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UNA REFLEXIÓN SOBRE EL CENTRO FILARMÓNICO, DE ANTONIO J. ROLDÁN LEÓN
101 años después - Escrito por:
Aún recuerdo ir de la mano de mi padre a un lugar desconocido para mí, el que con 5 años de vida, ni tan siquiera sabía que existía. Recuerdo un vetusto sitio, con una gran puerta, coronada por un portentoso balcón, sin duda un lugar muy particular. En las paredes se notaba el paso del tiempo, la pátina de la genialidad y el carácter de los muchos artistas que habían pasado por allí durante muchos años.
Cada rincón con su impronta, cada losa una historia de pisadas formidables y cada desconchón en la pared recuerdo de miles de conversaciones, risas y momentos únicos que quedaron guardados de manera perenne en aquel lugar. No sé porqué, pero supe percibir la importancia de aquel lugar queriendo recoger todo su jugo, toda su historia, todo su encanto.
Recuerdo que no faltaba ningún martes y viernes del año a los ensayos del Cuadro Artístico del Centro Filarmónico. Mis padres entraban a ensayar mientras que yo me entretenía en el patio con otros niños mientras nuestros padres daban rienda suelta a su afición. Recuerdo los juegos con Germán Calvo y Jesús Ávila, cuando con un paquete de tabaco vacío improvisábamos una rara especie de “esférico” que nos servía para jugar a algo parecido al fútbol. Germán siempre ganaba, faltaría más, así ha llegado a ser el gran futbolista que es hoy. Pero no sólo fútbol, sino también juegos típicos como pillar, la comba, o “hay candela”. Aún hoy sigo manteniendo una gran amistad con ellos dos y con Marta Calvo, Mari Ángeles Martínez, etc. Pasábamos buenos ratos jugando, eso si no venía el conserje y nos reñía, algo muy normal pues el ruido que armábamos y los daños materiales en macetas y demás elementos del patio eran más que patentes. Cosas de niños…
La música estaba siempre presente, y con el tiempo llegó el momento y la oportunidad de empezar con el solfeo y el aprendizaje de algún instrumento. De la mano de D. Vicente Rafael Moreno López adquirí mis primeros conocimientos sobre el lenguaje musical y la lectura de partituras. Luego, en el conservatorio vino mi experiencia, nefasta por cierto, con el violín, instrumento con el que fracasé musicalmente de manera estrepitosa. Pero ahí estaba el Centro, que me supo “recoger” como músico y comencé en el mundillo del pulso y la púa. D. José Luis Arroyo siempre vio en mí a un músico digno, y como tal se empeñó en que aprendiera a tocar su instrumento, el Laúd. Las tardes con el “Laudín” eran intensas en mi casa, pero con él comenzó una de las páginas más brillantes, si se puede llamar así, de mi humilde pero intensa historia con la música. Laúd y carpeta, de un lado para otro, di muchos paseos hasta que conseguimos dominarnos mutuamente. He de reconocer que él me relajaba con su sonido tenue pero sensual, y
yo se lo agradecía sacando de su alma las melodías más bellas que grandes autores escribieron. Pude dar vida a piezas de Ramón Medina, Luis Bedmar, Ariel Rodríguez, y como no, de los maestros Moral y Rodríguez.
Las tardes de verano tenían un encanto especial. Subir las escaleras de la casa, coger el laúd, repasar las piezas antes del ensayo, y ponerse a tocar. Recuerdo con anhelo el ambiente que se respiraba en los ensayos cuando la música lo llenaba todo y la luz que entraba por los ventanales del salón de actos iluminaba de manera sutil la estancia, como si quisiese complementar visualmente las piezas que estábamos interpretando. Recuerdo grandes conciertos, y otros en los que era el único laúd que estaba disponible para tocar. Una gran responsabilidad, pero puedo decir que me sentía orgulloso cuando acababan los conciertos y recibía la felicitación de grandes filarmónicos como D. Manuel Molina Guarddón, D. Damián Moreno o el propio José Luis Arroyo. También llegué a estremecerme cuando en mis manos pude sostener manuscritos originales de los maestros Moral y Rodríguez en el despacho de la segunda planta donde, de manera improvisada, mi amigo Antonio Moral tenía su refugio compositivo. Pasábamos las tardes de ve
rano tocando arreglos de piezas increíbles con más músicos jóvenes, y de vez en cuando, Antonio abría un par de viejas carpetas de gomillas, llenas de polvo y que tenían su morada en esta zona de la casa, para sacar esos manuscritos. Era emocionante dar vida a unas partituras escritas del puño y la letra de sus propios autores. Allí respiré el sentido más puro de la música. Allí las custodiábamos y las cuidábamos de la mejor manera que sabíamos: dándoles alma, haciéndolas volver a sonar.
Como tantos otros músicos jóvenes del Centro me llegó la edad universitaria, lo que me impedía continuar con la disciplina de los ensayos como era debido, pero aún así aprovechaba la más mínima oportunidad de tocar en ocasiones más informales como las serenatas de San Juan en las que visitábamos los barrios del Cerro, la Villa o la Barriada para regalar nuestros humildes pero bellos sonidos por todo el pueblo en esa hermosa noche. Llegué a venirme de Sevilla después de hacer un examen y a irme al otro día por la mañana para hacer otro, pero, créanme, mereció la pena y mucho.
Muchos años de buenos y bellos recuerdos, de momentos buenos y no tan buenos, pero siempre con dos denominadores comunes: la música y la amistad. Por esto espero que no les extrañe la afirmación que haré a continuación, y es que “a mi me duele el Centro”. Y ya no sólo en el sentido de que me tenga aún fascinado la casa en la que me crié, sino que me duele, y no saben cuanto, la situación por la que pasa el Centro hoy en día. La amistad hacía que fuésemos una “gran familia”, en el más amplio sentido de la expresión. Pero, en los últimos tiempos, veo como esto no es así. A mucha gente le extraña no ver caras tan relacionadas con el Centro como las de Pepe Calvo y Paqui Martínez, José Ávila, Mª José y Loles Villatoro, Alfonso Vergillos, Sixto Gómez e Inma Chica, Ara Lopera y Antonio Jesús Pérez, Soledad Vázquez, Antonio Roldán Molina y Pepi León, mis padres…Pues les digo que no es fruto de la casualidad. Es más, me duele ver como gente que eran como familia para mí ahora se cruzan de acera cuando me ven o no me
saludan por la calle, creo, sin haberles hecho nada. ¿Qué está pasando?
Se viene mucho hablando del tema en varios medios de comunicación, e incluso por la calle de que el Centro no está bien, que no atraviesa por su mejor momento. Pues con mi nombre y mis apellidos, y con la historia que anteriormente les he contado y que creo que me respalda, les diré sin pelos en la lengua que yo opino igual que casi todo el mundo: que el Centro, nuestro Centro Filarmónico, pasa por uno de sus peores momentos. Desde la entrada de José Fernández Álvarez como Presidente las cosas no han hecho más que torcerse. Hemos asistido a un “Centenario Descafeinado” y poco atractivo, siendo bastante prudente en esta afirmación, al igual que hemos visto como el Grupo de Cámara se ha ido como multitud de buenas voces e instrumentistas que estaban en la casa hasta la entrada de la actual directiva. Pienso que con los nombres que he citado anteriormente se podría hacer una gran formación vocal en Cabra, ¿no creen? Pues eso se lo ha perdido el Centro, o mejor dicho, esta directiva. Está claro que si alguien no
está a gusto en un sitio, pues acaba por irse o por que lo echen, que es lo más recurrente. De eso si que es responsable esta directiva, y pienso que es innegable que no se están haciendo las cosas todo lo bien que se podrían hacer. Creo que un responsable, en el ámbito que sea, debe tener como fin último el que su institución vaya avanzando y evolucionando, nunca a la inversa y, mucho menos, por motivos personales como está sucediendo. Mi padre ha sido excluido del Centro Filarmónico, y no sólo lo digo yo, que soy su hijo, sino que también él tuvo la posibilidad de expresarlo por medio de una carta en distintos medios de comunicación provinciales. No creo que sea justo que estas cosas sucedan. La política hay que dejarla para los políticos, y digo esto porque en el Centro siempre nos ha movido un único fin, altruista y desinteresado, como es la música. Me atrevo a decir que desde que José Fernández Álvarez introdujo medios políticos para llegar a ser presidente ya nada ha sido igual. El poder corrompe, no
hay duda. Estoy un poco harto de que haya gente que utilice las instituciones y a la gente que las compone para su beneficio y lucimiento personales. Triste pero cierto. En este caso creo que saben lo que digo y porqué lo digo. Por desgracia eso revierte en todo y en una casa de la música, pues revierte en detrimento de la música, que paradójicamente debería ser su principal cometido.
Para terminar, me gustaría, desde el más profundo respeto, enviar un mensaje al Sr. Presidente del Centro, José Fernández Álvarez. Puedo perdonarle que el Centro vaya así como va, aunque me duela. Puedo perdonarle que haya jugado sucio en el plano personal con personas a las que quiero y admiro. Es más, puedo perdonarle que haya echado usted a mi padre, a mi madre e incluso a mí, pidiéndonos los trajes de la casa semanas antes de volver a incorporarnos a los ensayos. Pero lo que nunca, jamás, le podré perdonar es que me haya negado la posibilidad de seguir desarrollándome como músico dentro de la casa en la que me crié, de luchar y de trabajar por ella, cuando creí que por fin había llegado el momento de hacerlo. Aquí me tiene, buscando sucedáneos que no me llenan tanto, “mendigando arte” cuando lo tenía en mi propia Casa. No sé a Usted que le parecerá, pero a mi me parece que eso NO SE LE HACE a la gente que ama tantísimo a la Institución que usted y su Junta gestionan en la actualidad. Permítame decirle, d
esde el respeto, que creo que no es Usted digno ni del puesto que ocupa, ni de la historia que le respalda ni de representar a algo tan entrañable para todo un pueblo como es Nuestra Casa de la Música, el Centro Filarmónico Egabrense.
Siento decirle que en mí siempre tendrá un detractor, con nombres y apellidos. Esta es mi opinión, pero piense conmigo en la cara que pondrían los Maestros Moral y Rodríguez, por ejemplo, sentados entre el público del último concierto de Santa Cecilia. A ver que le dirían ellos…
Antonio J. Roldán León
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