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Tengo un problema
02.10.12 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
Después de oír la frase que titula estas líneas de boca de la compañera que comparte pupitre conmigo en una clase de inglés, yo pensé: «No tienes sólo un problema sino más de uno, lástima que tú pienses que sólo tienes uno».
Estaba la tipa sentada a mi lado y con formas no muy educadas, según venía observando desde que hizo su aparición en la pequeña aula en la que, desde hace pocos días, venimos perdiendo batallas contra el uso de las preposiciones o los phrasal vebs en inglés. Y allí estábamos las seis mujeres (no porque los varones estén vetados, sino porque parece que la formación en inglés, y en otras cosas, les interesa menos), cuando esta compañera declaraba que su problema para llegar a comprender bien el ejercicio de verbos que estábamos realizando era que no los conoce bien en castellano ?siendo panocha ella?, así que le cuesta mucho tener destreza para su utilización en inglés. Todas quedamos en silencio no habitual (dado que aquello a ratos se parecen más a un gallinero que a una clase), nos miramos y yo le aconsejé, en el inglés de india que calzo ahora mismo, que debería aprenderlos primero en castellano, antes de enfrentarse a usarlos en inglés. Recuperada la respiración de la profesora, siguió la clase.
Vengo pensando mucho sobre el cándido comentario de esta mujer, a la que gracias a Dios no tendré que ver más sentada a mi lado en una clase de inglés, porque me van a cambiar de grupo. Será, digo yo, porque la profesora se ha dado cuenta que yo sí me sé los verbos en español ?aunque reconozco que alguno del subjuntivo me puede bailar?, y por esta «magna» cultura mía ha decidido no dejarme en el básico de inglés, sino en el intermedio. Tiene narices.
En mis idas y venidas de esta semana, aburrida sobre quiénes de nuestros políticos son federalistas, cuáles nacionalistas, cuáles autonomistas y cuáles todo a la vez ?ubicuos como Dios?, pensaba sobre la naturalidad del comentario de esta veinteañera, que quizá se avergüence de contarnos sus affaires con contacto carnal, pero no se avergüenza ni una pizca de no saberse los tiempos verbales en su lengua madre. Y a ésta le presupongo más juicio que a mi hermano de quince años...
Y es que, pensándolo bien: ¿para qué sirven los verbos? ¿Para distinguir el presente del pasado y éstos dos del futuro? ¿Para dar matices a las acciones, de duda o posibilidad o cualesquiera otros que tengan? ¿Qué necesidad tiene esta tipa de matices? Porque para despachar chucherías, enchufarse en la empresa de su padre o trabajar en una fábrica de zapatos, no son tan necesarios los matices, pensará ella, contando con que haya dedicado un segundo a este asunto. Decidan ustedes. Lo cierto es que: ¿cuántas personas de estos nobles oficios sí los poseen, incluyendo a algún enchufado de papá, que lo cortés no quita lo valiente? Algunos de ellos no han adquirido estos detalles a través de formación y cultura reglada, sino que han adquirido destrezas que les permiten ser sabios al natural, y distinguen los matices de los verbos sin haberlos estudiado jamás. Yo he encontrado gente así en mi corta vida, pero son gente que pertenece a generaciones, las cuales arrancaron el ingenio al hambre; de estas nuevas, bien alimentadas y sin espíritu de sacrificio, estoy por encontrarme al primero. Así que estas nuevas están y estarán analfabetas de gramática de libro (no hay más que leer y releer el proyecto de nueva ley de educación), y de la natural también.
Pero seguro que esta tipa es de las que te encuentras en el banco del parque y te habla de su desgracia porque no encuentra un trabajo ni debajo de las piedras. O te vas al Carrefour y te la encuentras reponiendo estanterías con toda la mala leche del mundo. O te atiende en la Seguridad Social y te dice que perdió tu historia clínica. Y va por la vida así, sin mucha implicación, ni con los verbos ni con nada.
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