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El espíritu de la Transición.
29.03.2007 - Escrito por: José Peña González
Es cada día mas frecuente oír a políticos y periodistas referirse con nostalgia al llamado espíritu que presidió la transición española de la dictadura a la democracia. Se habla permanentemente del consenso y de la búsqueda de un clima de paz y concordia que permitiera a los españoles superar el franquismo y adentrarnos en las costumbres democráticas de los países de nuestro entorno. Hay que reconocer que en ello hay a veces exceso de literatura y que se olvidan las múltiples y encontradas reacciones que tuvieron lugar en la transición. Desde padres de la patria que votaron negativamente la constitución por entenderla perniciosa para nuestra Patria hasta clérigos que predicaban una especie de guerra santa porque se admite un estado neutral mas que laico y andando el tiempo se legisla la disolución del matrimonio.
Hoy transcurridos más de treinta años desde el inicio de la transición, y se suele presentar este periodo de nuestra historia como la suma de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Craso error. Allí hubo de todo, como en todos los momentos históricos, lo que sucede es que hoy se mira hacia atrás para atacar el presente en nombre del pasado. Un pasado imperfecto pero muy positivo para la convivencia española. Una época en la que se hizo del dialogo el mejor instrumento de la paz. Empezando por el mismísimo Rey de España que lleva a cabo una extraordinaria labor de diplomacia paralela a través de terceras personas y tendiendo cables a los españoles del exilio militantes de partidos políticos proscritos por el Código Penal entonces vigente hasta la nueva clase política que pasa sin solución de continuidad del reformismo franquista a la aun no nacida democracia. Después los gobiernos de la época, presididos por Suárez y González, hablaron hasta quedarse sin palabras para resolver el problema vasco y celebraron reuniones en España y en el extranjero con los miembros de la criminal banda para con seguir la paz de Euzkadi. Ellos fueron el paradigma de un nuevo estilo de gobernar y estaban practicando el dialogo en aras del espíritu de la transición. Mas tarde Aznar en sus relaciones con los etarras seguiría el mismo camino, reconociendo incluso a la banda terrorista como movimiento vasco de salvación. Nadie se lo reprochó. La importancia del fin perseguido justificaba incluso los evidentes excesos verbales. Y hoy el legítimo gobierno de España que, por mandato constitucional tiene el monopolio de la dirección de la política antiterrorista sigue empeñado en la misma línea en que lamentablemente fracasaron sus antecesores y ojala logre alcanzar la anhelada paz.
Cuando ahora algunos políticos vuelven los ojos a la transición española debieran tener la honestidad de señalar que en aquella época se busco la concordia por la vía del dialogo, se iniciaron cuantas conversaciones fueron precisas para conseguir la tranquilidad en todas las tierras de España, se cultivo la delicada flor del consenso que exige para su supervivencia la aceptación por parte de todos de las reglas del juego democrático. Es decir unos que mandan porque asi lo ha decidido la ciudadanía y otros que están en la oposición, pero colaborando con los que por mandato legal tienen que dirigir la vida política española en todos sus frentes. Volvamos al ensalzado dialogo y retomemos el espíritu de la transición. Es decir gobierno que dirige auxiliado en los temas claves de Estado por la leal oposición. Pero reservándose siempre el ejecutivo la dirección de los asuntos públicos que la Constitución le encomienda. Volvamos al añorado consenso y hagámoslo como en los inicios de la andadura democrática. Una oposición política que respalda al gobierno en las decisiones que toma en los grandes temas de estado. Es decir autonomías, terrorismo, política exterior. A eso los hombres de la transición le llamaron consenso, el mejor fruto posible del dialogo entre iguales que no tienen por que pensar lo mismo sobre idénticos temas, pero que respetan la prioridad gubernamental en el planteamiento de los mismos. Ojala recuperemos ese consenso y el llamado espíritu de la transición. Es fácil. Consiste en dejar hacer el 2007 lo mismo que se hizo en 1976. Algunos han elegido el camino equivocado. Usar el 1976 para atacar la política del 2007. Obras son amores. Lo demás puede ser puro verbalismo. Y en política ese peligroso juego no siempre da el resultado buscado.
28 marzo de 2007
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