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Gigantes de Barro
04.02.09 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
El anochecer es un estado de sorpresas incombustible, un espacio interior sujeto a los vaivenes de la vida, cuando cae el día la noche se vuelve blanca dama de raso y confidente pasional de lenguas y lenguajes. Así me gusta, querido lector, así me gusta la madrugada, sola y llena de gente, gente de antes y de ahora, ahora que los tiempos tocan a refugio y cielos soñados e inalcanzables. Y así fue, inalcanzable e incansable, la lucha de Will Nolan por salvar a su hija Carrie de las garras de la cocaína y la heroína, la feroz lucha de una familia que sujeta sus lágrimas con el filo del cuadro que preside la entrada de su humilde casa en la quinta avenida de la ciudad. Confidente, así me sentí, cuando Nolan llamó a mi portero en plena madrugada. Estaba fumándome el último cigarrillo mientras veía Rebeca de Hitchcock en la penumbra de mi estrecho salón. Miré el reloj y salté del sillón un tanto preocupado, eran las tres de la madrugada y alguien se acordaba de que yo vivía allí.
-Si? Soy Nolan, necesito hablar contigo, te necesito. Bajé lo más rápido que pude y le invite a subir, pero me dijo que mejor hablábamos en la estación, dónde nadie pudiera vernos. Estoy a punto de perder a mi hija, con esta frase aplastante comenzó su conversación. Cuando llega a casa a las tantas de la madrugada dice que ve diablos blancos con alas negras en su dormitorio y que un unicornio de ojos rojos la espera recostado en su cama. Delira continuamente, son las drogas, lo sé y se me va, se me va como la espuma acaricia la playa en días de paz en la mar. Se me va como el suspiro acongojado de un amor que vuelve la esquina y dice hasta mañana. Se me va y no tengo fuerzas para salvarla de las violentas fauces de esa hiena y de sus malditos vasallos que intentan destrozarla a ella y a cientos, miles de jóvenes como ella. La última noche, encontré en el desván más de diez jeringuillas utilizadas y una dosis de coca en la que escribió, contigo veré el más allá. Un hombre destrozado, pensaba mientras contaba aquella historia personal de necrológica. Se ha visto abocado a contarle a un escritor de prensa, amigo de hace unos años, Will reparte nuestros periódicos por la zona este de la ciudad, su cruel historia, su sinrazón colectiva y el borrar día tras día, los inocentes ojos de Carrie cuando gritaba, ¡!papá, papá!!!, de su nutrida mente llena de recuerdos. Estaba desesperado, tenía que hablar con alguien. Mi mujer y mi hijo, guardaban celosos la puerta de casa para ver llegar sus diecisiete años venidos a treinta entrar por la puerta rozando la medianoche. Él había denunciado en numerosas ocasiones a la policía del distrito, el menudeo de droga que había principalmente por los barrios ricos de la ciudad, que inundaban de género en precario las zonas más deprimidas dónde cada día acudía Carrie para su ración diaria, a bajo coste económico, pero alto coste personal y moral. Will no lloraba, sólo gemía, perdía su vista en el túnel oscuro de Epopeya y fumaba sin reparo ni descanso. Después de dos horas, fuimos a tomar un café al bar de Harry que ese día abrió antes de lo previsto porque los guionistas de su vida se levantaron antes de lo habitual. Mientras Will se terminaba el último trago de café, le sonó el teléfono insistentemente, era su mujer. Su mirada se clavo en la mía, sólo hubo silencio, indiferencia, frustración, negligencia, horror, impotencia. Lo acompañé a casa en el autobús 17, la misma edad que tenía su hija Carrie. -Will, no te preocupes, sólo es un mal sueño, muchas veces perdemos la esperanza demasiado pronto, le dije.
No, Alice me ha dicho que los diablos blancos se la han llevado para siempre. Al llegar a casa, sólo había oscuridad y una ambulancia del Hospital Sant Andrew en la entrada. Gracias por acompañarme hasta mi casa, te lo agradeceré siempre, pero no he estado con ella. Tras aquella frase Will, rompió a llorar, su amor de primavera se había fugado a otros mundos, dónde seguro, el verdugo de la cocaína y la heroína no tenía nada que hacer.
A los seis meses de la última noche con Carrie, Will fundó la asociación contra la droga “Almas Blancas”, dejó su empleo en el periódico y dedica su vida a ir hogar por hogar, instituto por instituto, vida por vida, luchando contra la droga y previniendo a todos los que están tentados, a todos los que se sumergen en el mar de los gigantes de barro.
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