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Octubre y la vuelta -reflexión sobre un mes-
UN ARTÍCULO DE MATEO OLAYA MARÍN - Escrito por:
En Cabra el mes mariano por excelencia se define entre el 4 de septiembre y un día de octubre indeterminado por la tradición, sujeto al vaivén del calendario. Es la excepción que confirma la regla, porque aquí hay un mes que tiene más de treinta días y lleva el nombre del mes de la Virgen de la Sierra. Cada año que pasa, es como si el pueblo refrendara su ley más popular, no escrita, que dice así: la fragancia a nardos partirá un cuatro de septiembre y bajará sobre los hombros de sus devotos, para volver el primer domingo después del cuatro de octubre y deshacer el camino andado.
En efecto. Este viaje de ida y vuelta que la Virgen de la Sierra hace en su peregrinar por los caminos de las sierras que la guardaron con celo, nos pone frente a la continua dualidad. La alegría y el gozo entre vítores descienden masivamente desde que el reloj del cuatro marca las cuatro, mientras que al mes siguiente –cuando habrán pasado más de treinta días- la melancolía de la despedida iniciará el recorrido inverso y en esa escalera hacia el cielo egabrense que es la subida, el silencio y el recogimiento presidirán el cortejo. La ida se hace sobre los estertores de un verano que agota su vida y la vuelta empujada por una madrugada de brisa fresca.
La espera de la subida de la Virgen nos alarga la amarga y depresiva transición al otoño. Ella, durante su estancia en esa atalaya con balcones a la villa, al cerro y a todo el casco urbano que se posa a sus pies, torna lo que en todos los lugares es un septiembre decrépito por la llegada de nublados y la reanudación de la cotidianeidad, en una estampa única, idílica y luminosa. Su presencia, vestida por los más antiguos y castizos mantos, hace de nuestra iglesia mayor el santuario en el que se mira su homólogo allá en la altura, en pleno corazón de las sierras, que siente cómo el aire septembrino le arrebató a su moradora.
Todo en torno a Ella apacigua nuestra alma. Novena, velas encendidas, pabilos e incienso por quemar, rezos, plegarias calladas, filarmónicos entonando “Amorosa Madre”, “La Oración a María” o la plegaria de la Coronación que, con la música de Luis Bedmar, nos colocó a todos en un torbellino de lágrimas, consuelan nuestro espíritu cuando los días empiezan a pintarse de gris y la nostalgia vuela cerca. Pero como todo avanza inexorablemente, llegará el día que la ley popular dicta y que ordena la partida de esta egregia imagen que es el consuelo de nuestras tristezas, el puerto adonde también van nuestras alegres historias y los ojos que a nuestros ojos miran.
Para entonces habrá sobrevenido octubre. Nos daremos cuenta cuando en un amanecer de escalofríos las gentes de nuestro pueblo se agolpen ansiosos en la puerta de la parroquia. Será ese momento en el que el tremolar de la bandera sostenido por la cadencia del batir del tambor, irán acompasando los últimos minutos de la Virgen en este corazón derramado en las faldas de las subbéticas que la venera. Es curioso cómo la bandera, que para más de uno evoca las enarboladas en los tercios de infantería del siglo XVII, pondrá metafóricamente una pica, no en Flandes, sino en el sentir popular de los que la observan y a ella acuden para acogerse sobre su vuelo tetracolor. Y cuando esa mañana, en el risco del santuario, aparezcan nuevamente sus gentes antecediendo a las andas de esmalte argénteo en el que viaja la Virgen, será otra pica la que la historia ponga, porque querrá decir que el arduo y tortuoso camino hacia arriba habrá sido salvado y coronado en el monte denominado el picacho.
Como el evidente presagio, los árboles que suelen mudar sus hojas a partir del otoño comprenderán, al pasar el fulgurante río de devotos y romeros empolvados, que podrán sus hojas caer y eclosionar así sus hermosos tonos ocres y rojizos. Es el signo de que octubre ha abierto sus puertas y tras ellas todo lo acaecido desde aquel cuatro a las cuatro queda retenido en nuestra memoria. Cabra, como siempre, vivió en cada rincón esa gloria efímera que dura un mes o, lo que es lo mismo, más de treinta días. Un mes según la tradición, el mes de María de la Sierra en Cabra, que muere cuando sus costaleros, perfumados de romeros y jaras, depositan a la Madre de todos en el altar marmóreo que mira al balcón de los andaluces.
Habrá nacido, pues, un nuevo año, un ciclo renovado.
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