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Carta de ilusión
18.03.16 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Lo estoy esperando como si nunca lo hubiera vivido. Como si esos domingos que llevo doblados en los recuerdos, no tuvieran nada que ver con éste que ya se acerca. Y mira que tu madre y yo conocemos muy bien qué aguarda al otro lado de la esquina cuando amanece un nuevo Domingo de Ramos. Pero nada es igual, porque estás tú con esas manecillas que señalan todo lo que todavía no tiene nombre. Tú y tus rosáceas mejillas, que abren las cortinas para que se nos ilumine la cara y dibujen nuestros labios ese incomparable arco de alegría.
Y allí está esperando. Esperando a que te cubra esos cinco palmos mal medidos que todavía levantas del suelo, por donde vas dejando tus pequeñitas huellas de ilusión que exploran el mundo. Y es eso, ilusión, lo que anuncia la túnica de monaguillo que cuelga, que hasta en sus costuras se encuentra la ilusión, y en las puntadas de quien las ha dado, muchos hilvanes se han trenzado sobre esa misma sensación: ilusión.
Tu madre y yo sólo queremos que tengas, al menos, la oportunidad de llevarla por unas horas y que sientas el inconfundible tacto de eso que no se explica. No será importante para muchos, pero para nosotros es eso, precisamente, su aparente insignificancia, lo que la hace más grande. Que la Semana Santa se escribe así, sobre las pequeñas cosas, sobre los gestos interiores y las emociones que brotan desde la raíz. Después tú dirás lo que quieres y lo que deseas. Pero lo que nosotros hemos vivido desde que, como tú ahora, apuntábamos con el dedo, es lo que queremos que vivas.
Sé que es muy chica. Es menuda. De pequeñas proporciones. Fíjate, que con un dedo la puedo sostener. Pero para mí es la más grande, la que no puede guardar mayores deseos y anhelos, la que conserva esa alegría de verte crecer y la pureza de tu sonrisa que como ella, se estrenan con esos días que Cabra ha ido amasando, moldeándolos a su manera, porque a su manera todo lo hace.
Ahora que comienzas a sentir, yo te digo, querida hija, que no olvides el día de mañana que esa túnica que ya vestiste, que descansará plegada en el tiempo, es la misma que emocionaron a tus padres y les descompuso por dentro cuando te vieron corretear una tarde de marzo llenando el aire de un vuelo infantil de rojo y blanco.
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