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El amanecer del quince de enero.
15.01.09 SIN ADITIVOS - Escrito por: Felipe Osuna Manjón-Cabeza
Amanece un año más el quince de enero, una fecha que no parece significativa si se mira en el calendario, pero en el mío particular viene estando subrayada desde hace 25 años. En un cuarto de siglo da tiempo a hacer muchas cosas; en la vida de una persona significa la etapa principal de su aprendizaje, desde su llegada a las aulas hasta su graduación universitaria, por ejemplo. Mucha gente ha pasado por mi vida durante ese tiempo, la mayoría permanece en este mundo, otros por desgracia ya se fueron. Vuelve un año más el quince de enero y lo hace como en el resto de ocasiones para hacer que el tiempo nunca borre esos recuerdos que, aunque fueron escasos, siempre han sido buenos.
Quién no recuerda aquellos días de su infancia, de travesuras y sabrosas meriendas degustadas mientras permanecías sentado frente a la tele y al calor del brasero. Quién no recuerda aquellas tardes felices que muchos hemos pasado en casa de nuestros abuelos. En el año 1984 (y todavía lo recuerdo) al salir del “cole” por la tarde, un vaso de leche nos esperaba mientras la carta de ajuste de la primera daba paso al horario infantil en el que Espinete, Blas y Epi, Coco y Petete –sí el de aquel libro gordo- nos contaban esas historias educativas, con sumas y restas y algún que otro juego. Esas tardes de salita empapelada, de sofás de escay y un televisor a color de marca Elbe. Esas tardes con luz de florescente y una lámpara de techo que solo ví encenderse cuando el buen practicante vino a quitarme los puntos de mi ceja derecha partida, al dar de bruces con el escalón de la guardería que por aquel entonces regentaban las madres Agustinas. Esas tardes navideñas donde un pino enclenque de plástico cargado de meta y bolas de cristal, con luces a 125 voltios de corriente decoraba la salita que quedó paralizada… aquel quince de enero.
Dicen que una fecha marca la vida de las personas y eso debe ser cierto porque al llegar un día como este me viene irremediablemente a la memoria una vieja tienda de comestibles que existía en el lugar donde hoy escribo estas líneas. El número 6 de la Plaza de San Agustín era como la botica de la serie Farmacia de Guardia, donde desfilaban gentes de lo más variado: embajadores, pregoneros, concejales, curas, representantes, cofrades, más cofrades, alcaldes, flamencólogos, taurinos, artistas, músicos, intelectuales, todavía más cofrades y cómo no, clientes. En este polifacético lugar lo mismo se vendía kilo y medio de garbanzos que se organizaba la Semana Santa de la época, se preparaban las fiestas egabrenses de los años sesenta o se ideaba el prestigioso concurso de cante flamenco Cayetano Muriel. Y es que en estos días en los que con tanto empeño se nos enseña a recordar de dónde venimos y quiénes nos precedieron es justo hacer un pequeño reconocimiento de aquellos hombres buenos, que lucharon, se sacrificaron y se dejaron incluso la piel por el bienestar de su pueblo en una época en la que no se recibía absolutamente nada a cambio, ni tan siquiera palabras de agradecimiento. Hoy se cumple el veinticinco aniversario del fallecimiento de José Manjón-Cabezas Rojas, más conocido por Pepe Manjón, mi abuelo. Una persona familiar y entrañable que fue alcalde de Cabra, concejal, presidente de la entonces Asociación General de Hermandades y Cofradías y hermano mayor de dos de ellas, presidente del Gremio del Comercio y Panadería y de los festejos taurinos de la Plaza de Toros y seguro de alguna otra cosa más que no tengo conocimiento. Sirva este presente para recordar la labor efectuada por tantas personas sencillas y humildes que con ahínco y empeño trabajan o han trabajado desde el alba hasta la puesta de sol, a bolsillo vacío, por unos ideales concretos que revierten en definir las señas de identidad de este pueblo. Unos valores que sin duda hemos de potenciar los que somos sus herederos.
In memoriam.
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