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La tenería de Cabra

12.09.21 - Escrito por: Alejandro García Rosal

En el antiguo camino Lucena, cerca de las murallas del castillo y a las afueras de la ciudad, hubo en Cabra una Tenería, o curtiduría de pieles, de la que pocos recuerdos quedan hoy en día. Sirva este recuerdo a aquella laboriosa actividad artesanal y a la familia que la llevaba a cabo. Mi familia.

Seguramente a estas alturas poco recordada por muchos, era un lugar único donde, al más puro estilo de localidades del norte de África, se curtían las pieles de los por entonces numerosos animales que cumplían su noble misión en la cadena alimenticia, y protegían con sus pieles del frio de aquellos duros años.
Desde pequeño he escuchado infinidad de historias sobre la tenería y como ese oficio pertenecía a un pequeño gremio familiar que lamentablemente se perdió en nuestra ciudad.

El curtido es el proceso de convertir la piel putrescible en cuero imputrescible, tradicionalmente con tanino, un compuesto químico que evita la descomposición y a menudo da color y de donde procede el término "tenería". Dicho tanino se produce naturalmente en la corteza de algunos árboles.

La palabra tenería procede del francés tannerie = "tenería", término atestiguado desde 1216, del verbo tanner (curtir las pieles), del latín medieval tannare (curtir), de tan, tannum, que significa "corteza del roble o encino cortada en pedazos para curtir"; tal vez del galo tanno- (encina), a su vez del celta tann- con el mismo significado.

En inglés, dicho empeño también se conoce con el nombre de "Tenery", quizás por la influencia del francés sobre el anglosajón, lo cual en cualquier caso da fe de la antigüedad tanto de la actividad como del término.

Es por tanto un lugar donde se trataban las pieles de los animales, se curtían y también se teñían o tintaban, de ahí el nombre Calle del Tinte, debido a dicha actividad artesanal. Como los nombres de calles de tantos y tantos gremios que levantaron este pueblo de la nada.

En nuestros días es poco común conocer este tipo de lugares, al igual que por desgracia tantos y tantos oficios artesanos perdidos. Para hacernos una idea nos tenemos que ceñir a las imágenes de distintas curtidurías de piel que aún se conservan en Marruecos, por ejemplo, y que tan exóticos nos resultan por la diversidad de colores y olores, y la autenticidad del oficio.

En la antigüedad el curtido se consideraba una industria nociva y maloliente. Por tradición, era relegada a las afueras de las ciudades, las zonas pobres. Es por ello que, junto con la importancia del nacimiento de agua, la Tenería se encontrara en la ubicación que estamos describiendo.

Hagamos una recreación de cómo pudo ser la tenería, puesto que por desgracia no se conserva ningún documento gráfico. Para empezar, se trataba de un edificio de dos plantas con una rica y fértil huerta anexa. La Tenería contaba con nacimiento de agua propio, o venero, lo que hacía que siempre estuviera manando y fluyendo agua fresca, necesaria para el tratamiento de las pieles. Esta misma agua regaba la huerta e iba a desembocar al rio Cabra, seguramente por el puente del Fondón.

La tenería contaba con un amplio zaguán, con dos señoriales puertas de madera y el tradicional caminito de chino cordobés que conducía al patio y facilitaba el paso de las mal llamadas bestias. Detrás de aquellas dos grandes puertas de madera nos esperaba Pepe Rosal. Mi abuelo curtía las pieles pero también era tenor del Centro Filarmónico y cuando iba a Madrid a ver a sus nietos y se vestía con traje negro y aquellas gafas de sol, parecía un actor italiano de la época, haciendo las delicias de las vecinas de su nuera en Hortaleza.

Gabriel, como patriarca, José, Manolo, y mi abuelo Pepe, eran aquellos artistas de la piel y las saleas.

La Tenería de Cabra contaría con una sala justo al entrar donde se clasificaban los animales de los que posteriormente se trataría la piel. Por aquel entonces, el bosque bajo y cercano a pueblos y ciudades -más aún a aquellos con riqueza en agua, como siempre ha sido el caso de Cabra- estaba poblado por una rica y variada fauna que bien podría estar formada por conejos, zorros, cabras, nutrias, tejones, linces, garduñas y demás animales de tamaño mediano cuyas pieles eran de gran valor a la hora de elaborar piezas de todo tipo.

En los años de la cruenta guerra civil, la actividad de la tenería se multiplicaba para proveer de calzado y abrigo a soldados y civiles.

El tratamiento de la piel podía ser el proceso más desagradable y donde se concentraran peores olores. Si alguno de nuestros lectores aficionado a la cacería y la cocina ha despellejado alguna vez un conejo pude dar fe de ello.

Cerca del venero, estarían situadas distintas bañeras o piletas, para la limpieza exhaustiva y desinfección de las pieles. A la piel se le separaban los pelos puesto que piel curtida y pelo no siempre cumplían la misma función. No sería los mismo un cuello de una chaqueta o guerrera para abrigarnos en una fría madrugada haciendo una guardia, que una funda para un machete o unos zahones.

Las pieles, por tanto pasarían por distintas bañeras hasta estar prestas para su secado y manipulación última. Y la corriente del agua que nacía allí mismo, ejercía las labores de limpieza, llevándose agua y demás despojos hasta el rio.

Anexa a esa sala, como ya hemos dicho, se encontraba la huerta, que hoy en día sigue contando con una magnifica pinta.

Los curtidores tomaban las pieles de animales y las remojaban en agua, las aporreaban y restregaban para eliminar los restos de carne y grasa. Una vez que el pelo se hubiese ablandado, los curtidores lo raspaban usando una máquina y quitando los restos a mano con un cuchillo romo, proceso conocido como labrado.

La preparación de las pieles comienza curándolas con sal, lo que da lugar a las saleas. Una salea es una pieza de cuero salada y secada que seguirá el proceso del curtido. El salado también puede hacerse con sal húmeda, salando fuertemente las pieles, o bien con salmuera, agitando las pieles en un baño salado.

Las pieles se mojan luego en agua limpia para eliminar la sal y en una solución de cal y agua para ablandar el pelo. La mayoría del pelo se elimina entonces.

Las pieles se estiran sobre marcos y se sumergen durante varias semanas en cubas con concentraciones crecientes de tanino. La piel curtida vegetalmente es flexible y se usa para maletas y muebles.

Dependiendo de la finalidad deseada, la piel puede ser encerada, enrollada, lubricada, inyectada con aceite, cortada, afeitada y, por supuesto, teñida.

Como en otros casos en Cabra, los gremios han dado nombres a barrios o calles dada la concentración de artesanos en dichos lugares. Al igual que un poco más arriba se encuentra la calle Platerías, puesto que los plateros de la ciudad ejercían su profesión en dicha zona. Y todos ellos podían encontrar su origen en antiguos arrabales de la ciudad, que se edificaban cerca de las murallas.

Se trataba de un barrio alejado y pobre, pero poblado de artesanos y casas de vecinos, como la de Don Paco o la Villalona, y que contó también con un pequeño campo de concentración para prisioneros republicanos, que según cuentan las crónicas, tras arrasar el nefasto bombardeo su improvisada prisión, acudieron al auxilio de heridos y moribundos transportándolos como pudieron hasta el hospital de Santo Domingo, para posteriormente volver a entregarse.

Desde que tengo uso de razón, la familia Rosal, mi familia materna ha desarrollado esa labor en ese mismo lugar hasta su desaparición, allá hacia finales de los años 80. Es por ello, que nobleza obliga, al tiempo de recordar una de las actividades más curiosas con las que ha contado Cabra, he puesto negro sobre blanco recuerdos familiares.

Secuencias en blanco y negro que también ocurrían mientras en la tenería se intentaba abrigar, calzar y vestir a aquellos egabrenses que han escrito nuestra historia.

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