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La impunidad de la Cultura Libresca
09.08.13 - Escrito por: Lourdes Pérez Moral
En España el caso es mucho más difícil. El autor de libros o de artículos parece pertenecer a una casta inferior. Ni sus ganancias corresponden, paralelamente, al esfuerzo que realiza y a la preparación cultural que su trabajo exige, ni nadie se cree obligado a pagarle un céntimo por tomar sus ideas o reproducir sus textos. Se llega a más: es frecuente el caso de que sociedades provincianas y americanas se dirijan a los autores españoles pidiéndoles que regalen sus libros para las bibliotecas de aquellos centros, "contribuyendo así -suelen decir en sus cartas circulares- a la difusión de la cultura". Nadie intenta entrar en el teatro sin pagar su localidad, y, en cambio, todos se creen con derecho a leer y aun a poseer gratis el libro. Hay en España la creencia general de que la prosa y el verso y aun los dibujos son propiedad libre y mostrenca apenas aparecen impresos.
EL SOL, 2.782 (1926), 5.
Hace un año, el señor X subió a scribd.com "un archivo en pdf que le había sido facilitado por un conocido suyo llamado" X. Scribd.com es un sitio web de alojamiento e intercambio de archivos pero su eslogan ("the world"s digital library") ya resulta un tanto trapacero: para poder descargar se requiere la publicación de nuevo contenido, es decir, un libro gratis a cambio de subir otro pero hay otra opción que es la de registrarse como "premium reader" para así obtener "acceso ilimitado a más de 25 millones de libros, documentos y otras obras" admitiéndose "todas las principales tarjetas además de PayPal". Scribd.com recuerda al Google Books (no hay que olvidar lo que ingresa por publicidad) que digitaliza masivamente y pone a disposición de la comunidad libros, en ocasiones, sin la autorización expresa de sus titulares. Todo lo contrario a plataformas (Europeana) que son modelo de adaptación y puesta a disposición de usuarios que andan muy lejos de esos otros saqueadores de tres al cuarto, siempre vociferantes del gratis salvaje ajeno que no propio.
La parte perjudicada tuvo conocimiento de la subida ilegal al mes de haberse producido. Superado el desconcierto inicial, se formuló reclamación al servidor que devolvió respuesta insuperablemente descarada. Se expuso denuncia entonces a los cuerpos y fuerzas de seguridad correspondientes (el pdf seguía alojado pudiéndose leer en pantalla, copiado y pegado o capturado sin necesidad de descarga por el tipo de contenido) y, más tarde, a quién la había efectuado.
Paradójicamente, hace poco más de un mes, se ha celebrado juicio y emitido la correspondiente sentencia. Paradójicamente, no se ha podido constatar que, el ayer denunciado hoy absuelto, "llevara a cabo dicho comportamiento con ánimo de lucro, ni que obtuviera beneficio alguno con dicha acción": por el contrario y, una vez que fue requerido (indirectamente) por la parte perjudicada, "retiró la publicación de dicha página de forma inmediata". Paradójicamente, ha quedado probado que "la distribución se realizó sin el consentimiento de la titular de los derechos de propiedad intelectual". Paradójicamente, el pdf subido no se correspondía con la obra original impresa: se trataba de una prueba sujeta a corrección facilitada por un "conocido suyo" del ayer denunciado hoy absuelto que no vaciló al exponer "que, como experto en el campo del aceite, le pareció interesante la obra y la subió pero no pretendía ventaja individual alguna". Paradójicamente, su señoría ha definido los hechos probados como "atípicos". Paradójicamente, los hechos probados "no son legalmente constitutivos de infracción penal alguna".
No hay lucro, no hay delito. Ni tan siquiera una disculpa. Parece que nada ha cambiado o así revela la cita que abre este artículo y que la Ley permite. Sin ir más lejos, ayer era práctica habitual la plaga de ediciones fraudulentas "levantando como lema -declaraba Víctor Domingo Silva, cónsul de Chile en Madrid- el principio sofístico de que no es delito lo que el Código no sanciona (...) lo triste y vergonzoso es que, como suele ocurrir con toda especie de contrabandos, este del libro también trata de ampararse bajo los colores de la bandera patriótica". No digamos el negocio ilícito de las bibliotecas circulantes ("que por dos pesetas al mes -denunciaba el editor e impresor Estanislao Maestre- facilitaban cuantos libros las pedían y además una buena porción de microbios") o el de la lectura a domicilio, ambos, explotados por algunas librerías. Todo lo contrario a la biblioteca que formara y regentara el monstruo de Ortega y Gasset ("Ideas del Siglo XX") para poner al alcance de todos las inagotables enseñanzas de los libros.
Luego estaba la afición endémica a leer de gorra, magníficamente ilustrada por el malogrado Federico Reaño: "es muy corriente decirle a un amigo: -me he comprado la novela cual o el tomo de poesías de fulano. A continuación, el amigo que oye esto, exclama sin poderse contener, como la cosa más natural del mundo: -préstamelo. En cambio, si el mismo comprador le dice al amigo de marras: me he comprado un chaleco de punto o un sombrero de paja. Es seguro que, el amigo gorrón no ha de decirle: -préstamelo porque de decirlo, el comprador le mandaría a hacer gárgaras". Y, finalmente, los autores: "es vergonzoso -escribía Alberto Insúa, poco dado a implorar sus emolumentos- que nos roben descaradamente nuestros libros y nuestros artículos sin que podamos reclamar no ya dinero, ni explicaciones siquiera".
Bajo el falso paraguas del derecho a la cultura y difusión de la misma, se tolera y palmea prácticas ilícitas. Más lamentable aun es, en la era de internet, no respetar la opción de productor (autor) e incluso consumidor (usuario) a poder disponer libremente, todo lo más, ser reprobados. Para hacer frente a lo que la RAE, en su tercera acepción, define como "robo o destrucción de los bienes de alguien", habría que plantearse la educación en las aulas (de abajo a arriba) sin la cual todo es en vano o, tal vez, convertir el libro en vicio nacional para así decir adiós a algún que otro ministerio.
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