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Temores, Lluvias y Diccionarios
04.05.12 - Escrito por: Manuel Guerrero Cabrera
Acabo de leer un artículo de Antonio Muñoz Molina, en el que cuenta cómo se sentía de temeroso ante una cita de trabajo en Nueva York, recordando que le ocurrió igual veinte años antes en Granada, cuando solicitó una entrevista a un diario recién fundado. Es decir, el mismo temor, la misma cobardía, permanecía en él pasado el tiempo ante la misma situación; sin tan dilatado espacio temporal, esto mismo es algo que me ocurre, cuando escribo un artículo (como el que ahora lees) que no me animo a publicar, porque no me convence su estilo o no me aclaro al final.
Por ejemplo, la semana después de la Santa me centré en un texto sobre un par de matrimonios que se refugiaron de la lluvia de la tarde del viernes Santo en el zaguán del Círculo de la Amistad, pero que, en cuanto se dieron cuenta de dónde se encontraban, obviaron la utilidad del refugio y arremetieron verbalmente con inquina contra dicha Sociedad, pero los golpes de la lluvia en el suelo fueron mayores y los callaba...
¿Por qué no se iban, si tanto odiaban estar allí? ¿Acaso mostrar la animadversión era mejor actitud que empaparse? No evito recordar aquella milonga que decía:
Donde me invitan me quedo
y donde sobro, también.
Pero no fue así: hartos de esperar alguna reacción en los presentes o desde el sector del patio, decidieron marcharse mojándose por completo.
Y el temor al que me refería antes apareció, hizo que borrara el archivo (antes, el gesto de hacer una bola con el papel y lanzarla a la papelera) y planteó dudas sobre lo innecesario de ese escrito. Igualmente, hace una semana, con motivo de la inauguración de la exposición «Diccionarios» en el Museo Aguilar y Eslava, redacté una felicitación que derivó en una breve aproximación a la lexicografía:
He de felicitar al Instituto y Fundación Aguilar y Eslava por el gran trabajo que está realizando, de la mano de don Antonio Suárez y los participantes del taller, con la Biblioteca del citado centro, y por la exposición de «Diccionarios», que recomiendo desde estas líneas por su interés y su valor, tanto material como lexicográfico; ya que esta exposición es una buena muestra del tesoro bibliográfico que se posee en Cabra. Además, es un motivo fascinante para acercarnos a estos libros, compañeros inevitables en el conocimiento de nuestra lengua y el modo en el que evolucionan sus hablantes, que reflejan el afán por comunicarnos que hemos tenido los seres humanos.
Aunque no existen datos concretos sobre el origen de la Lexicografía, algunos estudiosos refieren que en la cultura sumerio-acadia aparecieron las primeras recopilaciones de signos, incluidos catálogos con nombres y léxico de los textos sagrados; en el ámbito hispánico, los antecedentes se remontan hasta las Etimologías (siglo VII) de San Isidoro de Sevilla (destaca lo llamativo de sus explicaciones mediante paráfrasis o similitud, por ejemplo, según este Santo, «Mors» ?Muerto? procede de «Morsus» ?Mordisco?, porque la muerte irrumpió en el mundo debido a un mordisco), y, dentro ya de la lexicografía moderna, Antonio de Nebrija con las obras Diccionario latino-español (1492) y Vocabulario español-latín (en la exposición hallamos una reproducción). Aún antes de la fundación de la Real Academia Española (1713), encontramos obras de gran envergadura, como el Origen y etimología de todos los vocablos originales de la lengua castellana (1601) de Francisco del Rosal y el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Covarrubias; precisamente, esta última será la base del Diccionario de Autoridades (1726-1739), el primer diccionario de la Real Academia que se caracteriza por emplear citas de distintos escritores y que dará lugar al DRAE. No es la intención de este artículo resumir una historia de los diccionarios, sino animar al lector a visitar la exposición, donde encontraremos, entre otros, diccionarios enciclopédicos que se desarrollaron en el siglo XIX, destacando el Hispano-Americano de Montaner y Simón (1887-1889), que podemos contemplar en ella, y a lo largo del siglo XX la conocida de Espasa-Calpe...
Sí, persiste ahora ese temor de la necesidad de mantener estas palabras o de presionar la tecla para eliminarlas... Antonio Muñoz Molina consiguió evitar esta sensación y hoy, que la encuentro con el cuidado «entre las azucenas olvidado», me aprovecho de ello para enviarlas hasta quien las quiera leer.
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