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ALONSO SANTIAGO
03.03.10 SEMBLANZA - Escrito por: Paco Carmona
Fuimos amigos desde la niñez. En aquellos terribles años 40, recién empezados. Yo vivía al principio de la calle Concepción, -en una casa de vecinos- y él al final en la casa que después pasaría a ser de Gómez el practicante. Todos los chiquillos de la calle éramos amigos. Y también los de la calle Coleta y especialmente de la calle Granadal. Quinerto, Alfredo y José Luis Moreno Juliá, Antonio Jiménez, que pasados los años sería conocido por Antonio “el de Muygar”, los hermanos Cabanillas, Francisquito Botillo, etc. Todos nos conocíamos de la vecindad, como se decía por aquellos tiempos. D.Francisco Molina y D.Juan Soca, vecinos ilustres. El padre de Alonso: Artista como después sería su hijo. Su madre, siempre guapísima y elegante, sus hermanas, Josele. Las pelotas de trapo que alguna que otra vez nos quitaban los municipales… -Játiva, anunciaba siempre el vigilante-. Aparte de que Alonso era un magnífico futbolista, -en eso también le salió a su padre que vino a Cabra fichado por el C.D. Egabrense- le pedíamos siempre que jugara con nosotros, porque como su padre estaba en el ayuntamiento nos librábamos de la multa. Por ello en su ausencia, recurríamos a Quinerto, -no era aficionado al pelotín- y a los hermanos Moreno Juliá, cuyos respectivos padres también fueron funcionarios municipales… ¡Qué tiempos y las cosas que teníamos que inventarnos los chiquilllos para, algunos, distraer el hambre!
Pasaron los años y después cada uno empezó a buscarse la vida. Pero cuando a las personas, la vida o lo que sea, se empecina en marcarle un camino, siempre vuelves a los principios. De los 9 a los 11 años trabajé con quien sería su suegro: D. Juan Romero Pérez, que tenía una oficina de RENFE. D. Juan era el padre de Sagrario, Sagrario Romero, una chiquilla preciosa que pasaba casi todo su tiempo en casa de su tío Juan. Sería su mujer, su novia y la madre de su hijo. Otra vez pasan los años y se fundó la Tuna “Dominó”. Él, que siempre fue un cachondo, decía que Pepe Ruiz, -el mayor de los Pepes- y él eran los seguidores y animadores del grupo musical. Resulta obligado decir que en la casa de los Pepes era donde montábamos nuestras particulares juergas. Un par de medias botellas de vino de “lavar las caenas” como decía Pepe Triano. La madre de los hermanos Ruiz era maestra y tenía su piso en la misma escuela. Qué buena mujer y qué paciencia para enseñarnos a su Antonio y a mí a dar los primeros toques guitarreros. Su padre era agente comercial. Todo un señor al que no le importaba que en su casa se montaran aquellos follones. Pepe y Alonso eran los pintores de aquel numeroso grupo de amigos y los demás, la guitarra, el violín, etc.
Al jubilarse su padre fijaron su residencia en Madrid. Allí, pásmense, hizo estudios para ingresar en el Ejército. Pero el Ejército no ingresó en él. Se hizo tertuliano del Café Gijón y del Liceo; pronto sería amigo de todo el mundo. Su pintura y su poesía, sus recuerdos de la niñez y juventud en Cabra, lo tendrían marcado para siempre. Precisamente fue la poesía quien lo trajo a Cabra en sus últimos pasos por nuestro pueblo. Un día, me quedé esperando a que me llamara a casa y al cabo de más de dos horas, me lo encontré durmiendo la siesta en un banco del Paseo. Como “Puntillitas”, como Antonio “el loco“, dos personajes de nuestra niñez.
De todo esto me acordaba cuando en el tanatorio de Jerez, le cantaba el cura el gori gori del adiós. Joder, qué rato tan malo. Tan profundamente doloroso. Fue el día 20 de febrero pasado. Por la mañana. El día antes fallecía en el hospital de Cádiz y su único hijo, Josele, me daba la triste nueva por teléfono. Desde que me enteré de su enfermedad, llamaba con bastante frecuencia primero a su casa y cuando se fue deteriorando, al hospital, donde su última compañera, Pilar, me informaba de la situación. Pilar, una mujer de enorme valía a la que conocí el día del entierro. Bueno, fue ella la quien me dijo: “Tú eres Paco Carmona”. Y acertó de pleno porque fue mi hijo Rodrigo el que me llevó y un tiempo anterior había estado en el Puerto tomando unas copas con Pilar y Alonso.
Alonso se fue a vivir al Puerto de Santa María en noviembre de 2007. La correspondencia que manteníamos con extraordinaria falta de puntualidad, -los dos igual de vagos- se paralizó a partir de entonces, pero no las llamadas telefónicas. Él me contaba de su vida en la ciudad gaditana, donde fue acogido con gran afecto por cuantos lo conocieron, la mayoría artistas: pintores y poetas. Y lo pude comprobar en el entierro, ya que la capilla del tanatorio jerezano no es pequeña y se llenó por completo.
Tengo que recordar de tan doloso día los abrazos con su hermano Josele, sus hermanas Loli y Carmen, -Titi, la mayor, cogió un trancazo enorme y abandonó Cádiz dos días antes del adiós de su muy querido hermano. Josele leyó una cuartilla de ella, profunda y sentida, a la que añadió unas palabras suyas de adiós a su padre. Fueron momentos de gran emotividad… y la despedida. Primero Josele y su joven mujer, guapisima, compañera de profesión en Barcelona donde residen. Después Sagrario, con María Amelia, también viuda de su primo Fernando, que junto con Pilar, su última compañera, que me prometió traer la exposición del Puerto -permanecerá abierta hasta el 20 de marzo- a la sala que lleva su nombre en el teatro El Jardinito. La terrible enfermedad y su mala costumbre de decir “bueno, mañana”, lo privaron, -nos privaron- de pasar un buen rato con él. Muchas veces me dijo que estaba deseando venir a Cabra, pero… no se decidía. Él y yo sabemos por qué. No, no lo voy a contar, respeto tu decisión querido amigo. Hasta cuando sea, yo prisa, de verdad que no tengo. Un abrazo fuerte.
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