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Relicarios profanos
18.09.12 - Escrito por: Antonio Suárez Cabello
Estos días se exhibe en la Sala de Exposiciones de la Casa de la Cultura una muestra de doce relicarios profanos vinculados con el mundo del cine, cuya autoría corresponde a Francisco Javier Toro Martín, más conocido por el sobrenombre de Blas. La Exposición se encuadra dentro de las actividades complementarias del 17 Certamen Nacional de Creación Audiovisual de Cabra y se reclama con el título "Retablo Cinematográfico, relicarios del cine español" del artista Blas.
Siempre se ha asociado el relicario a la caja o estuche que sirve para guardar y custodiar las reliquias o recuerdos de los santos y que son expuestos a la veneración de los fieles. Sin embargo, en la época romántica ya se difundía un relicario profano que servía para guardar un mechón de cabellos, rubio o moreno, de la persona amada. En muchas ocasiones, la palabra "relicario" la relacionamos algunos, de forma prosaica, con el famoso pasodoble o cuplé del mismo título del compositor José Padilla, y que tuvo grandes intérpretes en las voces de Raquel Meller, Sara Montiel o la mismísima Rocío Jurado.
En la copla "El Relicario", con letra de Armando Oliveros y José María Castellví, la tonadillera canta que conoció al torero de más tronío un día de San Eugenio, yendo hacia el Prado, y que éste bajó de su calesa, tiró la capa y con gesto altivo le dijo: "Pisa morena, / pisa con garbo,/ que un relicario,/ que un relicario/ te voy a hacer/ con el trocito de mi capote/ que haya pisado tan lindo pie". Después sabemos, por la argumentación que desgrana la cupletista, que el matador de toros llevó a efecto su promesa, ya que un lunes abrileño fue a verlo torear y al dar un lance sufrió una cornada mortal, y moribundo, desde la arena, miró hacia ella y sacó de su pecho un relicario que contenía, por supuesto, los trozos del capote que con gesto garboso había pisado "tan lindo pie". Una conmovedora y apasionante historia de amor y muerte con connotaciones muy andaluzas.
Un proceso muy parecido al de esta historia es el que ha guiado al innovador Blas a la confección de sus relicarios cinematográficos. No han sido trozos de tela del capote de torear que se usa para burlar al toro lo que ha recogido para la elaboración, sino que son restos personales de su devoción al cine los que han servido para crear los doce relicarios barrocos que en la exposición se exhiben. Sí ha tenido mucho que ver para su creación doce largometrajes de producción española con los que el artista ha mantenido una perfecta comunión. Al menos así parece quedar reflejado en esas cajitas que pretenden ser mágicas para la mirada del espectador y en las que el autor ha volcado sus emociones incrustando elementos que nos lleven a la evocación emotiva del film. Los títulos cinematográficos responsables de la inspiración han sido: La buena estrella, La ley del deseo, Lucía y el sexo, Jamón jamón, Segunda piel, Fuera de carta, Días de fútbol, Camino, Amantes, Mi vida sin mí, La niña de tus ojos y Nadie conoce a nadie.
En la exposición, los relicarios se nos presentan alineados como si fuesen un retablo barroco, al que podemos prestar atención tras un hueco de ventana que nos brinda la estructura de la sala expositiva.
El olor a incienso que acompaña a nuestra observación no tiene fines religiosos sino profanos y lo podemos relacionar con la liturgia cinematográfica. Una original muestra que puede despertar interés en los no cinéfilos.
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