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Anecdotario de Córdoba en el Siglo de Oro
09.05.12 - Escrito por: José Manuel Valle Porras
... y dentro de pocos días que esto pasó, murió, habiendo[lo] contado delante de muchas personas, y a mí me lo contó un sobrino suyo,
que se lo oyó decir, y estuvo a la cabecera a la hora de la muerte...
[Hernando Sebastián de ESCABIAS]: Casos notables de la ciudad de Córdoba (1618), Montilla, 1982, 313 pp.
Leer una antigua colección de anécdotas puede ser una forma amena de acercarse a la mentalidad de otra época. Estos florilegios se compusieron para entretener, maravillar, hacer reír y turbar al lector. Siglos después pueden haber perdido parte de sus efectos, pero siguen cautivando nuestra imaginación. Sin embargo, su utilidad para nosotros ya no es solo recreativa, sino también informativa. Tanto el criterio seguido en la selección del anecdotario, como la forma de contar, al resaltar y glosar determinados aspectos del suceso narrado, nos están indicando cuáles eran las preocupaciones del autor y sus primeros lectores, cuáles sus inquietudes, cuáles sus condenas y sus valores. Nos están diciendo qué creían y, en definitiva, quiénes eran. He aquí el principal valor del libro que a vamos a comentar.
La colección de anécdotas no era un género extraño a la España de principios de la Edad Moderna. A mediados del siglo XVI, un fraile dominico escribió el conocido Floreto, en el que recogía «noticias diversas» de finales del siglo XV y la primera mitad del siguiente, que afectaban a diferentes personajes y lugares de la península, incluyendo el ya entonces desaparecido reino nazarí de Granada, de cuyo sistema judicial ofrece algunas curiosas pinceladas . Aún más interesante es la Miscelánea publicada en 1592 por el caballero extremeño Luis Zapata (1526-1595), que contiene una variopinta colección de anécdotas ocurridas en diferentes lugares de la monarquía hispánica, algunas de ellas terribles, como la de una señora de sangre real que pareció morir y fue enterrada en la bóveda familiar de Santo Domingo el Real, donde despertó y por tres días gritó para que la sacaran, lo cual no ocurrió porque las monjas creyeron oír quejas de espíritus . En la línea de estas obras hay que situar el manuscrito de los Casos notables de la ciudad de Córdoba, que, sin embargo, se caracteriza por recoger mayoritariamente sucesos ocurridos a cordobeses. Por ello, la mayoría de las historias se desarrollan en la misma ciudad de Córdoba, y algunas en pueblos de su actual provincia, como Cabra, Montilla o Fuente Obejuna, aunque también las hay que transcurren en otras ciudades andaluzas, tales Granada, Sevilla, Antequera, Utrera o Jaén, e incluso en Roma o en expediciones militares al norte de África e Inglaterra.
Según Sala Balust, el autor de los Casos notables fue el jesuita Hernando Sebastián de Escabias . Nació en Arjona hacia 1569, y entró en la Compañía de Jesús en 1601. Parte de su vida la pasó en Jaén, pero también estuvo vinculado a Córdoba, de donde procedía su familia y donde vivió unos años. Parece que escribió este libro en torno a 1618 , de forma que el grueso de las cerca de 90 anécdotas que lo componen acontecieron en el siglo XVI y a principios del XVII, algunas incluso en el XV, todavía en tiempos de la frontera con Granada. La obra tiene la forma típicamente renacentista de un diálogo, en este caso entre dos mercaderes cordobeses que se encuentran en la feria de Daimiel y deciden entretenerse contándose historias de su ciudad. Entre ellas figuran abundantes episodios de la vida del Padre Juan de Ávila (1499-1569), o de otros personajes vinculados a Córdoba, como don Leopoldo de Austria, que fue su obispo entre 1541 y 1557, o el cronista Ambrosio de Morales (1513-1591), pasando por relatos de monjas enamoradas, pactos con el diablo, muertes por duelos o venganzas, casamientos desiguales, milagros de la Virgen de la Fuensanta de Córdoba, casos de comportamientos virtuosos, cautiverios de cristianos en tierra de moros, etc.
Las primeras anécdotas contenidas en este libro iluminan al lector actual sobre el papel de las creencias religiosas en la sociedad cordobesa, española, de los siglos XVI y XVII. La intensa espiritualidad de aquella época fue, como la prosperidad económica, el poderío militar o los logros literarios, una manifestación más de la fertilidad hispana durante su momento en la Historia. Así lo reconoce el propio autor de los Casos notables, cuando, por boca de Colodro, dice haber «reparado muchas veces qué dichosos tiempos fueron aquellos de ahora ochenta años [...]; pues si se cuentan los siervos de Dios que florecieron, no hay número» , y cita luego a Santa Teresa de Jesús, San Francisco Javier, Diego Laínez, San Francisco de Borja, San Juan de Dios, fray Luis de Granada y otros eclesiásticos que dieron poderoso ejemplo de entrega a su fe y renovaron intensamente las instituciones católicas. El historiador don Antonio Domínguez Ortiz considera que esta importante presencia de santos y fundadores en el Quinientos, y su posterior disminución, guarda relación con la abundancia en aquel tiempo, y progresiva desaparición a partir de entonces, del «fraile hombre de mundo, antiguo general, aristócrata o aventurero, en todo caso hombre que había viajado y conocido variedad de países, libros y personas, que podía hablar con conocimiento directo de amor, negocios, política, honor caballeresco y otros temas profanos» . Más permanencia y difusión tuvo la admirable actitud de entrega al prójimo movida por la fe. En los Casos notables se cuenta, por ejemplo, la historia de dos sacerdotes que decidieron remediar la necesidad de atención espiritual en Fuente Obejuna. Durante más de catorce años, cada uno de ellos se encargó de dos ermitas y cada día hizo a pie los más de diez kilómetros que separaban la una de la otra, para dar misa en ambas y poder atender así a la dispersa población .
Por el contrario, otras anécdotas ofrecen testimonios mucho menos edificantes. Leemos, por ejemplo, el caso de una monja de Portugal particularmente devota, que disfrutaba en su convento fama de virtuosa y santa, pero que se dejó «llevar de la vanidad, y para hacerse más famosa, se hizo unas llagas en el costado con un alfiler, con intenso dolor suyo» . Similar es la historia de Magdalena de la Cruz, natural de Aguilar de la Frontera y monja en el convento de Santa Isabel de los Ángeles en Córdoba, quien «determinó tratar con el demonio, y con su ayuda hacer cosas tan imposibles que admirase a quien las oyese». Fue así como su aura de santidad creció, tanto que «los grandes de España la visitaban y tenían su carta por una grande reliquia» . El negocio se destapó cuando algunas monjas vieron que Magdalena estaba de noche con «un mancebo que la reñía de cosas que hacía», el cual no era otro que «el demonio, que en esta forma tenía parte con ella». Descubierto lo ocurrido, intervino la Inquisición y Magdalena «confesó de plano haber tenido pacto con el demonio» . Este famoso caso ha sido investigado por varios historiadores, y es bien conocido gracias a los documentos del proceso inquisitorial, iniciado en 1544. Entre ellos destaca la carta escrita aquel año por una monja de su convento, en la que se verifica y amplia la información conservada en los Casos notables. Entre otras cosas, sabemos así que las religiosas vieron una noche «muchos cabrones negros» junto a la cama de Magdalena de la Cruz, y esta les dijo «que eran ánimas que venían por limosnas»; o que, otra noche, una monja que la acompañaba en su celda vio «un hombre negro con ella», a lo que Magdalena respondió: «No halláis miedo, que es un Serafinito que no os hará mal» .
Entre los Casos notables abundan los encuentros con fantasmas o seres afines. Le pasó a Doña María Ponce de León y Córdoba, que era requebrada por un caballero de inferior calidad pero mayor hacienda. Ella rechazaba tan desigual pretensión. Una noche se introdujo el galán en casa de doña María, pero ella se encaró con él sin miedo y lo amenazó si se atrevía a tocarla. El joven se marchó. Al día siguiente se enteraron de que este pretendiente realmente había muerto dos días atrás, por lo que se pensó que, tras expirar, «algún demonio» tomó su forma para inquietar a doña María . Aún más notable fue lo ocurrido al joven D. Fernando de Cárcamo, quien una noche, paseando cerca del convento de la Merced, oyó voces y se introdujo en la casa de la que procedían. Descubrió a una desconsolada mujer, que lloraba porque su marido había muerto aquella noche mientras dormían. Don Fernando le mandó avisar al sacerdote y al enterrador, mientras él velaba el cadáver. Pero al irse la viuda, el muerto se levantó y entabló combate con el vivo. Durante una hora lucharon sin cruzar palabra. Poco antes de que su mujer regresara, el difunto volvió al lugar donde primero estaba y ahí se quedó. Agradecido a Dios por haber sobrevivido a semejante trance, don Fernando resolvió aquella misma noche que profesaría en la orden franciscana. En ella tuvo una vida virtuosa, por lo que fue conocido como el santo Fray Fernando de Cárcamo . Asimismo sorprendente, pero en especial romántica y hollywoodiense avànt la lettre, es la historia de una rica señora que, mejorada en la herencia por sus difuntos padres, se muda a casa propia tras la partición de bienes con su envidioso hermano. En la nueva vivienda había un «duende», el cual «aficionóse de la huéspeda y aparecíasele en formas exteriores, hablándole y diciéndole mil requiebros». La señora trató el asunto con su confesor, el cual la mandó que no hablase con él, «por ser descomulgado, enemigo de Dios» . Sin embargo, «era tanto el amor que el enamorado duende tenía a esta señora, que de día ni de noche no se apartaba un punto de ella, y cuando era visitada de sus deudas y amigas, nadie lo veía, ni aun las criadas de la casa; sólo ella lo veía, y con ella era la amistad» . La fortuna de la señora era que, cuando su hermano acudía a su casa con la esperanza de encontrarla sola y poderla matar para reunir toda la herencia paterna, el duende, conocedor de sus intenciones, provocaba tantas voces y ruido, que al inminente asesino le parecía que había mucha gente y se marchaba. Al final la señora decidió mudarse, aunque su extraño admirador le advirtió que no lo hiciera porque le ocurriría una desgracia. Y así fue. El hermano seguía en sus trece, y en la nueva casa pudo cometer tranquilo la fechoría. El duende, en el que la terminología de hoy tal vez reconocería un fantasma, no pudo hacer nada.
Muy jugosas son las anécdotas referidas al abuelo del autor de los Casos notables, llamado Sebastián Ruiz de Escabias y Alcudia, que debió florecer a finales del siglo XV y principios del XVI. Era un caballero natural de la villa de Torre Milano, donde, en una cacería de perdices con el señor de La Guardia, discutió y mató a un pariente de este, por lo que tuvo que huir «a uña de caballo». Bajó a Córdoba, y, considerando que allí no estaba seguro, salió en dirección a Gibraltar y Málaga, pues pensaba que en tierra de frontera con los moros estaría más a resguardo. Aquella misma jornada «llegó cerca de Cabra a las doce del día, y no sabiendo qué lugar fuese aquél, preguntóselo a un pastor, y él le dijo que era Cabra. Oyéndolo mi abuelo, preguntólo si era allí donde estaba la sima, y él respondió que allí era, y llevado de una curiosidad, le dijo al pastor que dónde era, que por ser una cosa notable, deseaba verla» . El pastor se lo indicó, pero no lo quiso acompañar, porque durante los tres últimos días se habían oído voces saliendo de la sima, que se creía eran de algunos demonios. Escabias no se amedrentó. Se asomó a la gruta y vio una joven colgando de las ramas de una higuera que había crecido en el interior. La rescató y esta le contó cómo era «una señora natural de Córdoba e hija de un señor titulado», a la cual, por haberse aficionado a un hombre de condición inferior, su padre y hermanos habían arrojado en el interior de la sima de Cabra. Escabias decidió entonces cambiar su ruta. Marchó a Arjona, donde tenía parientes, y llevó consigo a la joven que había rescatado de aquella cueva, la cual ingresó en un convento en Jaén. Su familia nunca más supo de ella. En cuanto a Escabias, este se mantuvo en Arjona «algunos meses disfrazado, y viendo que allí no le habían llegado a buscar» decidió permanecer en ese lugar con su mujer. Dejaron el mesón en el que hasta entonces habían vivido y buscaron casa. Un hidalgo les ofreció una que estaba en la plaza, aunque informó de que, «desde el día que murió su dueño, se habían visto y oído cosas extrañas de que todo el lugar era testigo». Una vez más, Escabias no se asustó. Se mudaron y, a la cuarta noche, mientras dormían, oyeron que, desde la azotea, bajaba por la escalera «una negra en carnes y cargada de cadenas, tan largas y gruesas, que parecía derribaba toda la casa» . Escabias cogió sus armas y se enfrentó con ella, pero todo fue en vano. El fantasma le propinaba tan tremendos golpes, que su esposa, temerosa de perder al marido, rogó a Dios que les ayudara, tras lo cual la negra se marchó. Escabias quedó malherido y cercano a la muerte. Logró recuperarse, pero durante un tiempo echaba sangre por la boca. Por eso, cuando la gente veía el rastro que dejaba, preguntaban si había pasado por allí «Sebastián Ruiz de Escabias, el que peleó con el diablo» .
Muchas de las historias contenidas en este libro han servido de base a creaciones literarias, aunque no necesariamente por haber sido leídas en esta fuente. Hemos mencionado ya la sima de Cabra, una gruta vertical de origen kárstico con más de 100 metros de profundidad, de la cual se dice en los Casos notables que, «según fama, se han echado en ella muchas malas mujeres» . La celebridad de este íntimo y misterioso precipicio hizo que también acabara en la pluma de Cervantes, escritor familiar y personalmente vinculado a Córdoba. El Caballero del Bosque menciona a don Quijote que uno de los trabajos que le mandó Casildea de Vandalia fue que se «precipitase y sumiese en la sima de Cabra, peligro inaudito y temeroso», y que le llevase «particular relación de lo que en aquella escura profundidad se encierra» (Don Quijote, Segunda Parte, capítulo XIV). Otra referencia compartida es la historia de Leonor Rodríguez la Camacha, famosa hechicera montillana que, junto a otras compañeras de oficio, resultó penitenciada por la Inquisición en 1572 . Cervantes la evoca en El coloquio de los perros, y los Casos notables se hacen eco de un supuesto sortilegio amoroso de estas magas para unir a don Alonso de Aguilar, vástago de la casa señorial de Priego, con la hija de una rica señora . Todavía hoy se recuerda en Montilla a las Camachas.
Pero Cervantes no fue el único en beber de estas anécdotas cordobesas. Otros escritores se sirvieron de ellas, en especial de aquellas sobre infidelidades y deshonra. Góngora, poeta cordobés, compuso un poema que contenía estos versos: «Abades, guardad el bonete,/ que tiran con pistolete». El poema alude a la historia del caballero don Jerónimo de Angulo, quien, tras descubrir que su mujer se acostaba con cierto canónigo, lo buscó en la calle y le disparó, con tan mala fortuna que el mucho paño que llevaba el clérigo, por ser invierno, detuvo el impacto. D. Jerónimo fue apresado, pero pudo huir y marchó a Orán, donde permaneció mucho tiempo como soldado, y no volvió a Córdoba, salvoconducto en mano, hasta pasados más de veinte años . Repercusión en la lírica y la dramaturgia tuvo la famosa historia del regidor Fernando Alfonso de Córdoba y la venganza de su ofendido honor, asunto que usó Lope de Vega en su obra Los comendadores de Córdoba. También tuvieron huella literaria otras dos historias. La primera es la de otro caballero cornudo, que dio dinero al amante de su esposa para que se marchara, y a ella la trató desde entonces muy bien, pero, una vez que su mujer enfermó y el médico le hizo una sangría, tras quedar sola le aflojó la venda hasta que murió desangrada ; la segunda es la del famoso médico Pedro Mato, también afrentado por su esposa, el cual fue obligado a reconciliarse con ella y dejó pasar unos años, pero, una vez que se burlaron de él dejándole unos cuernos colgados en la puerta de su casa, cogió una toalla y ahogó con ella a su cónyuge. Ambas historias parecen ser el fundamento de la tragedia El médico de su honra, de Calderón de la Barca . El caso de Pedro Mato fue muy sonado en Córdoba, y, según Ramírez de Arellano, todavía a finales del siglo XIX se conservaban en la tradición popular estos versos: «Pedro Mato/ mató a su mujer;/ físolo tarde,/ mas físolo bien» .
Los anteriores ejemplos evidencian el interés de las anécdotas recogidas en los Casos notables de la ciudad de Córdoba. La diversidad y atractivo de estas historias excita la imaginación y enriquece el conocimiento. Como hemos visto ya, muchas de ellas inspiraron a varios de nuestros más grandes escritores del Siglo de Oro, pero, además, algunas de su estirpe han servido a escritores posteriores. Resulta didáctico comparar el diferente tratamiento que unos y otros han dado al mismo material. Para mejor entenderlo acudamos a un ejemplo. En el libro de Sebastián de Escabias hay dos historias de incumplidas promesas de matrimonio. Una es la de una pareja rica pero sin hijos, que dejó su mayorazgo a uno de sus sobrinos, con la condición de que se casara con una prima pobre. El joven dijo que lo haría, y «lo juró delante de un Cristo crucificado», pero muerto el tío y heredados los bienes, desoyó su juramento y se casó con otra mujer. Aunque su tía lo acusó a la justicia, como «no había testigos de la palabra que dio, le dieron por libre». Muy similar es el relato de un «hidalgo mozo» de Arjonilla que se prendó de una mujer, y esta «le dijo que haría su gusto si le daba palabra de casamiento; él se la dio, y, fiada de ella, condescendió con su voluntad». El tiempo pasaba y el muchacho no cumplía su parte. La señora se cansó de recordarle su compromiso y también ella recurrió a los tribunales, pero en vano, pues igualmente carecía de testigos. Ambas historias son muy similares, incluso en su solución: es la propia divinidad la que hace justicia, provocando repentinas muertes a ambos jóvenes . Las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma (1833-1919), que tanta familiaridad guardan con estos Casos notables, contienen el relato «Al hombre por la palabra», que da cuenta de un hecho ocurrido en el Perú «allá por los buenos tiempos del virrey príncipe de Esquilache», esto es, entre 1616 y 1621. Había entonces una hermosa viuda, doña Ana de Aguilar, pretendida por muchos pero que se negaba a ofrecer a nadie sus encantos si no mediaba ceremonia. Sucedió que en la celebración de su cumpleaños, uno de sus galanes exclamó, delante de un cuadro de la Verónica: «Juro y rejuro que otra no será mi mujer sino doña Ana de Aguilar». Era este hombre don Cristóbal Núñez Romero, y las malas lenguas dijeron que el juramento fue seguido de la toma de «quieta y pacífica posesión de la hasta entonces inexpugnable fortaleza». En cualquier caso, transcurrió el tiempo y la promesa no se cumplía. Doña Ana inició pleito, pero el amante de su soltería no se desdijo del juramento. Lo reconoció, e hizo ver que cuando decidiera casarse lo haría con ella, pero que de momento no tenía decidido dar ese paso. La justicia tuvo que darle la razón, quedando en eso el negocio, y en verdad no se casó con otra, porque nunca se casó . Resulta interesante comparar las dos primeras historias con esta última. En ambos casos encontramos juramentos ante imágenes sagradas, goce prematuro del placer que la Iglesia reserva al matrimonio, incumplimiento de la palabra dada, y falta de testigos que imposibilita el recurso a la justicia. En cambio, es muy revelador lo diverso de sus finales. Aunque todas las anécdotas sean reales y ocurrieran entre el siglo XVI y principios del XVII, son narradas e interpretadas por distintas personas y épocas. En las del jesuita Escabias, que escribió en aquel mismo tiempo, los perjuros reciben su pena del auténtico testigo injuriado, que es Dios, mediante muertes inesperadas o accidentales. En palabras del autor de los Casos notables, Dios castiga «las ofensas que contra Su Majestad se cometen». Se restablece así el orden. Distinto es el final de la que podría ser la versión de nuestro tiempo, que es la de Ricardo Palma, escritor decimonónico. En ella está casi ausente la idea de agravio a Dios. El perjuro se convierte en mero libertino y sinvergüenza, y en lugar de tener una muerte interpretada como castigo divino, se nos da la evasiva de que «murió de una indigestión de soltería». El posible espacio de la intervención celestial se dedica a la ironía y el humor. Todo lo dicho pudiera ser porque, desde el siglo XIX, ni Dios está tan presente como antes, ni la existencia humana goza ya la garantía de un orden sagrado.
NOTAS AL PIE
SÁNCHEZ CANTÓN, F. J. (editor): Floreto de anécdotas y noticias diversas que recopiló un fraile dominico residente en Sevilla a mediados del siglo XVI, en Memorial histórico español, XLVIII. Madrid, 1948, pp. 21-22.
ZAPATA, Luis: Miscelánea, en Memorial Histórico Español, XI, Madrid, 1859, pp. 82-83.
SALA BALUST, Luis: «El hermano Sebastián de Escabias, S.I., autor desconocido de los "casos notables de la ciudad de Córdoba"», Hispania. Revista española de historia, 10 (1950), pp. 266-296.
[ESCABIAS, Hernando Sebastián]: Casos notables de la ciudad de Córdoba (¿1618?), Montilla, 1982, pp. 189 y 216.
Ibidem, p. 28.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen, Madrid, Istmo, 1985, pp. 388 y 389.
Ibidem, p. 33.
Ibidem, p. 76.
Ibidem, p. 71.
Ibidem, p. 72.
GRACIA BOIX, R.: Autos de Fe y causas de la Inquisición de Córdoba, Córdoba, 1983, p. 621.
Ibidem, p. 92.
Ibidem, pp. 85-87.
Ibidem, p. 88.
Ibidem, p. 89.
Ibidem, p. 138.
Ibidem, p. 95.
Ibidem, p. 96.
Ibidem, p. 136.
GRACIA BOIX, R.: Autos de Fe..., pp. 94-96.
[ESCABIAS, Hernando Sebastián]: Casos notables..., pp. 82-83.
Ibidem, pp. 200-204.
Ibidem, pp. 279-281.
CRUZ CASADO, Antonio: «El médico de su honra, de Calderón, y su posible fuente cordobesa», Boletín de la Real Academia de Córdoba, 140 (2001), pp. 15-25.
RAMÍREZ DE ARELLANO Y GUTIÉRREZ, Teodomiro: Paseos por Córdoba, Córdoba, 1973, p. 431.
Ibidem, pp. 146-150.
PALMA, Ricardo: Tradiciones peruanas, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1940, pp. 96-99.
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