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Miedo al castigo
03.05.16 - Escrito por: Clayso
Hará unos veinte años fui a pasar unos días a la playa con mis tíos. Acabé pronto el libro que llevaba y mi tía puso en mis manos un ejemplar de psiquiatría que contenía un curioso test. Tardé bastante en contestar las muchísimas preguntas del mismo y, cuando terminé, todos quedaron bastante asombrados con el resultado. Venía a decir que, según yo, las personas son buenas por miedo al castigo. Realmente es una reflexión dura y desde entonces me he preguntado muchas veces cómo siendo tan joven ya tenía semejante visión del ser humano.
Pues bien, el tiempo no ha hecho sino confirmar que yo llevaba razón. Es lamentable, pero la pura realidad es esa. Los niños no inventan más que "cosas malas" y no se portan peor por miedo al castigo, paterno o escolar. Los adultos continuamente estamos tentados de hacer lo que nos dé la gana: saltarnos las normas de tráfico, no recoger las cacas del perro si no hay nadie mirando, hacer trampa para sacar un dinerillo, etc. ¿Por qué evitamos esos malos comportamientos? Por miedo al castigo. No quiero decir con ésto que no haya personas cuyo comportamiento ejemplar derive de una bondad interior poco común, eso sí.
Los españoles tenemos fama de fulleros y mangantes, una fama totalmente merecida. Esta peculiaridad nuestra se da en todos los niveles sociales, la gente de a pie hace sus estafas en el IVA, con los trabajos en negro y el cobro simultáneo de paro, engañando para cobrar becas, etc. Los que manejan dinero público lo tienen todavía más fácil y se les pega a las manos que da gusto; no hace falta recordar todo lo que vemos sobre corrupción de políticos.
Y es que en España entendemos la vida al revés. Por ejemplo, aquí se admira al que gana dinero sin dar golpe, al que se escaquea en el trabajo (...tú sí que vives bien, gachón!! o...qué bien se lo monta fulano que está todo el día cancaneando de un lado a otro y no hay quien le tosa...), al que le mete un gol a Hacienda o al que aprueba sin estudiar. Sin embargo, al que cumple en su trabajo con responsabilidad y, de paso le toca hacer lo que el listillo de turno no hace, ése es "el pringao" del que los demás se mofan; o al empollón, que se le da de lado en vez de tomar nota de su comportamiento. Y así nos va.
Lógicamente nos irritamos cuando vemos las noticias sobre los famosos papeles de Panamá y los trapicheos en ayuntamientos y demás, pero pocas veces nos paramos a pensar en que esto ha sido, es y será SIEMPRE. En los años de bonanza económica no nos importaba porque teníamos el bolsillo más llenito, pero ahora que nos aprietan el cinturón no estamos dispuestos a pasar ni una. La indignación se convierte en desvarío al creer que eliminando a la casta política acabamos con el problema y nada más lejos de la realidad. En España la "mangancia" no va a desaparecer jamás (...para que se lo lleve otro, me lo llevo yo... o ...éstos ya han comido bastante, ahora nos toca a otros...).
No tenemos arreglo, no tenemos valores, sólo nos queda el miedo al castigo.
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