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El jardinero fiel

22.07.11 - Escrito por: María Araceli Granados Sancho

No es tan fácil ver a la gente haciendo su trabajo con mimo. En verdad, la mayoría de las veces no es culpa del trabajador, que sometido a toda clase de presiones no puede dedicar el tiempo necesario a la actividad que realiza, porque debe hacer muchas cosas en poco tiempo y por poco dinero; que aunque este sea otro tema, tiene que ver mucho con el mimo que ponemos en nuestras acciones. Las campeonas en el cuidado de la acción son las madres, que pueden estar horas realizando una actividad que prefiere el hijo, por ejemplo una comida. En este caso la naturaleza no juega a los dados, o sí; y sobrevive la conducta que conseguirá la perpetuación de la especie.


En este tiempo, en el que nuestro país está castigado por ese nuevo Dios -“los mercados”, tal como los llaman los periodistas-, estaría bien que empezáramos de una vez por todas a hacer nuestro trabajo con mimo, atención y esfuerzo. Parece una epidemia, la idea sobre qué da igual como realizamos nuestro quehacer, ya que “de todas formas, voy a ganar lo mismo”, o “voy a conseguir los mismo que quien se esfuerza y deja las cosas a medias”. Si bien estas proferencias pueden constatarse como ciertas en la experiencia, hay un punto en el que son insostenibles. Uno mismo no puede engañarse y vivir satisfecho al mismo tiempo. Es decir, uno puede chantajear a otro para que pase el limpia-fondos de la piscina, por citar algo próximo a estas fechas, pero uno no puede olvidar que no está haciendo lo correcto. Esta es nuestra naturaleza.

Quizá haya mucha gente que saqué mayor provecho económico no respetando la integridad moral de los demás, pero todos entendemos que serán menos felices.

Toda esta “palabrería” no tiene que ver con el mensaje cristiano de “haz el bien y espera la recompensa en la siguiente vida”, aunque reconozcamos que tiene puntos de encuentro. Lo que yo digo es que por qué no hacemos nuestro trabajo lo mejor que sepamos todos –jefes y empleados-, para que nos vaya mejor a todos en esta vida. Una posible explicación es que somos como aves de rapiña, que le sacamos las entrañas al otro animal para alimentarnos nosotros y los nuestros; con la salvedad de que en ellos no suele ocurrir entre el mismo tipo de individuos; o que dejan de cazar cuando están saciados o han guardado lo suficiente para el invierno; nosotros, a veces, no paramos hasta conseguir un resultado trágico independiente de nuestras necesidades reales. Pero hay mucha gente que nos rodea que se esfuerza en su trabajo, esto ocurre entre los autónomos y también en la denostada clase de los funcionarios -doy fe- sin necesidad de que alguien los esté controlando en todo momento.

Estas ideas vinieron a mi cabeza al observar en Estepona a un jardinero que plantaba flores en una entidad privada donde yo había ido a dejar mi currículum. Allí estaba arrodillado, sobre el almorrón que quedaba plantado sólo en su mitad, y con las manos sostenía una planta que ya nunca más sería maceta. Era tal el cuidado que tenía con las flores de sus manos, que nadie que pasara por allí, podía dudar de que este hombre tenía flores en lugar de hijos, o además. Yo. frágil en mis debilidades, intervine en lo que no era de mi incumbencia, y le dije que aquellos jardines parecían el paraíso. A lo que él respondió, con acento gaditano: “esto es como todo, te tiene que gustar”.

¡Ah!, esta es la clave, recordemos que esto es lo que solemos decir a alguien que va escoger su profesión. Parece que el agrado puede ser un seguro del buen hacer. Pero usted y yo sabemos que no es suficiente. Algunos olvidamos demasiado rápido que si nos gusta algo estamos obligados a hacerlo bien; y también si no nos gusta: por desgracia el deber es el mismo.

Habrá quien objete a estas líneas que no todo este hundimiento que padecemos se resuelve trabajando bien, sino que hay condiciones que tendrían que cambiar, por ejemplo la justicia. Esta debería hacer honor a su nombre, y ser objetiva y parcial. Pero si todos nos aferramos al esfuerzo y a la moral, quizá algunas de estas estructuras corruptas que no nos dejan florecer cambien. Los historiadores que me rodean ya me han advertido alguna vez que las estructuras y las ideas están hechas por las personas.

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