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El viejo Maestro
14.02.10 - Escrito por: Salvador Guzmán Arroyo
Desde hace algunos años vengo pensando en escribir un artículo sobre un querido profesor que tuve la suerte de tener antes de iniciar propiamente las enseñanzas de Bachillerato. Aquellos primeros estudios transcurrieron en una época muy calamitosa, en los que atravesaba nuestra España tiempos de hambre y miseria, consecuencias de nuestra horrible Guerra Civil.
Corría el año de 1941, cuando mis padres decidieron que yo estudiara bachillerato en nuestro Instituto “Aguilar y Eslava”, y para ello era fundamental aprobar el examen de ingreso. Por lo tanto me matricularon para la clase de preparatoria del referido centro educativo, que se encontraba a menos de 5 metros de mi casa, la entonces conocida “Fonda Guzmán” y siendo el maestro, mi MAESTRO: Don Francisco Molina Benítez.
Mucho tendría que contar de este entrañable profesor, sin duda alguna, un adelantado a su tiempo por los métodos de enseñanza que manejaba, por sus bastísimos conocimientos y por una tremenda humanidad que alternaba con una simpatía inagotable.
Los chavales que pasamos por su aula no podremos olvidarlo nunca y recordaremos siempre sus clases con deleite, con aquellas lecturas formados en un círculo, en la que perfeccionábamos la vocalización y entonación; su colección de “mapas mudos,” en los que nos hacía que aprendiéramos a conocer todos los países del mundo, sus volcanes, sus ríos, lagos; y sobre todo, lo recuerdo por el llamado “cálculo mental rápido”, método que nos convertía a los pequeños alumnos en pequeñas “calculadoras” y nos hacía sentirnos verdaderos matemáticos. Con estos ejercicios, mentalmente, conseguíamos efectuar operaciones aritméticas como sumar, rectar, multiplicar y hasta dividir por una sola cifra. Ésto creaba entre nosotros una sana pugna que deportivamente nos llevaba a querer ser los mejores y conseguir el ansiado premio, que consistía en ocupar las primeras bancas de la clase. De verdad, que ¡lo pasábamos “de miedo”! en aquella competición diaria y no deseábamos que sonara la campana que daba fin a la clase.
Puedo asegurar a mis amables lectores que aquellas clases eran un regalo para todos nosotros. A nuestra edad de 10 a 12 años, nuestro maestro, Don Francisco Molina, era el mejor, ya que conseguía con sus métodos de enseñanza a que nos superáramos cada día y que aprendiéramos con alegría todo los conocimientos que necesitábamos en aquella década de los 40.
Hoy me he decidido a contar estas vivencias y quiero que conste mi extrañeza de que mejores plumas que yo, no se hayan ocupado de este tema. No obstante, si es cierto que nuestro Ayuntamiento sí se ocupó en su momento, al dedicarle el nombre de aquel sabio y entrañable maestro a una urbanización de nuestra ciudad, pues este insigne profesor que tanto tuvo que ver con la juventud de Cabra se lo merecía.
Creo, sinceramente, que quien pasó por el aula de Preparatoria del Maestro Molina, habrá descubierto a lo largo de su vida ese “sello de calidad” que nuestro maestro imprimía a sus discípulos. Y de ello pueden dar fe mis antiguos compañeros de clase, muy recordados por mí, como fueron: Eduardo Oteros Priego, Alfonso Guijarro Porras, Alonso Santiago Alguacil, Juan de Dios Sanz Delgado, Manuel Guijarro Serrano, y los ya fallecidos Fernando Corpas Muriel, Antonio Palomar Yébenes, Juan Pérez Fernández… y tantos otros que, con cerca de los 80, olvido, pues mi memoria flaquea.
Así pues, sirva este recuerdo y homenaje a todos aquellos que tuvimos la suerte de tener al mejor MAESTRO del mundo: DON FRANCISCO MOLINA BENITEZ.
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