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Preguntar por preguntar
03.02.16 - Escrito por: Manuel Guerrero Cabrera
Hacía tiempo que no asistía a una actividad cultural en la que, a su fin, se daba la voz al público para que preguntara a los participantes del acto lo que quisieran e interesante apreciación es, concretamente, que algunas personas se tomen al pie de la letra «lo que quisieran».
Recuerdo que durante mis estudios universitarios asistí a un congreso sobre Pérez Galdós y, tras una conferencia sobre las películas de Buñuel basadas en la obra del escritor canario (por ejemplo, Tristana, que recomiendo encarecidamente en ambos formatos, cine y novela), una persona del público le preguntó al conferenciante en qué momento Galdós decidía ir al meollo del argumento. No menos sorprendente fue en un congreso sobre el Quijote que preguntaron a mi compañero José Villalba si la palabra lugar la había escrito Cervantes en términos aristotélicos. Evidentemente, para este tipo de casos la mejor opción es la respuesta sencilla: Galdós bien era conocedor de que la narrativa debe tener un nudo, imprescindible para toda novela, y Cervantes empleaba lugar como una población menor que villa y mayor que aldea.
Una de las preguntas más disparatadas que pude oír sucedió en un congreso sobre literatura portuguesa, en el que se hablaba de Pessoa, ese poeta ineludible que llegó a fingir que era él mismo, y en el que no se leyó en español ni un solo verso del poeta lisboeta; alguien del público, un universitario, tuvo la osadía de preguntarle al conferenciante, luso de pura cepa, si sabía leer a Pessoa en español. La respuesta que dio, por si se tiene curiosidad, es que para él no era necesario. Evidentemente.
Y todas estas palabras surgen con motivo de que asistí a la presentación de un libro, en la que había un arpa junto a la mesa de intervinientes... Por supuesto, acordémonos de aquello de Bécquer:
Del ángulo en el salón oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
Porque, y da gusto decirlo, la mayoría del público recordó estos versos nada más ver el arpa sin venir a cuento, pues el instrumento estaba bien cuidado, lucía sin marcas de la ceniza del tiempo que es el olvido y fue tocado por una joven arpista. Al final, una señora levantó su mano y preguntó por qué estaba mal señalizado el pueblo... Como era de esperar, nadie de la mesa tenía respuesta para eso. Después, continuó consultando a la arpista los años de estudio y alguna cosa irrelevante más, para finalmente inquirir con cierto enojo por qué nadie había musicado aquellos versos de Bécquer que aparecen poco más arriba. La señora expresaba su desilusión de que a nadie se le hubiera ocurrido y, en especial, a una arpista teniendo tan a mano el motivo del poema. Y seguía erre que erre declarando su desencanto y, como yo conocía la respuesta, porque hace años quise escribir un artículo sobre las versiones musicales de los poemas de Bécquer que nunca vio la luz, me decidí a intervenir. Albéniz escribió la música para algunas de las rimas de Bécquer, entre otras, para la citada en este artículo, así que simplemente habría que hacer los arreglos.
Finalizado definitivamente el acto, lo único de lo que hablaban los del pueblo entre ellos era que la población estaba bien señalizada. Y estoy de acuerdo.
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