|
Homilía de d. José Juan Jiménez Güeto en la celebración eucarística del Día de la Sierra
09.09.11 - Escrito por: José Juan Jiménez Güeto
¡Felicidades Madre!. Como todos los hijos de este pueblo que han llenado de colorido, amores y fragancias las calles y suben devotamente con luminarias en las manos a saludarte, a felicitarte, a decirte cuánto te aman y cuánto te necesitan, también yo quiero felicitarte y pedirte tantas cosas. Y sabes Madre cómo me gusta hacerlo, rezando esta oración que aprendí de pequeño
"Salve, oh blanco lirio de la Trinidad resplandeciente y siempre serena. Salve, oh rosa de belleza celestial.
Vos sois de quien el Rey de los cielos ha querido nacer: de vuestra leche ha querido ser alimentado.
Dignaos, amada madre de la Sierra, alimentar mi alma con divinas bondades".
En este día te pido que todos los “cabreños” hagan desaparecer de sus corazones el rencor, las envidias, las críticas y toda clase de maldades y de abusos. Hoy también es un día para el perdón, la reconciliación, un día para ir al hermano, al padre, vecino, amigo y mostrar una mirada de belleza, portadora de todo el amor del que es capaz el género humano. Que en tu día, Madre bendita del cielo veas cómo todos sus hijos: creyentes, ateos, agnósticos, indiferentes, conformistas, materialistas, utilitaristas,... se quieren y se aman, así como recuperan la inocencia y bondad de hijos, la limpieza y pureza de la infancia.
Saludo con afecto a todos mis hermanos sacerdotes, al Sr. Vicario Episcopal, Ilmo. Sr. D. Jesús Poyato y de modo especial a D. Zacarías por haberme invitado a celebrar la novena de nuestra patrona con todos vosotros y permitidme la gran alegría de presidir esta celebración. Creo que para un sacerdote de Cabra no hay nada más grande que estar este día aquí y celebrar la Santa Misa. Muchas gracias por este regalo. A las hermanas religiosas que desde el campo educativo y asistencial nos ofrecen cada día un trozo de cielo y una caricia maternal. Y de modo especial saludo a las Hermanas Franciscanas que hoy celebran su festividad.
Saludo al Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Archicofradía de María Santísima y felicito por el buen hacer desde la piedad y la devoción a la Madre de Dios. Al Ilmo. Sr. Alcalde y Excma. Corporación Municipal que comenzáis vuestra tarea en unos tiempos difíciles, y como dice el Salmo 71 os invito “a confiad vuestro juicio a Dios para que rijáis al pueblo con justicia y a los humildes con rectitud, librar a los pobres que claman y a los afligidos que no tienen protector, apiadaros de los pobres e indigentes y desterrad toda violencia y maldad”.
Saludo con todo cariño a todas las autoridades aquí presentes, reina y damas de estas fiestas, hermandad de San Rodrigo Mártir, Romerías y Gremios, hermandades y Cofradías y fieles todos.
Queridos hermanos, celebramos hoy una gran fiesta, nos alegramos porque en María encontramos de forma sencilla y sin grandes especulaciones intelectuales la puerta que nos lleva al valle de la felicidad, la que nos lleva al encuentro con el dador de todo bien, el Sol de justicia que agranda nuestro corazón y lo desborda de gracia y santidad. Quien nace hoy es tan grande que causa gran admiración y asombro a los hombres y a los ángeles. Decía San Juan de Ávila, pronto Doctor de la Iglesia: “¿Quién es ésta que nace como el alba que amanece, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible y espantosa como escuadrón de gente bien ordenada? ¿Por qué alba, benditísima niña? Porque así como el alba no tiene que ver con la noche, así vos, cuando nacéis del vientre de vuestra madre, no tenéis que ver con pecado. En el Alba ahogó Dios al rey Faraón y a los suyos, y en vos que nacéis como el alba, ahogó Dios al demonio y a los pecados, de manera que ninguna cosa tuviera que ver con vos. Salís como alba y ponéis en espanto a los que no os conocen, dais alegría a los que os miran. Con mucha razón se admiran los ángeles y toda la Iglesia en veros nacer con lumbre de alba, pues ven en vos una santidad que ni hubo semejable en el pasado ni lo habrá en el futuro”.
Esta santidad es a la que todos nosotros hemos de aspirar. Desde los albores de la Creación Dios, por amor, ha llamado a la existencia a toda la humanidad. Una existencia llena de gracia. Pero, desde el primer instante el ser humano se empecinó en vivir bajo el manto de la oscuridad y alejarse de la luz liberadora, ha preferido vivir en la esclavitud del pecado que en la libertad del que ama y se siente amado por un amor sin igual. Generación tras generación hasta llegar a nuestros días. Pero aún así, Dios no ha cejado ningún instante de acudir al rescate de sus hijos, a pesar de sufrir constantemente el rechazo de su pueblo, de ver cómo malgastaba la herencia recibida. Pero este tiempo de desesperación acabó cuando la que tenía que dar a luz dio a luz como hemos escuchado en la primera lectura y que como anunció Isaías sería Dios con nosotros. A partir de la generosidad, del Sí incondicional, de quien estaba llena de la gracia, Dios, quería restaurar la humanidad dividida, sacudida por la violencia, deseosa de ser liberada del sufrimiento y de encontrar consuelo para las lágrimas que brotan de tantos ojos. Quería hacer camino, para conducirla amorosamente, con una humanidad que era incapaz de encontrar por sí sola la salida de esta situación y superar el drama de la muerte.
Para culminar este plan de salvación, el Padre Bueno, a diferencia del discurrir humano, escogió lo pequeño, humilde y sencillo para sacar de lo más natural lo más extraordinario. María, pequeña, obediente y fiel que pasaba desapercibida hasta para los suyos, se convirtió en la hija más eminentísima de las hijas de Israel. La hija de la que Dios se enamoró para convertirla en esposa del Espíritu Santo y así fuera madre del Hijo por excelencia que traería la salvación y por ende nos daría como Madre a tan gran señora; la misma Trinidad la coronará de estrellas y pondrá la luna como estrado de sus pies y por siempre y para siempre reinará en el cielo y la tierra.
No piensen que la Virgen María no tiene mérito alguno y que ella no puso nada en este proyecto maravilloso en el que Dios nos otorga de nuevo la vuelta a la vida de justicia y felicidad de nuestros primeros padres. Si Dios se fijó en ella es porque halló méritos en su vida de niñez y adolescencia, juventud y madurez. Encontró en ella un corazón atento a su Palabra, una vida afanosa en el servicio y un alma pura de blanca hermosura. Se esforzó en cumplir y poner por obra las exigencias de una vida de imitación cumpliendo siempre y en todo la voluntad el Padre. Así lo describe San Juan de Ávila: “ferventísimo amor tuvo, que es el que da las fuerzas para servir al Señor, y por ninguna adversidad, tentación ni trabajo, dejó de cumplir la santa voluntad del Señor y andar sus santos caminos. Tomolo a pechos, y como persona determinada de morir o vencer, salió con victoria de todos sus enemigos y se hizo temer de todos ellos, y que no osasen parecer delante de Ella”.
Queridos hermanos, vivimos unos momentos difíciles tanto en el interior de la Iglesia como hacia fuera. En el interior hay mucho trabajo que hacer, sobre todo, fortalecer la vida de oración procurando una auténtica renovación espiritual, profundizar en el cuidado de la liturgia que nos permita ahondar en el misterio que celebramos en los sacramentos y nos disponga a recibir la gracia que nos procuran, de manera especial la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. La formación, que no puede quedarse sólo en la preparación del Sacramento de la Confirmación.
Sería muy importante que los grupos de matrimonios que sois amigos crearais pequeños grupos para trabajar el Evangelio de la Familia y la Vida como tanto nos animó el Beato Juan Pablo II; o grupos de adultos en Romerías y Gremios, Hermandades y Cofradías donde la tarea fuera un itinerario serio de formación cristiana como el que nos acaba de proponer la Conferencia Episcopal y nuestro Obispo en su Carta pastoral de Inicio de Curso. O también en movimientos “Adoración Nocturna” y otros grupos.
En el camino a la santidad, además de todo lo anterior, hemos de adquirir un compromiso grande en el apostolado y en el ejercicio de la Caridad. A ningún cabreño nos causa miedo o complejos decir ¡Viva la Virgen de la Sierra! en cualquier lugar en el que nos encontremos. ¿Por qué nos da miedo hablar de Jesucristo, decir que voy a misa o que voy a este grupo u otro, o simplemente decir que soy cristiano?.
Pues yo te digo, ¡ánimo!, no tengas miedo, y alégrate y grita a los cuatro vientos que eres Cristiano y que te sientes feliz de seguir a Jesucristo y de ser miembro de la Iglesia que es nuestra casa, y como decía D. Francisco en la gala de los Egabrenses del año, es nuestra familia. Sí, nuestra familia. Por eso, hay que esforzarse por crear clima de hogar familiar entre nosotros para que la comunión sea no sólo efectiva sino también efectiva. Sinceramente en esto estáis dando pasos muy hermosos: he percibido estos días un ambiente de paz en torno a la Virgen muy grande, una alegría de personas y personas en torno a la parroquia y a sus sacerdotes que me ha hecho sentirme muy orgulloso de mi pueblo.
No obstante, hay muchos que viven lejos de Dios, pero que seguro estoy conservan en su interior ese dulce nombre de la Virgen María o de Jesús, el Hijo de Dios. Contaba Unamuno de sí mismo:
Vayamos a los alejados, ofrezcámosle a Dios, nuestro tesoro y puedan gozar de la felicidad que nosotros gozamos. Y de un modo especial en este tiempo de crisis económica, que antes de todo es una crisis de valores y educacional, vayamos a los más necesitados y mostremos el rostro amoroso de Jesucristo y de su bendita madre la Virgen de la Sierra, y como su bandera, llenemos de colorido y sobre todo de esperanza sus corazones, como día tras días estáis haciendo desde Cáritas parroquial o desde los grupos de visita de enfermos. Y luego, apostemos por la familia porque es la verdadera célula y cimientos sobre los que construir una sociedad justa y solidaria, apostemos por fortalecer la educación para que dispongamos a los mejores para que sean verdaderos constructores de libertad, suficientemente aptos para no caer bajo la esclavitud de aquellas Ideologías que bajo la ardid del progreso y bienestar social destruyen y minan los cimientos sobre los que se construye el hombre, su verdadera humanidad.
Quiero terminar esta homilía como empecé. Volviendo a reiterar mi felicitación a la Virgen de la Sierra.
¡Felicidades, Madre! Felicidades por Ti, por tu nacimiento.
Felicidades, Madre, porque ibas creciendo en el oscuro camino de la fe.
Felicidades, Virgen peregrina, porque nos enseñas la ruta de la santidad.
Felicidades, Madre, porque un día, un mes, en un lugar, de unos padres... naciste como cualquiera de nosotros y sin embargo de Ti nacería el Salvador del mundo unos años después.
Felicidades, la pobre de Nazareth.
Felicidades, Madre, porque todos felicitarán "a la amada, la paloma única, la perfecta".
Felicidades, Madre, porque eres la cima, la altura donde reside la divinidad.
Felicidades, Madre, porque eres la "Tierra de delicias" como te llama Malaquiás.
Felicidades, Madre, porque eres la Madre de Dios y mía también.
Felicidades Madre, porque eres el aroma a nardo que nos embriaga en una locura de amor a Dios.
|
|
|
|
|
|