|
Espacio Amor
16.12.2007 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo
Las luces de la ciudad aguardaban mi partida sintiéndose solas, ahuyentándose del humo del cigarro que consumían los labios de los ricos de cartón y manta que quemaban su vida en un hangar de tragedias. Algo me decía, que era noche de Epopeya, noche de reflexiones, noche de encuentros desesperados por compartir una palabra muda. Al bajar, note como un escalofrío recorría las escaleras y moría en la boca del metro, había alguien llorando en el hombro de la soledad, El Cristiano sujetaba la puerta de los retretes con una mano y con la otra limpiaba su rostro sucio y derrumbado. Él, es un hombre con más arrugas en el corazón que en la cara. Este apodo que suena mal en nuestros tiempos, se lo pusieron su madre y sus amigas de noches de seda y camas calientes. Su madre, una mujer despierta y soñadora, vendió su alma a las carteras infames de hombres casados con olor a whisky barato y ojos rojos de lujuria. El Cristiano fue el desliz de un gemido secuestrado, -cuando era pequeño su única obsesión era rezar sin aunque rezar quisiera-, de ahí el apodo, su verdadero nombre era Claudio. Lloraba, lloraba y maldecía. Cuando me acerque a él, leía desconsolado la crónica asesina de un grupo de terroristas de la medicina que cumplían a cambio de unos cuantos dólares, el deseo de abortar de mujeres que pactaban con la muerte el fin del amor maternal.
Claudio “el cristiano”, no entendía como el ser más hermoso, la musa de nacer antes de haber visto la luz, la mujer, podía borrar de su corazón el espacio amor más interno, la relación madre e hijo. Su gorro gris y sucio le servía para taparse la cara y no ver que yo lo miraba. Le ayudé a levantarse y lo acompañé en un paseo con las sombras por la vía del tren que se asemejaba a su vida, oscura y sin fin.-Nunca lograré concebir como pueden existir seres que quemen su vida en la hoguera de la muerte y en un suspiro de horas perdidas rompan el hilo sinfónico de una relación de paz y amor-. Querido amigo, tu madre te quiso sin mesura, sin tregua, sin minutos para vivir, sin dignidad, sin valentía, sin tapujos, sin pros ni contras, te quiso Claudio y pudo hacer lo que estas mujeres hicieron, sin embargo, te amo sin saber el nombre del hombre que la amo durante un segundo prodigioso. El Cristiano, se preocupaba demasiado de su alrededor, todas las noches lloraba a solas en la antesala de los retretes dónde tenía su palacio y una foto de su madre dos días antes de entregarse en su último polvo a la muerte. El aborto, el crimen injustificado de seres que sienten, que aman, que huelen el olor de la vida, que viven gracias a tu vida, un acto incivilizado encubierto por manos corruptas e incompresibles con trajes de Armani negros como su alma .
Mientras leía las últimas páginas de un guió cinematográfico que me había dejado Will, el carnicero de abajo, pensé que hay seres humanos que su sangre congela hasta el corazón de más ardiente. No olvidaré las lágrimas de Claudio, una de ellas está mojando mi abrigo de noches despiertas y días en penumbra. No al aborto por placer, no a la muerte de un futuro, no a ti mujer, ahora no, esclava y sucia víctima de un acto sin perdón.
|
|
|
|
|
|