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La sala de espera
13.09.15 - Escrito por: Andrés Ruz Montes
Aquella sala habría sido el escenario silencioso de incontables historias de vida. Su escaso mobiliario se reducía a unos asientos metálicos e incómodos pero que cumplían de sobra su misión. La inquietud y desasosiego de los que allí nos instalamos eran de una intensidad suficiente que impedían percibir cualquier otro tipo de molestia. Nuestra mente estaba distraída en asuntos que nada tenían que ver con la sencillez espartana de los bancos. No era necesario más.
El momento de recibir la noticia sobre la prueba realizada y conocer el alcance definitivo de la enfermedad y por tanto la información sobre las estrategias o caminos a seguir parecía dilatarse en el tiempo hasta producir una penosa incertidumbre. Incertidumbre que aparece como una nebulosa, como algo sin definir y que hace difícil ponerle nombre. Quizá no sea otra cosa que miedo. Eso es: Miedo. Y el miedo que se presenta sin límites ni fronteras, y a expensas de una imaginación que vuela libre, posándose de forma alternante en, ahora oscuros lugares y al cabo, en claras esperanzas, sin mediar argumentos ni razones para ello. En medio solo tiene cabida el sufrimiento, a veces contenido, a veces distraído por la comedia humana de la cotidianidad que consigue hacernos sumergir en sus múltiples quehaceres sin sentido, pero que ahora cumplen de forma extraordinaria su labor de entretenimiento, arrancándonos de cuajo aquella idea que polariza nuestro pensamiento hasta lo insoportable. De repente la realidad vuelve a la mente con toda su crudeza para recordarnos que no vivimos en un sueño, que estamos aquí, en aquella sala de espera con sobrio mobiliario, en aquel hospital con olor... a hospital. Y en espera de unos resultados.
Se intentan poner en práctica todos los consejos ("tienes que ser fuerte", "No pierdas el ánimo" "Siempre adelante") que con tanto cariño, pero sin apenas convicción ofrecen los familiares y amigos, y que siempre es motivo de agradecimiento. Consejos que no son más que el fruto de un deseo sincero de ayuda, aunque los humanos seamos a veces torpes e inexpertos y no encontremos la mejor forma de hacerlo. Así surgen esas frases hechas, automáticas, que nos salen sin pensar, y que nos sorprenden incluso en cuanto las pronunciamos, cayendo pronto en la cuenta de la dificultad de ponerlas en práctica, pues nada tienen que ver con la voluntad ni con la racionalidad pero sí y mucho con el corazón, ligado siempre con asuntos de las emociones. Aunque es de agradecer y siempre consuela y reconforta tener cerca a quien ofrece su cariño y apoyo incondicional, que en el fondo es la verdadera y sana intención de esos consejos en forma de las referidas frases hechas y automáticas
Pero estamos aquí, en esta sala de espera con mobiliario de hospital y con olor a hospital y en espera de unos resultados que podrán devolvernos las esperanzas bien maltrechas pero que soñamos cercanas o podrán hundirnos en la oscuridad envolvente que lo abarca todo, arrastrando tras de sí buena parte de la vida pasada, presente y futura. Una vida que vemos representada en un sinfín de imágenes y flashes que desfilan en nuestro pensamiento, sin orden cronológico, ni control a la voluntad, consumiéndonos en un mar de emociones.
El anuncio de una discreta prórroga para el anuncio de los resultados supone un alivio momentáneo y un efímero suspiro de paz. Pero sólo eso. Y de nuevo damos paso a la incertidumbre diluida que lo impregna todo y a las horas tediosas de espera que a veces se hacen interminables. Y mientras qué nos queda... Quizá una mirada al cielo... un sufrir en silencio,.. O... por qué no... un guiño a la Virgen de la Sierra.
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