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Antonio Suárez estructuró su charla basándose en la realización de su proyecto de visita a la casería del Alamillo en busca de las huellas vitales y literarias de Valera, llevado a cabo el pasado año por la Delegación municipal de cultura del ayuntamiento de Cabra con la participación del Aula de Teatro, y también en la exposición "Lozano Sidro y Pepita Jiménez. Ilustraciones para la novela", realizada por la Fundación Aguilar y Eslava y expuesta en la Casa de la Cultura de Doña Mencía en aquellas fechas.
Como se ha puesto de manifiesto en muchas ocasiones, dijo Suárez, Valera habla en una de sus epístolas de lo que significaba para él aquella posesión heredada a la muerte de su padre en proindiviso con sus hermanas. Así lo pone de relieve a su mujer, Dolores Delavart, cuando en 1872 se encuentra por estas tierras solucionando la herencia de su madre, fallecida en accidente ferroviario en Francia:
"Querida Dolores:
La testamentaría de mi madre es un enredo, por desgracia, largo de explicar. [...] no sería un buen negocio vender El Alamillo por los 14.000 duros; pero el caso es que, hoy día, hay tan poco dinero en estos lugares, que dificulto que nadie me diese los 14.000 duros por El Alamillo. Sería menester malbaratarle para venderle. Hay otras mil razones que se oponen a que lo venda yo, y no le venderé sino forzado. Entre estas razones está la de que mi padre crió y cultivó aquella finca, y la educación mía, y mi carrera, y el que Sofía haya llegado a ser duquesa de Malakoff y marquesa de Caicedo Ramona, y yo senador y ministro plenipotenciario y subsecretario y todo lo poco que he sido, todo se debe al Alamillo y al cuidado de mi pobre padre, que lo entendía algo mejor que mi madre y sabía hacer producir a aquello para que mi madre viviese en Madrid".
Las huellas literarias de aquel lugar, explica Suárez, se localizan en "Pepita Jiménez", aunque en la ficción el topónimo es Pozo de la Solana, añadiendo que Don Luis de Vargas escribe a su tío el deán el siguiente texto: "Mi padre quiso pagar a Pepita el obsequio de la huerta [localizada cerca de la presa, en el Vado del Moro], y la convidó a visitar su quinta del Pozo de la Solana [a más de dos leguas de Cabra]". Es en aquel lugar donde surge el sentimiento de amor del seminarista hacia Pepita que le hará colgar los hábitos: "Andando por aquella espesura, hubo un momento en el cual, no acierto a decir cómo, Pepita y yo nos encontramos solos: yo al lado de ella. Los demás se habían quedado atrás. Entonces sentí por todo mi cuerpo un estremecimiento".
Suárez, en su disertación, espiga la correspondencia de Valera buscando las frases alusivas al Alamillo, que lo son hasta su muerte en 1905, ya que la finca sería heredada por su hija Carmen Valera Delavat en proindiviso, las otras partes correspondían a la hija de su hermana, Luisa Eugenia Pelissier Valera, y a los herederos de su hermana Ramona, los Caicedos. En el relato el orador incorpora algunas pinceladas biográficas de los destinatarios de las cartas.
Finalizó subrayando que "el caserío, con la vivienda que ocupaban los Valera, la de los caseros, el lagar y la bodega del Alamillo están hoy en un absoluto abandono; solamente habita el olvido. La belleza del paisaje y el misterioso pozo entre olivos, en el que saciaban su sed todos los de la zona, dan un encanto especial a la finca, acaso mezclado con la nostalgia. Y frente a esas bellezas naturales, aunque sea como reliquia arqueológica, los restos de esta casería deberían ser conservados para siempre, y que se sepa que por aquellos lugares estuvo y vivió el insigne escritor don Juan Valera, diplomático y académico, y que también, en la ficción, Pepita Jiménez y don Luis de Vargas empezaron a escribir en aquel lugar su historia de amor".
Fue ilustrada con medio centenar de diapositivas, la mayoría fotos de Vicente Rodríguez y Marga Suárez de la visita del pasado año al Alamillo. Otras imágenes sirvieron de apoyo a los datos biográficos de los destinatarios de las cartas. Hubo un interesante debate en el coloquio.
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