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PECADOS IBÉRICOS: UNA EDUCACIÓN REPUBLICANA
UNA SECCIÓN DE JOSÉ M. VALLE PORRAS - Escrito por:
Las pasadas navidades pude disfrutar, en el salón de actos del Conservatorio de Música de Cabra, de la sabia y elegantemente preparada presentación de la obra «De vértigos y azares», la última publicación del joven profesor de derecho constitucional Octavio Salazar Benítez. Entre agradables recuerdos y templadas reflexiones, Octavio encontró ocasión para hablar de su admiración por la política que en materia educativa llevó a cabo la II República española, de la cual no son pecata minuta el gran aumento de la plantilla de maestros o la organización de las misiones pedagógicas, encargadas de llevar la formación y la cultura hasta regiones hasta entonces muy desatendidas en este aspecto.
El sentido común otorga a todo hombre de bien una alta estima por esta política educativa republicana, gestada en aquel momento por hombres de izquierdas. A principios de este siglo XXI, sin embargo, el panorama legislativo en tan relevante materia dista mucho de satisfacernos. Uno de los últimos desatinos es el llamado «Programa de Mejora de la Calidad de Rendimientos Escolares», recogido en la recientemente aprobada Ley de Educación de Andalucía (LEA). Según este programa, se concederán incentivos económicos a los profesores de aquellos centros educativos que se comprometan y consigan mejorar los rendimientos educativos de sus alumnos. Caso de lograrse los objetivos acordados, cada profesor recibirá hasta 7.000 euros al cabo de cuatro años.
Esta medida, que se presenta como una acción para mejorar la educación, me parece en realidad una inmoralidad. Tras los pésimos datos que el Informe PISA ha presentado poco ha sobre el nivel de los alumnos españoles –peores aún en el caso particular de los estudiantes andaluces–, pareciera ahora que se trata simplemente de poner un parche. En lugar de atacar el problema de raíz y hablar con franqueza de cuáles son los orígenes de este cenagoso nivel de conocimientos, se opta por sobornar a los profesores para que maquillen los resultados, para que alteren las notas… ¿O es que alguien piensa que los alumnos andaluces suspenden porque sus profesores –en general, que de todo hay en la viña del Señor– no se esfuerzan todo lo que podrían?
Mi experiencia de docente, aunque reciente, me ha enseñado ya que la cada vez más urgente cuestión educativa no gira en torno al tesón del profesor sino a la carencia de éste en los alumnos. Las causas de esto último, la auténtica raíz del problema, ya es un asunto que excede las pretensiones del presente artículo. Apuntaré tan sólo mi impresión de que desde los poderes públicos no se termina de llamar a las cosas por su nombre y de atajar el problema en sus orígenes –o al menos intentarlo con firmeza–. Medidas como la que hoy comentamos son, además de inmorales, totalmente ineficaces y hasta contraproducentes. Hace unos días escuché en Canal Sur Radio un comentario de la siguiente jaez: «La medida de dar 7.000 euros a los profesores me parece lamentable y me recuerda a las primas de los futbolistas para que metan goles, algo que se supone ya es su obligación: ¿Es que tenemos que dar un dinero extra a los profesores para que hagan bien su trabajo?». Quedé anonadado tras escuchar esta reflexión. Me sentí como
aquel personaje de Chéjov al que declaraban chiflado e internaban en un manicomio sin que su testimonio sirviese de nada. Sin comerlo ni beberlo, los profesores nos encontramos primero con una norma absurda y, a continuación, observamos acongojados cómo esta medida sirve para que algunos consideren que no cumplimos nuestra tarea. Esto me recuerda a Woody Allen en «La maldición del Escorpión de Jade»: «Paranoico», decían ellos; «Perspicaz», afirmaba él.
Mientras esperamos que la cordura regrese al PSOE de Andalucía, una de nuestras esperanzas será recordar que fue este partido uno de los que, durante la II República, apoyó una magnífica y enérgica política educativa que hoy podría causar nostalgia a hombres de la izquierda y la derecha, a hombres de bien.
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