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Un pueblo sin su banda de música es una sociedad huérfana de cultura y arte, de música

EL PASODOBLE TAURINO, por Mateo Olaya - Escrito por:

Inmersos en el 150 aniversario de la plaza de toros de Cabra, miramos hacia atrás y seguro que más de un aficionado a esta fiesta nacional recordará el color de un albero fundiéndose con el traje de luces de un torero y la música de un buen pasodoble. Y es que dentro de los pasodobles, los taurinos ocupan una parte más que importante de la historia de este ritmo musical que pasa por ser genuinamente español, esencia de nuestra tierra y raíces, de una forma de entender la vida, y también la muerte.

El pasodoble taurino
Mateo Olaya Marín

Un pueblo sin su banda de música es una sociedad huérfana de cultura y arte, de música. Una banda de música sin un adecuado repertorio de pasodobles parece otra cosa menos precisamente una banda, porque si hay un género musical que identifica a estas formaciones de viento ese es el pasodoble. Por lo tanto, atendiendo a este silogismo, un pueblo sin pasodobles carece de solera y casticismo, de historia propia.
Inmersos en el 150 aniversario de la plaza de toros de Cabra, miramos hacia atrás y seguro que más de un aficionado a esta fiesta nacional recordará el color de un albero fundiéndose con el traje de luces de un torero y la música de un buen pasodoble. Y es que dentro de los pasodobles, los taurinos ocupan una parte más que importante de la historia de este ritmo musical que pasa por ser genuinamente español, esencia de nuestra tierra y raíces, de una forma de entender la vida, y también la muerte.
En el tiempo, el pasodoble entronca estrechamente con la música militar y los pasacalles con los que el ejército solía desfilar. Al igual que con la marcha procesional de Semana Santa, el pasodoble es una obra musical escrita en compás binario (paso-doble) que proviene de una derivación de la marcha de carácter militar que se tocaba, como hemos dicho, para que los cortejos militares, y luego civiles, se paseasen y ordenasen a los sones de una música marcial. Como la música es un organismo vivo que se desarrolla y evoluciona, no es descabellado pensar, y así lo han dejado por escrito muchos críticos, en un primitivo pasacalles que progresivamente va amoldándose a sus distintos fines desembocando finalmente en una composición de resonancia taurina y melodías que recuerdan a un capote de paseo.
Estamos hablando del siglo XIX, que es cuando cobran relieve los pasacalles en las bandas de música, al amparo de la consolidación definitiva de éstas gracias, entre otros factores, a la llegada del saxofón que las dotó de personalidad frente a la orquesta sinfónica. Así, en el último tercio de este siglo comenzó a surgir el catálogo de pasodobles, donde entrarían a formar parte los taurinos, que hasta la fecha es bastante amplio y variopinto.
Bien es cierto que podemos permitirnos la licencia de definir dos tipos de pasodobles taurinos: el que se compone con otro motivo pero que, por sus características musicales, acaba sonando en una plaza de toros y el que lo es sensu stricto.
Entre el primer grupo destacan nombres tan prestigiosos como el de Emilio Cebrián y dos de sus mejores pasodobles: “Ragón Falez” (1933) y “Churumbelerías” (1934) ”Ragón Falez” es el resultado de una reducción en el nombre original de la pieza, “Rafaelita González”, pero tras el consejo que le dio al autor el maestro Ricardo Villa, de no poner en el título nombres de personas, el toledano Cebrián decidió optar por esa combinación tan original que, después de su estreno por la Banda Municipal de Jaén, quedaría inmortalizada para siempre. Otro pasodoble maestro es el de “Churumbelerías”, dedicado al maestro del autor, el director entonces de la Banda Republicana (otrora Banda de Alabarderos) Emilio Vega.
El segundo grupo abarca pasodobles compuestos y dedicados a aspectos particulares del toreo, a plazas en concreto, asociaciones y entidades taurinas, personalidades de esta fiesta y sobre todo a toreros. De entre ellos hay algunas páginas célebres que forman parte ya indisoluble de cualquier festejo taurino. Es el caso de “El Gato Montés”, pasodoble del segundo acto de la ópera homónima de Manuel Penella, “Tercio de Quites” de Rafael Taléns, “La Entrada” de Quintín Esquembre, “El Tío Caniyitas” de Ricardo Dorado, “Fiesta Taurina” de José de la Vega o “Plaza de las Ventas” de Manuel Lillo.
Los pasodobles dedicados a toreros constituyen testamentos musicales de sus figuras, gracias a la inspiración y creatividad de una serie de compositores que en su día quisieron rendirles sus particulares homenajes. Destaca, por ejemplo, esa tetralogía escrita por Sebastián Lope cuando dirigía la Banda Municipal de Valencia en 1905, dedicando cuatro pasodobles a los cuatros toreros que protagonizaron una corrida histórica ese mismo año: “Gallito”, “Vito”, “Dauder” y “Angelillo”. No podemos olvidar a hermosos pentagramas como los de “Agüero” de José Franco Ribate, “Joselito Bienvenida” de Pascual Marquina, “Manolete” de Ramos y Orozco y un largo etcétera.
Por su concepción podríamos citar en una clasificación intermedia a dos pasodobles que entrañan una historia curiosa. En 1889 Eduardo López Juarranz estrena en París con su Banda del Regimiento de Ingenieros de Madrid el pasodoble “La Giralda”, con motivo de la Exposición Internacional. El prestigioso director militar ideó esta “marcha andaluza”, como así la denominó, con el objeto de acompañar musicalmente a la representación de una corrida de toros en los actos organizados para dicho evento. Era tal la rivalidad, con gran carga irónica y graciosa, que mantenían Juarranz y Ramón Roig, que al componer aquél dicho pasodoble le envió a éste las partituras adjuntándole la siguiente dedicatoria: “La Giralda, para Ramón Roig, con la completa seguridad de que se dará perfecta cuenta de cómo se escribe un pasodoble”. El que por entonces era director de la Banda de Música de la Infantería de Marina de Cartagena, decidió responder a tal dedicatoria con la composición de otro bello pasodoble titulado “La Gracia de Dio



s”, con su correspondiente dedicatoria, no exenta de picardía: “A Eduardito López Juarranz, para que compruebe, al leer la presente partitura de ”La Gracia de Dios”, que se trata de un verdadero pasodoble, desde luego, mejor que el suyo”. De una representación taurina en París nacieron dos inspiradísimos pasodobles (el uno provocó el nacimiento del otro) que hoy día suenan por nuestras plazas de toros.
En el plano del pasodoble taurino, no podemos olvidar a nuestra A.I.M. Banda de Música de Cabra, que ha puesto música a recordadas faenas en las tardes del coso egabrense. Bien antes como banda municipal, o ahora como sociedad musical, la banda de música de nuestro pueblo adereza con sus compases los festejos que se celebran, poniendo el broche de oro a formidables estampas durante tantísimos años. Por sus atriles se han puesto partituras como las mencionadas anteriormente, y otras que nos dejamos en el tintero, así como las escritas por músicos locales de la talla de los maestros Moral y Rodríguez. Estos son los casos de “Pitos y Palmas” (luego retitulado como “Pepita Jiménez”) o “El Carteyano” respectivamente.
Se hace necesario que la tradición del pasodoble taurino no se pierda en la cultura musical popular y que las bandas de música sigan cultivando esta especie de “danza musical” con la que nuestros toreros bailan y bordan faenas de embrujo. Y este deseo no se formula aquí gratuitamente, porque por desgracia quien suscribe últimamente observa atónito cómo, en programas televisivos de temática taurina, se prescinde en la sintonía de algún renombrado pasodoble, y se opta por una música que poco o nada tiene que ver con la fiesta en sí. No nos privemos de escuchar un buen trío sostenido por un fraseo de clarinetes propio del mejor de los maestros, o un fuerte de bajos con garbo y solera, cuando entre las gradas alguien salta y, emocionado ante la faena que ven sus ojos, dice: ¡música, Maestro!. Y suena la banda.

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