran el calor que no conocía ni cuando la pasión la hacia más hembra en camas ajenas. Aún así, no entendía porque estaba allí. Después de secar sus lágrimas en las palmas de mis manos que rejuvenecieron diez años al tocarla, entendí todo lo que había ocurrido. Lo de siempre, su padre desde la cárcel la había metido en un lío complejo, aburrido y corrupto. Alice, huérfana ella, había vuelto a consumir cocaína y también a traficar con ella.
Yo casualmente la acompañé esa noche, pero una mala noche la tiene cualquiera, después de fumarme el último cigarrillo negro no recuerdo nada más. Las malas compañías no siempre tienen porque ser malas. Alice recordaba haberme visto en una foto en la celda dónde su padre se hacía más viejo y más malvado. Cuando me vio en la boca del metro, entendió que en mi tenía un apoyo y unos brazos dónde sofocar su ansiedad. La droga, -le dije-, ama a los ricos y les da de comer a muchos pobres que viven sobre cartones y algunos sobre billetes. La cocaína, es el diseño y el prestigio de muchos necios y necias que aparentan ser una estatua de hielo y mil noches en la oscuridad. Alice, la coca –esa hiena blanca que devora almas a deshoras- no evitará el rencor, abrirá puertas a tus espaldas, secara tu boca de cielo, helará tus pies descalzos en este baño con luz oscura. La droga, la cocaína, esa luna que no ilumina corazones está instalada cómodamente en tu casa y en la mía, en la de todos, en el felpudo dónde limpiamos las desgracias. Alice, en tus pies descalzos y fríos reflejas la angustia, en tus pies arrugados envejece la niñez de tus cabellos, en tus pies descalzos reza en silencio el dolor. Después de aquel sermón improvisado, se marchó, pero antes me dejo un beso estremecedor en la mejilla, pensé que no volvería a verla y así fue, al día siguiente sus ojos se posaron en mi cama y un clavo agujereó mi conciencia. Adiós Alice, una vida en tus pies descalzos. Lo siento.
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