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Bésame y mátame a la vez.
25.11.2007 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo
El frío de la noche había calado mis huesos y la llave del apartamento no aparecía entre los objetos que poblaban mis bolsillos. En aquel momento mi mirada se descompuso en mil y mi sangre corría por las venas con exceso de velocidad al ver como la puerta al final del pasillo, una y otra vez, retumbaba en el silencio de la noche como un martillo ejecutor sin escrúpulos. Allí vivía una pareja que rondaban los treintaytantos en el dni y en su alma la vejez bailaba boleros sin acompañante. Un matrimonio con hijos pequeños que jugaban a soñar que eran felices, que hacían la compra juntos y viajaban al parque para ahogar sus penas. La puerta era golpeada sin descanso y de repente paró, silencio, podía escucharse sólo la armónica de los vagabundos que tocaban a muerte, como un presagio que no era crónica. Algunas noches, después de dormir bajo la lumbre de una farola, escuchaba como discutían, se insultaban, se agredían con la palabra, se deshacían en amenazas con la venganza danzando y la muerte tras la puerta de la cocina. Algo muy grave pasó en aquel momento, gemidos, dudas, la voz de un niño que decía ver monstruos en el armario, cuando lo que colgaba de las perchas eran los trajes negros de su padre. Necesitaba beber algo, un trago rápido, una pastilla para dormir, era tarde, en torno a las tres de aquella madrugada lluviosa.
Había pasado más de una hora y las luces azules de la policía se reflejaban en el cristal de mi lámpara de noche. Pegue el oído a la puerta y un niño no dejaba de llorar –mamá, mamá, no puedo dormir hay monstruos en el armario, despiértate mamá, que te quiero mucho, despiértate que tengo hambre de tus besos-. Aquellas palabras taladraron mi cerebro y la conciencia me juzgó por ser ingenuo. Había muerto tras un sinfín de golpes e insultos, de amenazas y extremismo, de celos a la nada y maquillaje sin estrenar desde el día de sus últimos días ante el altar de Dios o del juez. Una princesa disfrazada de cenicienta desde los quince abandonaba sin billete de vuelta la vida. La había matado, ¡!!estaba muerta, muerta!!!.
No dejaba de llover, parecía como si la noche quisiera llorar también el asesinato de una mujer más. A la mañana siguiente encontré en el buzón un diario rosa escrito con el negro de una vida en gris. ¿Quién pudo haber dejado aquello allí? Una copa de whisky y el My Way de Frank Sinatra de fondo sirvieron para leer los primeros renglones de un adiós. Estoy muerta en vida desde hace diez años, muchas como yo, mueren cada año en todas las partes del mundo, los vestidos blancos de reinas están húmedos con las lágrimas de nuestros hijos y el corazón de piedra de nuestros padres. Este monstruo que dice ser mi marido y que me humilla hasta haciendo el amor, ha consumido la poca alma de mujer que me quedaba…Fue terrible y a la vez fascinante leer aquel diario de una anónima que alguien por equivocación había dejado en mi buzón. Bésame y mátame a la vez, decía, bésame y libérame, ámame que soy mujer y valiente, no me mates amor mío, no me mates más que muero por amarte cada segundo.
Para todas aquellas mujeres que viven bajo el yugo de monstruos de armario, sois lo mejor, sois grandes, sois la esperanza del Mundo.
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