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En el Mediterráneo, Portmán
19.03.12 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
No es fácil encontrarle utilidad a los accidentes costeros cuando uno lo aprende en la escuela. Sí, me refiero eso de cabo, golfo, bahía... No era útil para un subbético. Pero siempre está bien lo de aprender cosas en los libros, para verlas después y apreciarlas. Disfrutamos la suerte de tener un país rodeado de mar; ojalá Portugal fuera nuestro también ?pero sin déficit, por favor?. En los lugares en que vivimos, podemos coger el coche y, muy pronto, dar con el mar. Los madrileños, que tienen más dificultad que los demás, demuestran su anhelo de playa en la fallera Valencia de estos días.
Cuando alguna vez se ha vivido en el mar ?a la vera, me refiero?, de la extrañeza primera se pasa a la necesidad de verlo con asiduidad. Después de un tiempo de haberlo abandonado, si vuelves a verlo te sobrecoge como la primera vez.
Es la bahía de Portmán un buen lugar para que vayas a ver el mar. Cuando estés allí, te darás cuenta de que la pequeña bahía ?la pequeña concha, como alguien la bautizó en recuerdo de la de San Sebastián? se ha cerrado casi por completo, y, si advertido por alguien te llevas un imán, la arena de debajo de tus pies se pegará al metal en formas curiosas. Estos restos de hierro y las chimeneas que salen de la tierra en los montes que saludan el mar, te van a hacer pensar que el hombre estuvo ahí.
Ya lo creo que estuvo, hasta convertir ese punto en el más contaminado del Mediterráneo. Al parecer, son decenas de kilómetros hacia dentro los que se han dañado en estos fondos marinos, debido al vertido de restos de las minas de La Unión. En la época de explotación final, lavaban el mineral con cianuro y otros tóxicos, lo que nos puede ayudar a imaginar las consecuencias ?por cierto, era una empresa de nombre cordobés y capital francés, Peñarroya, que había comprado las minas, la responsable de este desastre?.
Desde los cartagineses, están haciendo galerías en estos montes, aunque fueron los romanos los que las empezaron a explotar de forma más organizada. Después estuvieron abandonadas hasta el siglo XIX, momento en que se retoma de nuevo la horadación de la montaña para buscar galena, hierro... Si visitas la mina Agrupa Vicenta, en la misma ciudad de La Unión, puedes ver todavía el mineral en las paredes y percibir los sufrimientos que miles de personas pasarían allí trabajando en jornadas de doce a catorce horas y sin ningún tipo de protección a su vida ni a su dignidad. (En tiempos de reformas laborales está bien ver estas cosas).
La Unión ?donde en otro momento puedes ir a ver su famoso festival de cante flamenco, que nació conmemorando la afición de estos trabajadores a pasar sus ratos de asueto en las tabernas?, tiene un museo dedicado a los instrumentos y personajes protagonistas de la minería cartagenera. Allí, hay un casi paisano, de ascendencia lucentina, que no ha perdido el vigor y la ilusión de explicar muy bien todo lo relacionado con la ciudad minera de La Unión.
Este pueblo, que a principios del siglo XX recogía a noventa mil personas en su núcleo y alrededores, es ahora pequeño y tranquilo, y vive entre otras cosas de estos recuerdos, que si vas te sobrecogerán, y atemperarán tu opinión sobre estos tiempos que duramente estamos pasando.
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