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UNA COLABORACIÓN DE ANDRÉS RUZ MONTES
EL TIEMPO: NUESTRO MEJOR REGALO - Escrito por:
Mi abuelo nos hizo el mejor de sus regalos. Los regalos de mi abuelo eran distintos y singulares. Y maravillosos. Regalar no es tarea fácil. Al hacerlo pretendemos, bien complacer al destinatario en una celebración o en un momento importante de su vida, bien mostrar nuestro agradecimiento hacia la persona elegida, pero sobre todo perpetuar nuestra presencia en su recuerdo. No alcanzo a recordar algún regalo material de mi abuelo, salvo las golosinas que siempre llevaba encima, en los innumerables bolsillos de su indumentaria y con las que constantemente nos obsequiaba con su generosidad singular. Pero su recuerdo permanece en mi corazón, imperecedero al paso de los años.
Mi abuelo nos hizo el mejor de los regalos: la dedicación incansable a sus nietos, el amor por la familia, su deseada y siempre compañía, … y todo, todo su tiempo.
El regalo de mi abuelo no tiene parangón. Regalos así son difíciles de hacer.
Deseoso de vernos a su alrededor, sentado en su robusto sillón era la viva imagen de la ternura, sus nietos le rodeábamos al pie de la vieja chimenea permaneciendo boquiabiertos a sus enseñanzas, comentarios y explicaciones de sencillo hombre de campo. En aquellas largas tardes de invierno no existía ni la celeridad ni la premura.
No veíamos televisión. No había videojuegos ni Messenger. Tampoco existía la Nintendo DS.
Jugábamos al veo-veo, a contar cuentos y a veces a la brisca. No teníamos prisa. La tarde era por y para estar juntos en familia. Quizá hoy nos quedaría la sensación de haber perdido el tiempo. Equivocación manifiesta.
Y llegan estas fechas. Y es tiempo de felicitaciones y de regalos. Algo bueno en sí por lo que supone de generosidad, agradecimiento y buenos deseos a los demás, sobre todo en unos momentos donde prima la individualidad. Pero también el regalo, como objeto tangible, se convierte, a veces, en una obligación rutinaria que ni siquiera sabe adornarse de las emociones que le son propias. Y no es difícil encontrarnos, a veces preocupados, presionados e incluso agobiados, por no haber encontrado aún aquel detalle que nos parezca adecuado a la persona elegida para ser destinatario del mismo.
Y si llevamos esta cuestión al mundo de los niños, la problemática se incrementa aún más. Es evidente que la nueva sociedad ha traído consigo cambios sustanciales que vemos reflejados en numerosos ámbitos: en los juegos infantiles, en la estructura de las viviendas , en las unidad familiar, en la distribución del trabajo ,en la rigidez de los horarios , y ….en tantas cosas.
Pero también nos ha traído la celeridad, el apremio y el ansia.
La mirada de mi abuelo transmitía sencillez y ternura, su presencia contagiaba tranquilidad y sosiego, condiciones que invitaban al diálogo y a la tertulia de sobremesa. Y de su casa, convertida en verdadera escuela de valores, afloraban: generosidad, amor por la familia, y respeto por nuestros mayores. Y la casa de mi abuelo…, nuestra querida casa no es solamente un recuerdo, es todo un referente en las vidas de los que tanto le queríamos.
Hoy estamos inmersos en la prisa y en la vorágine cotidiana. Desde muy temprano la premura ya aparece en nuestras vidas. Y comenzamos el día con prisa. Y desayunamos con prisa para dirigirnos al trabajo, por supuesto con prisa. Y deseamos terminar cuanto antes, para iniciar otra actividad programada en nuestras apretadas agendas mentales. Agendas que se hacen interminables, ocupadas de actividades que creemos imprescindibles: formación de nuestros hijos, jornadas laborales que se alargan más de lo deseado, actividades de promoción de salud y muchas otras, generalmente, originadas por una moderna sociedad generadora de necesidades. Y tenemos la prisa metida en el cuerpo.
Intentamos apurar los horarios y rentabilizar el tiempo. No toleramos colas, esperas, o todo aquello que rompa nuestra encorsetada agenda: verdadera sucesión de actividades. Y no nos detenemos a dialogar. Caminamos abstraídos, jugando al video juego de la cotidianeidad. Vamos tan absortos en nuestro sin vivir diario que a veces olvidamos o eludimos el saludo tranquilo o la charla amigable y sosegada. No regalamos tiempo. Es nuestra Super Nintendo de adulto. Icono de nuestra época.
Y llevamos el vestido de la prisa calado hasta los pies, lo que nos impide el disfrute del ocio, y el goce festivo. Y hasta los abuelos han aprendido a vivir con la prisa impuesta por la modernidad. E intentamos suplir nuestra falta de dedicación a los nuestros con regalos materiales que acallen demandas no verbalizadas pero sentidas y por supuesto necesarias.
Hoy más que nunca añoro aquel preciado regalo que mi abuelo nos dedicó con su admirable sencillez: su tiempo.
Y por fin tengo la solución. Y no me agobiaré pensando en regalos a veces superfluos y efímeros. El recuerdo de aquel regalo sigue estando presente en mi corazón. Y regalaré algo imperecedero. Regalaré …mi tiempo.
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