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Otros silfos y dríades
25.08.21 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
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Canta el ruiseñor con pena,
y el aire, único testigo,
va aventando como trigo
su congoja bien serena.
Amoroso se enajena,
busca a ciegas su destino
y por ser dolor cetrino
desmayado desfallece,
mientras la luz resplandece
y el eco marca su sino.
En el huerto abandonado de La Molina, las zarzas han crecido tanto que se han adueñado de un carcomido y añoso peral y de una asilvestrada higuera que creció arraigada al muro que limita las heredades y junto a la dejación de frutales y tierra el paisaje se ha convertido en una selvática espesura. Este entorno ha favorecido las apetencias de anidamiento de un ruiseñor determinado que después de un largo recorrido por selvas, desiertos y costas, de afrontar y esquivar las peligrosas acechanzas del halcón de Eleonora, super protegido en todos los puntos de su hábitat por estar en peligro de extinción, llegó hace unas noches y no ha dejado de cantar.
Su armonioso canto proyecta una gradación acongojada de la pena amorosa que se le escapa buscando a ciegas en el norte nocturno la exacta dirección que sigue la compañera que aguarda. Y en llegando el día desfallece entre la frondosa celosía de las hojas y las sombras y calla enajenado mientras su corazón sigue buscando, porque más de un ruiseñor ha extraviado el melodioso eco de sus trinos esperando desmayado el aliento presencial de su compañera.
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