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A propósito de la novela Escultor de Tormentas
30.06.15 - Escrito por: Javier Vilaplana Ruiz
La buena literatura, la de verdad, es aquella que, como dice la escritora Marta Sanz, te duele, se te mete dentro, te sacude la conciencia y te cambia, dejándote abrazado a más dudas aun que las pocas certezas que pudieras tener al acercarte por vez primera a un libro.
Escultor de tormentas, la segunda novela del profesor y escritor egabrense Jesús Manuel Arroyo Tomées literatura de esa naturaleza. Y su autor cada vez escribe mejor.
Dice Javier Marías que los libros nos buscan y nos encuentran cuando más necesitados de ellos estamos. Puede ser. Se trata de una afirmación esta que, como todas las verdades literarias (distintas a otras verdades, como la científica, la jurídica o la ontológica) es difícil de refutar.
Pues bien, yo leí por vez primera Escultor de tormentas (o más bien sus galeradas, preciosa palabra) cuando, como el "narrador hondamente atribulado" que la protagoniza, me encontraba en una ciudad extraña y ajena, solo y alejado de esta Guadaluz-Cabra que fue mi tierra en la infancia. Me encontraba en una ciudad que puede resultar desasosegante para los pusilánimes marineros con miedo a naufragar. Sin embargo,varado entre las páginas de esta novela encontré consuelo y alivio para esos dolores que no tienen nombre. Y encontré compañía junto a otros tantos personajes unidos en su soledad.
Se trata, Escultor de tormentas,de una obra pensada, meditada, padecida, reflexionada y que, rara avis, tiene algo, tiene mucho que decir.
La novela discurre, como el mar, en una suerte de oleaje permanente que zarandea delicadamente al lector de un lugar a otro, de un tiempo a otro, sembrando el camino de pistas (subrayo, no es una novela policíaca, aunque haya geográficas negras por sus elaborados párrafos) que luego van encajando con precisa minuciosidad, conformando una historia en la que, como exigiera Milan Kundera, cada página, cada palabra tiene su razón de ser y está justificada.
Así, la precisión artesanal de la escritura no significa ni contención narrativa ni mucho menos limitación en lo que se cuenta. Más al contrario pululan por este libro desde un gris profesor de instituto, hasta el MI6 británico, desde la transición española, hasta la II Guerra Mundial, desde la Dirección General de Seguridad o el ejército hasta los grupos involucionistas de los 70 o las reuniones izquierdistas. Desde la egabrense Guadaluz y sus huertas hasta la fronteriza Línea de la Concepción (verdadera protagonista de la novela), eso sí, pasando por las gélidas tierras de una ciudad mediana y de nombre impronunciable a 600 Km al norte de Estocolmo.
No avanza la historia en monótona y previsible línea recta, sino que, como en la propia vida, a cada instante surgen sinuosos e inesperados encuentros, inconvenientes, recuerdos, confesiones, que, aunque pueda parecer que nos alejan del destino, son finalmente los diversos jalones que, como en la Odisea Homérica, conforman cualquier biografía. Ya se sabe: en el vivir, la excepción es la regla general.
Y es que en las novelas de verdad, en las buenas, casi todo tiene cabida, y parafraseando aquel célebre poema de Ángel González, "está permitido fijar carteles" o"tirar escombros", escribir cosas como "Muera el... (silencio), arena gratis... O asesinos", eso sí, siempre que se escriba bien.
Por eso, se conforma la cartografía de Escultor de tormentas con retazos de intriga, de ensayo histórico, o incluso de cuento. Todo entretejido en torno a una compleja y atormentada historia de amor que pasa por el impenitente recuerdo dela enigmática y magnética Adriana Lizardi.
Los escritores mediocres son cobardes. Se escudan y parapetan tras expresiones como "tal vez", "quizás", "pudiera ser"... La Literatura de verdad, va a corazón abierto. La literatura de verdad, se parece mucho a lo que escribe mi buen amigo Jesús Arroyo.
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