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San Juan de los Terreros
07.10.13 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
El mar: postal perfecta. Para los que vivimos en el interior, y llevamos tiempo sin verlo, es ensanchador de tus sensaciones físicas y psíquicas. El ensordecedor ruido de las olas te presenta a Dios o te incita a pensar en el inmenso misterio de la naturaleza. Lanzar tu mirada al horizonte, brillante por el reflejo del sol en el agua, te recuerda nuevamente tu pequeñez, y tu inmensa indefensión si lanzado fueras sin aviso en esa masa vasta, en donde pueblan seres que no conoces bien.
Ya nunca eres el mismo después de ver el mar. Me imagino la misma sensación transformadora si fuera posible vivir sin ver el sol y, un día, salieras hacía él como aquellos prisioneros del «mito de la caverna» de Platón, que son otras personas después del cautiverio, ora en sus conocimientos, ora en sus emociones y objetivos.
Recién llegada, observas la arena como recién creada, o casi, si no fuera por las pisadas de las gaviotas, y gozas de la soledad, que es un alimento tan vigorizante como la compañías sencillas.
Siempre encuentras rocas en la orilla o entrando en el mar, arrebatando al coloso algo de su propiedad, y estas rompen la regularidad y te proporcionan la variación que estimula tu curiosidad. A ellas llegan después los locales a mirar qué quedó pegado durante la noche y llevárselo con ellos.
Llega la hora de los niños y las familias. Estos infantes infatigables, que dan cien viajes o más con su cubo, hasta el lugar cercano a la sombrilla paterna, donde, sin ellos saberlo, están construyendo su obra arquitectónica más grande: están distrayendo la mente de quien los observa, siempre ocupada en empresas fatigosas.
Litoral desértico de la costa de Almería: si los dioses se olvidaron de ti en el reparto del agua, sí te dieron unas de las playas más bellas que yo viera.
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