|
Francisco Silvela y de Le Vielleuze, 1843-1905
13.01.13 - Escrito por: Lourdes Pérez Moral
Hace ahora cien años ponía punto y final a su vida pública el abogado e historiador Francisco Silvela y de Le Vielleuze. Sólo hay que leer sus discursos para confirmar una influencia productiva y real: la exigencia ética en la praxis política. Lamentablemente su figura no sólo quedó apagada por el brillo de otras sino que tuvo que hacer frente a los calificativos aplicados a toda una generación: "sentía -declaraba su hijo- una invencible repugnancia a imponer su voluntad por la fuerza y una repulsión física a ocuparse de los livianos menesteres de una política mezquina, en la que las ideas están subordinadas a las personas pero, a esto, no puede llamarse, en justicia, frialdad ni pesimismo".
El clientelismo tradicional era ya una realidad durante el reinado de Isabel II con una animosa vinculación de los partidos políticos a esa estructura pero fue en la Restauración cuando llegó a su máximo apogeo. Esta situación no impidió que Silvela entrara en política a sabiendas también que empezaba a fijarse una nueva regla de funcionamiento (el turnismo o bipartidismo) que debería traer consigo maduración y estabilización a España.
Con veintiséis años ocupó un escaño en las Cortes. Con una oratoria brutal, forjada en una sólida formación que labró hasta su prematura muerte, el futuro jefe de los conservadores, ya en la oposición ya en el gobierno, perfilaría una independencia más que evidente lejos, incluso, de cuando hizo pública su disidencia contra el que había sido su mentor (Antonio Cánovas del Castillo) por la discrepancia en los métodos a emplear en la reforma del Estado o en el saneamiento de la vida pública sin olvidar la indiferencia generalizada de la sociedad.
Cuando por tercera vez fue llamado a ocupar la presidencia del Consejo de Ministros señaló a un prometedor periodista: "por dos veces abandoné el Poder sin que mi partido lo abandonara. Por dos veces dejé la presidencia, y la tercera es como ensayo superior a mis energías, propósitos y formal resolución. Aquel a quien le ocurre ese fenómeno de repetida renuncia, debe darse por notificado. Deseo que continúe el partido conservador en el Gobierno y subsistan las actuales Cortes. De fracasar todo, de ser inevitable el llamamiento de los liberales, anhelo que se reconstituyan, que formen un partido fuerte, con un jefe respetado. No tengo preferencia por ninguno. Sea quienquiera, el más apto, el más inteligente, el que sume mayor número de voluntades, el que tenga historia más indiscutible, el que sepa infundir en las dispersas huestes más temperamentos de Gobierno, el que responda más a su misión, merecerá mis aplausos en nombre de la patria y de la Monarquía".
Larra se preguntaba "¿dónde está España?". No hubo respuesta y ni tan siquiera cuando el protagonista de este artículo exclamó aquello de "dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso". El interrogante sólo fue resuelto por Azorín: "una disparidad profunda entre la política y la realidad". Todavía a comienzos del siglo pasado, tres cuartas partas de los electores (varones mayores de veinticinco años) eran analfabetos si bien no tanto para vociferar contra la prohibición dominical de las corridas de toros.
FOTOS
Foto 1 (portada) Retrato de Francisco Silvela por Bartolomé Maura. 1897
Foto 2. Desfile militar ante el Congreso de los Diputados con motivo del triunfo de la Gloriosa por Joaquín Sigüenza. 1872. Fuente: Museo Nacional del Romanticismo
Foto 3. Salón de Sesiones del Congreso de los Diputados por Asterio Mañanós. 1908. Fuente: Colección Congreso de los Diputados
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|