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RECUERDO DE MOISÉS BLANCO SÁNCHEZ
09.02.09 - Escrito por: Salvador Guzmán Moral
El pasado 3 de febrero dimos el último adiós a un buen amigo, Moisés Blanco Sánchez. Quizás su nombre completo no sea suficiente para que nuestros lectores lo sepan identificar, pero seguro que lo harán inmediatamente si nos referimos a él como “Moisés el carpintero”. Y es que para muchos de nosotros, carpintero era el apellido del Moisés, al que conocimos y recordamos.
Moisés Blanco Sánchez, era con todos los méritos, carpintero, como lo fue su padre, y antes lo habían sido su abuelo y su bisabuelo... y después lo serían sus hermanos, sus sobrinos, su hijo, y su nieto. No hay oficio más noble y hermoso, que aquel que se transmite de padres a hijos.
Moisés, el carpintero, era una persona sencilla, amable y sabia. A lo largo de sus ochenta y siete años de experiencia, había acumulado un enorme pozo de sabiduría. Un saber profundo que bebía en las creencias antiguas de que los árboles había que talarlos según las lunas, y de que antes de empezar una tarea había que repensarla concienzudamente, aunque hubiera que restarle horas al sueño.
Moisés, el carpintero, era una persona profundamente reflexiva. Consideraba que lo importante en el trabajo era que quedara perfecto, y a la perfección, aunque fuera construyendo un mueble, sólo se podía llegar con la inteligencia y el aprendizaje. Quizá por ello, entre las actividades y tareas profesionales que ocuparon a Moisés a lo largo de su larga vida estuvieran las de ejercer de mecánico de maquinaria pesada o de simples bicicletas, la de poner inyecciones, la de ayudar a las tareas agrícolas construyendo herramientas, o la de arreglar objetos cotidianos pero complejos como una simple, pero imprescindible, cremallera.
Moisés, el carpintero, era capaz de construir y de arreglarlo todo, solo había que dejarle un poco de tiempo para que estudiara el problema, y después algo menos para que lo llevará a cabo con sus habilidosas manos. Sentido común y destreza, en estado puro.
Moisés, el carpintero, se vino a vivir a Cabra en 1957 procedente de Ribera Baja, una aldea del partido municipal de Alcalá la Real (Jaén). Como otros muchos forasteros que se asentaron en nuestra ciudad, lo hizo cautivado por la belleza de una mocita egabrense que luego sería su esposa, Paquita Aguilera, con la que tuvo dos hijos: Domingo y Paqui. Como le gustaba contar sus peripecias de cuando venía a ver a la novia desde tierra jiennenses a los mandos de su recia bicicleta. Ya se sabe que eran malos tiempos aquellos, y que una buena bicicleta en manos de un joven inquieto como él, era el mejor de los medios de transporte.
En Cabra, Moisés Blanco, se instaló en la nueva Barriada que se estaba construyendo. En una de aquellas casas modestas que las gentes conocerían como “las de Gargallo”, abrió un humilde taller de carpintería. Sus primeros clientes, sus vecinos; después lo seríamos todos los demás, maestros de escuela, jornaleros, médicos, otros carpinteros, empresas, parroquias, cofradías... Poco a poco, pasando no pocas estrecheces, y después de muchos días y noches de trabajo, Moisés Blanco, alcanzó su jubilación merecida, con la satisfacción de ver que el oficio que aprendió de su padre, pasaría a su hijo y también a su nieto.
Moisés, el carpintero, murió sabiéndose querido, además de por su familia, por muchas personas más que tuvimos el placer de conocerlo, de trabajar y aprender de él, y lo más importante, de disfrutar de su saber, de su humanidad y de su enorme bondad.
Descanse en paz...
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