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Otros silfos y dríades
15.11.21 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
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De las ramas del granado,
el ruiseñor prisionero
manda un trino lastimero
hasta el rosal del cercado.
Bajo el azul estrellado,
inquieta la ruiseñora
oye la queja canora
de la voz de terciopelo
que agita su cuerpo en celo,
y sola en el nido llora.
Crear una utopía puede resultar facilísimo para cualquiera, sobre todo si se parte de una necesidad urgente y personal que nos someta a una preocupación repentina, a la que deseamos aplicar una solución efectiva. Pero mantener su proyecto favorable para sentar precedente es bastante complicado, rayando en lo imposible. Lo podemos comprobar con la hermosura de las noches del solsticio de verano, que nos invitan a sentirnos anclados en la eterna felicidad del edénico paraíso que anhelamos, para verificar pronto que son efímeras. Tan efímeras como las flores granate de los lustrosos granados que las iluminan, tan efímeras como el resplandor centelleante de los fuegos artificiales o del fogueo crepitante de las hogueras de San Juan, tan efímeras como la manifiesta cautela del ruiseñor que apaciguando sus miedos redobla sus armoniosos trinos para que lleguen hasta el cercado y se queden prendidos entre las rojas rosas de terciopelo que resguardan su nido, tan efímeras como la inquietud de la ruiseñora mientras oye la ansiedad oculta en la intensa voz timbrada, dejando su cuerpo angustiado con el desasosiego que produce el llanto seco, el llanto que hace correr las lágrimas del alma sin que se noten. Y todo porque nunca podremos conseguir que la noche se ilumine aunque sea con la luna menguante, para que siempre haya una oportunidad que dilate conservando la imagen que creamos, aunque no exista en la realidad.
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