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Carta desde las Vascongadas
04.03.2007 - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
Ey niña:
¿Qué tal estás? ¿Es verdad que ya es primavera en Córdoba y aún no ha llegado el mes de marzo? Flores, sonrisas, besos, caricias, fuentes, palomas y helados. ¡Qué hermosas las tardes de primavera que hemos pasado juntos,eh! Cada día que pasa siento que está más lejos el momento de nuestro reencuentro. Hoy ha sido un día duro. Hemos tenido que contener a unos doscientos radicales que se han agolpado a las puertas del hospital del barrio para agasajar, para saludar al terrorista al que han conmutado la pena. Ya te hablé de él. De Juana. Mató a 25 personas. Y lo peor no es que lo que me importe sea el número, sino que entre ellas había compañeros de promoción. ¿Recuerdas la fiesta que nos hicieron los Ertzainas cuando entramos al cuerpo? De alli cayeron tres. ¿Recuerdas la depresión posterior que casi nos cuesta nuestra relación? Fue tras escuchar los disparos que aniquilaron a mi amigo.
Hoy hemos estado protegiéndole. No podemos permitir que le pase nada. Es que el pobre ha estado un montón de dias en huelga de hambre y al final lo han tenido que trasladar aquí por razones humanitarias. Y alli estamos nosotros, escoltando una fría silla de ruedas que este generoso Gobierno ha tenido bien ofrecerle. Menos mal que lo han alimentado, que se han gastado 12.000 euros mensuales en mantenerlo con vida, y menos mal que al final le han permitido qe venga al país Vasco. ¿Te imaginas que por culpa del Estado muere una persona? Sería deleznable, cruel para nuestro país, querida.
Por eso, alli hemos estado nosotros. Ahora lo custodiaremos y por supuesto, permitiremos qe se duche con su querida novia durante 40 minutos, o que duerman juntos aunque sea en la cama del hospital, que está muy caro el amor como para no poder practicarlo cuando el cuerpo lo desea.
Supongo, por tanto, que comprenderas lo breve de esta misiva. Mis besos te los mando por escrito; nuestras duchas compartidas son las lágrimas que cada noche, a la hora del amor, silenciamos en la oscuridad de nuestros cuartos; nuestras cenas, tan románticas ellas, tendrán lugar cada vez que nos tengamos que tragar nuestras palabras porque seamos incapaces de destruir la distancia que nos separa, cruel carcelera que no hay ley ni legión capaz de conmutarla o perdonarla.
Y dale recuerdos a mi familia, le dices que los quiero y que no tengo nada que ver con De Juana, como aún creen. Sigue diciéndoles que estoy de administrativo en una comisaría de Bilbao y no que, dentro de 20 minutos, tendré que apagar un incendio de un cajero, detener a jóvenes abertzales, agachar la cabeza cada vez que pase por una herriko taberna. Además, cuéntales que salgo mucho con mis amigos, ni se te ocurra decirle que aquí no soy nadie, que aquí soy un ser anónimo, protegido, que no tiene amigos porque no puede fiarse de quien es el vecino de enfrente.
Me voy querida. Acompañado de mi casco, mi porra, mi chaleco antibalas, mi cabeza agachada, el cuervo acechando y la soledad destruyendo mi cada vez más escasa dignidad. ¡Cómo añoro las primaveras que hemos pasado juntos!
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