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El cartel de la Semana Santa
11.04.25 - Escrito por: José Manuel Jiménez Migueles
Cromos y acuarelas es una colección de poemas escrita en 1878 por Manuel Reina que reflejan algunas de las características de la sociedad española de finales del siglo XIX. Con permiso del autor, tomaré prestado esta denominación para referirme a mi particular colección de cromos y acuarelas: las cosas de mi ciudad vistas desde vecina Puente Genil.
Una ciudad cofrade que se precia de serlo tiene en el cartel de la Semana Santa el espejo que se merece: una manera de enseñar al mundo lo que es. Desde esta perspectiva, el cartel ha tenido una función propagandística que pretende mostrar a una u otra cofradía en un momento determinado de su cortejo procesional, confiados como estábamos, hace mucho tiempo, que su impresión y difusión iba a garantizar la publicidad de nuestra Semana Santa más allá de nuestras fronteras (aún recuerdo las prisas de antaño por presentarlo para que pudiera viajar a FITUR, junto a cuatro mil carteles más) Afortunadamente, es algo más. El cartel forma parte de un patrimonio local que habla de una de nuestras tradiciones más señeras y en cuya figuración nos debemos de sentir representados todos los cofrades de la ciudad.
Ha surgido por las calles de mi pueblo el debate sobre la necesidad o no de renovar el concepto del mismo (bien avivado y mejor expresado por mi amigo Mateo Olaya en este mismo periódico). No es nuevo. Hace tiempo que muchos consideramos que el modelo está más que agotado, ya que su propia concepción ha quedado caduca con el paso del tiempo y, poco a poco, hemos comprendido que quizás la pintura sea el soporte más adecuado para la realización del cartel.
Una pintura puede ofrecer un carácter mucho más narrativo que el de una fotografía, que, aunque tenga mayor capacidad de impacto visual, le resulta complejo abarcar en un solo disparo la multiplicidad de factores que puede ofrecer una fiesta tan poliédrica como la nuestra.
Le animo a que amplíen la imagen que les adjunto en este artículo. Se trata del cartel anunciador de la Semana Santa de Puente Genil de este año, realizado por el artista local Clemente Rivas. En él podrán contemplar el paso de palio de la Virgen de la Amargura y, al fondo, el paso del Cristo de la Humildad representados en la noche de un Miércoles Santo. Pero, si observan con detalle, podrán contemplar que hay más protagonistas dentro del cartel: la Vieja Cuaresmera, los hermanos de diferentes Corporaciones Bíblicas entonando cuarteleras y el alpatana ofreciendo el calor del Moriles conforman un cartel que rinde homenaje a las tradiciones de su pueblo y a las gentes que la conforman, ya que los personajes son reconocidos miembros de la Semana Santa de Puente Genil. No sé si lo podrá imaginar el lector, pero por estas tierras este cartel ha tenido un éxito y una aceptación tremenda, ya que cada uno vive como propio lo que en él ve. El espejo, en este caso, refleja la verdad de la fiesta.
Y no sé si habrán caído en la cuenta, pero este modelo de cartel, que reivindico, es el que llevamos tantos años viendo como normal en nuestras Fiestas de Septiembre, que, con más o menos acierto, a todos nos identifica al estar nutrido de símbolos que son comunes a todos los egabrenses de dentro y fuera de nuestra ciudad (la sierra, la bandera, el tambor, la Virgen) y que, por lo tanto, puede llegar a tener un nivel de representación social mucho más alto que un cartel de una fotografía de un paso de misterio o de palio en concreto.
Luego llegará el acierto o no de quien realice la pintura. Y que nos pueda gustar, o no. De hecho, los carteles de la Feria de Septiembre suelen tener poca aceptación popular. Muy probablemente porque el modelo también caducó. Ningún artista de renombre va a realizar una pintura para echarla a competir con otras pero, no me diga, querido lector, que usted y yo no coleccionaríamos cartelerías de septiembre que fueran obras de arte realizada por los mejores artistas de nuestra tierra. La presentación de ese cartel sí que sería un auténtico evento social.
Urge, por tanto, renovar de alguna manera el concepto cartelístico de nuestra Semana Santa. Porque debe seguir siendo el espejo que antes era, cuando sólo había un cartel, el oficial, y no los veintitantos que hay ahora y que, en la mayoría de los casos, replican o mejoran al que debería imponerse sobre los demás.
Sólo así conseguiríamos el espejo que nos merecemos: el que refleja lo que somos, lo que vivimos y, sobre todo, cómo lo vivimos. De no ser así, podemos caer una y otra vez en el espejo de la madrastra de Blancanieves, que se miraba en él no para ver su reflejo sino para aumentar su vanidad.
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