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Vender por un puñado de oro el mayor de los tesoros
08.10.2007 - Escrito por: Felipe Osuna Manjón-Cabeza
Hay quien dice que la política es como la droga, que no mata pero machaca a las personas que por un poco de poder son capaces de vender su alma al diablo. Hay quienes dejan la vida por una ideología, una causa valiente que hoy en día poco se estila en una sociedad que se ha amoldado al bienestar de una época hegemónica. Pocas personas son capaces de defender sus ideales hasta la muerte, que se convierten en mártires de la hipocresía que nos rodea, en un estado que se baja los pantalones ante una banda terrorista y por otro lado suplica un NO a la guerra mientras mantiene a las tropas españolas en Afganistán. Ciudadanos, vecinos y amigos a los que les tengo un profundo respeto. Sin embargo, en esa lucha del día a día para conseguir la tan repetitiva igualdad, para dejar de lado el racismo y la xenofobia, se olvidan de fortalecer los lazos de amistad con los semejantes más cercanos, tan iguales y tan distintos, ya que solo les separa el puño y la rosa, la gaviota, una mano abierta de color rojo o un sol sonriente.
¡Lástima, otro amigo que se fue!, dijo en voz áspera y baja. Y es que el desdichado idealista no era capaz de expresar su punto de vista sobre la política de Zapatero sin respetar la concepción del presidente que tenía su prójimo en mente. El imponer los ideales es una práctica habitual en el ámbito familiar, en la escuela, entre un grupo de amigos o desde los medios de comunicación. Hay generaciones enteras que han heredado un signo político de sus antepasados y si por capricho del destino algún hijo, nieto o sobrino se desmarca del resto de la familia, hay quienes lo consideran “el garbanzo negro”. ¡Qué lástima que en el siglo XXI todavía quede gente que piensa de esa forma!
Los peores son aquellos que, aferrados a la política, no reconocen que el sol sale de día y la luna brilla en la noche, que por defender a Lorca o al caudillo son capaces de llegar a las manos, que hablan del destino de nuestros impuestos como el que habla de los ingredientes que lleva la tortilla. Aquellos que su razón y concepción ideológica no reconoce los logros del contrincante por muy evidentes que sean, aquellos que siempre hablan de su vaso “medio lleno” y consideran que el del otro está “medio vacío”, aquellos que sólo reconocen a las personas que piensan como ellos, aquellos, aquellos, aquellos… aquellos que niegan hasta su padre cuando ven de cerca el poder.
Yo les he visto, encararse, pelearse, injuriar y maldecirse y todo por culpa del gobierno (independientemente de su nombre, color o condición), yo he visto dejar en la cuneta al que antes abrazaba y respetaba cuando su vida era normal. Amigos que se van y no vuelven, amigos que se hieren a golpes de cuchillo forjado por el poder…
Quiera Dios apartar de mí ese cáliz con el elixir de la ambición, codicia y censura que dan los votos, porque la democracia es tal si formamos parte de ella todos, respetando las ideas que puedan tener los demás. Así lo nos lo recordaba en días pasados Mayor Zaragoza con estas palabras cargadas de contenido: «la mayoría de los Españoles desean vivir juntos, pero hacerlo defendiendo su identidad. La democracia consiste en ser respetados y tenidos en cuenta».
Y así, abanderados por el respeto y la libertad de opinión debemos de evitar caer en la tentación de vender por un puñado de oro el mayor de los tesoros: la amistad.
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